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martes, 29 de marzo de 2011

En el centenario de Gabriel Celaya


Luis Arias Argüelles-Meres

A orillas del Narcea

19/03/2011

“Una simple ojeada, aun superficial, a sus obras completas basta para comprobar que la poesía de Celaya supera generosamente los límites de lo que fue, de hecho y entre nosotros, la “poesía social”. En tan largo despliegue de poemas, los rasgos románticos, existencialistas, surrealistas y vanguardistas no son menos perceptibles que los social-realistas».
(Ángel González)

Celaya nació el 18 de marzo de 1911 y su fallecimiento tuvo lugar el 18 de abril de 1991. Así pues, en el presente año, se cumple no sólo el centenario de su nacimiento, sino también el 20 aniversario de su muerte. Son pretextos más que sobrados para evocar una trayectoria que, en lo vital y en lo poético, estuvieron marcadas por lo combativo y por el desgarro.

En un mundo como el presente, tiene que resultar inconcebible tener noticia de que, en su momento, un burgués acomodado, ingeniero industrial, director gerente de una gran empresa, abandonase el mundo en el que tan regaladamente estaba instalado, y optase por dedicarse de lleno a la poesía, dejando atrás su vida anterior, incluido su nombre. El ingeniero y dirigente empresarial donostiarra Rafael Múgica se convirtió en el poeta Gabriel Celaya.

A este respecto, Ángel González escribió: «Gabriel Celaya, la nueva personificación del literato, derrocó de un solo golpe de audacia al ingeniero Múgica y al poeta Leceta, suplantó simultáneamente al ciudadano empadronado y al personaje anterior. Gabriel Celaya no va a ser sólo otro escritor, sino otro hombre real avecindado en una ciudad distinta, movido por otro amor, dedicado a otras actividades, sustentando otras ideas y creencias. Los cambios de voz poética son frecuentes, pero es muy raro que repercutan de ese modo en el Registro Civil».

Así pues, en un momento dado de su vida, no se conforma con el desahogo de escribir poesía con el seudónimo de Juan de Leceta, el álter ego oculto de aquel ingeniero vasco que vivía en un ambiente, social y familiar, que lo ahogaba, sino que da un paso más: se convierte en un poeta que no se oculta, cambia de nombre, de profesión, de ciudad y de familia. La poesía en Celaya no sería sólo un instrumento cargado de futuro, como clamaría en su momento, sino también, y sobre todo, una irrenunciable vocación que le llevó a abandonar una vida regalada.

Su compañera Amparo Gastón consignó: «Tenía que acabar con su doble vida de ingeniero y poeta, burgués y revolucionario, hombre acomodado y aventurero, porque esta falsedad estaba destruyendo su interior».

Pero hay otras circunstancias decisivas en su vida. Por ejemplo, en 1928 se aloja en la Residencia de Estudiantes para cursar sus estudios de Ingeniería. A resultas de esa estancia, conocerá, entre otros ilustres conferenciantes y residentes, a Unamuno, a Juan Ramón, a Dalí y a García Lorca. Sus primeras obras poéticas acusan la influencia de las vanguardias.

Y, en la década de los 50, es decir, en pleno apogeo del llamado realismo social, Celaya se incorpora a ese tipo de poesía, con un entusiasmo desbordante, si bien, todo hay que decirlo, siempre estuvo por debajo de Blas de Otero, acaso junto a Gil de Biedma, la cumbre de la poesía española de posguerra.

Cierto es que la adscripción de Celaya a la poesía social resulta tan didáctica como reduccionista. En su obra, al hilo de las palabras de Ángel González reproducidas más arriba, se encuentran las grandes tendencias de la poesía del siglo XX. Distinta cosa es que sus poemas más memorables pertenezcan a la llamada poesía social. ¿Quién no recuerda al Celaya que maldecía la poesía que no tomaba partido hasta mancharse? ¿Quién no recuerda aquello de que la poesía era un arma cargada de futuro?

Poesía combativa y, al mismo tiempo, poesía del desgarro. Desgarro, como hemos visto, en su propia trayectoria vital, desgarro también por la angustia existencial a la que no fue ajeno, desgarro por el dolor de aquel siglo XX en el que le tocó vivir.

Celaya formaría parte también de un ilustre grupo de escritores vascos que, empezando por Unamuno, no sólo no renegaron de España, sino que además la sintieron y amaron hasta en las entrañas, una España, claro está, que nada tenía que ver con la charanga y pandereta, sino con la rabia y la idea.

¿Alguien recuerda que en la primera sesión de investidura de Felipe González en 1982 el diputado de Euskadiko Ezkerra Juan María Bandrés, explicando su voto favorable al líder socialista, citó unos versos de Celaya? Y, a pesar de eso, para mayor vergüenza de muchos, en 1991, la España felipista del enriquecimiento rápido que se encaminaba a los fastos del 92 no se alteró demasiado al saber que uno de sus poetas más combativos y desgarrados se moría casi en la indigencia.

Lo menos que puede hacer la España oficial de 2011 es rendir el respetuoso homenaje que se merece uno de sus poetas más combativos en el año del centenario de su nacimiento.

http://blogs.lne.es/luisarias/2011/03/19/en-el-centenario-de-gabriel-celaya/

domingo, 27 de marzo de 2011

Felipe no cogió su fusil


Arturo del Villar*

Web UCR

23/03/2011

Tenemos un tripríncipe, de Asturias, Girona y Viana, al que los vasallos estamos pagando todos los gastos desde que nació, hace ya de eso 43 años, y resulta que cuando tenía la oportunidad de demostrar su utilidad la desperdicia. Ahora que los tercios españoles se van a hacer la guerra contra los infieles por esos mundos, se supone que el tripríncipe debe ponerse a su frente, ya que es teniente coronel del Cuerpo General del Ejército de Tierra, capitán de fragata del Cuerpo General de la Armada, y teniente coronel del Cuerpo General del Ejército del Aire.

Pues con tanto cuerpo parece que al tripríncipe solamente le interesa otro cuerpo, en el que procrear sucesores al trono, pero de los militares, nada. Ha tenido dos hijas, y con eso cumplió su papel de heredero procreador de herederos que garanticen la continuidad de la dinastía. La guerra para los vasallos, que no sirven para otra cosa, aparte de pagar todos sus gastos, incluso sus elegantes uniformes militares, muy útiles para presenciar los desfiles desde la tribuna.

Echando cuentas de lo que nos ha costado su sustento integral durante 43 años, más el de su consorte y el de sus hijas, resulta un tripríncipe carísimo, al que no le encontramos ninguna rentabilidad. Ahora mismo debiera estar en Libia, al frente de los soldados de tierra, pilotando uno de esos aviones que vuelan cuando tienen el viento favorable, y comandando la fragata o el submarino que nos regalaron los gringos cuando terminaron de rodar la película. Pues no es así, se ha quedado en su casita con su mujercita y sus hijitas. Una oportunidad perdida de ganar una medalla más para colgarse en los uniformes junto a las otras. ¿Cómo ganan las condecoraciones los príncipes, si no van a la guerra al frente de sus tropas? He aquí una pregunta improcedente. Las ganan lo mismo que ascienden en el escalafón: porque para eso son príncipes y tienen la sangre azul, es decir, con hemofilia.

Otra pregunta indiscreta: ¿para qué sirve un príncipe? La única respuesta que se nos ocurre es que para despertar a la bella durmiente de su sueño inducido. Pero eso sucedía en el viejo cuento. Ahora el príncipe no quiere que la durmiente se despierte, para evitar que le haga esa misma pregunta. Así que le da el opio del fútbol a todas horas, para que continúe drogada y no se cuestione la necesidad de tener un príncipe de cuento al que pagar todos sus gastos.

Sin embargo, algún día despertará la Niña Bonita de su letargo, y explicará a los vasallos cómo deben invertir su dinero para obtener beneficios, en vez de derrocharlo inútilmente en la compra de elegantes uniformes militares de los tres cuerpos, en los que colgar las condecoraciones. Y ese día, colorín colorado, el cuento se habrá acabado, y empezará la realidad, que será real, pero sin realeza.

* Arturo del Villar es Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio.

http://www.unidadcivicaporlarepublica.es/index.php/monarquia/felipe-y-letizia/1239-felipe-no-cogio-su-fusil

viernes, 25 de marzo de 2011

Un periódico para la izquierda


Editorial

La Voz de la Calle

24/03/2011

El día primero de abril, del que Antonio Machado recordaba que “son de abril las aguas mil”, es el mes que La Voz de la Calle ha elegido para su comparecencia ante un público que valoramos como prometedor y necesario.

No descartamos las dificultades de nuestro proyecto, o si se prefiere, nuestra aventura. La aventura es siempre emocionante y, en nuestro caso, esperamos que también venturosa. Cuando hablamos de dificultades queremos referirnos a todas las cambiantes circunstancias que presiden el acontecer y lo conforman.

Decía también Machado en su poema que en el campo abrileño sopla a veces “el viento achubascado” pero que “entre nublado y nublado / hay trozos de cielo añil”.

Estar a la altura de esas modalidades del clima político es nuestra aspiración. Deseamos que predomine el añil entre chubasco y chubasco de cualquier adversa ventisca.

Nuestro soplo, nuestro aliento periodístico, será clara y abiertamente de izquierda, de una izquierda transformadora con sus alternativas para cada sector de la sociedad. Hay derechos sociales que hoy en día no se defienden con suficiente vigor y es lo que precisamente queremos denunciar y vocear. Para nosotros, los sindicatos no pueden ni deben ser apéndice del gobierno, sino la expresión de una clase que se organiza y ofrece desde siempre su fisonomía, aunque no en todos los casos su diseño adecuado, su perfil bien reflejado.

El pensamiento conservador se refugia hoy en la expresión “neoliberal” para acreditar lo que dista de ser, es decir, una residencia autentica de las libertades en vez de un fortín de los egoísmos clasistas.

Ese pensamiento no es el nuestro. El nuestro se dirige a los trabajadores en su mejor acepción, con empleo en el mejor de los casos y sin empleo por obra y gracia de la avaricia del capitalismo especulativo.

Desempleados, pensionistas, autónomos, pequeños empresarios huérfanos de crédito, asociaciones de vecinos, organizaciones ciudadanos, ateneos, foros, movimientos ecologistas y feministas, con los colectivos gays, funcionarios, profesores de universidad, estudiantes universitarios o aspirantes a serlo, estudiantes orientados a la formación profesional, científicos, profesores, inmigrantes……. Para todos ellos abrimos los brazos de nuestra escritura y de nuestro mensaje. Y ello a través de debates y actos que acojan sus inquietudes políticas, económicas, culturales y de otras nobles índoles.

La economía estará también presente, como es lógico e indispensable, en nuestras secciones tanto la que así se define como las de política internacional y nacional.

Queremos que entre política y economía no se establezcan separaciones artificiales, como desgraciadamente suele apreciarse en otros medios e incluso en los meros planteamientos políticos. Estarán los problemas económicos en el corazón del debate político, que será nuestra síntesis intencional, de acuerdo con la realidad imperiosa, exigente no pocas veces de planteamientos radicales y alternativas de este signo. A fin de cuentas, es la estructura económica la que condiciona, con su inesquivable realidad, el decurso de la política. Propugnar en este marco la defensa de una Banca Pública, justo ahora que se opera la transformación de las Cajas de Ahorros, es algo que se ofrece como oportunidad, tan difícil como abordable en el mundo de las exigencias sociales..

La corrupción estará en nuestra diana informativa y de pensamiento. Corrupción política y empresarial, y medioambiental también, por supuesto.

La memoria histórica en el más serio y menos folclórico de los sentidos, formará parte de nuestro empeño periodístico, con la vista puesta en el significado ético de aquella República arteramente frustrada a su pesar.

Una Ley Electoral reformada, que acabe con los intereses grupales y los gremios egoístas tendrá que ir del brazo de una reforma constitucional que pueda desembocar en República o Monarquía según los azares del acontecer histórico que toque vivir.

Un proceso constituyente estará siempre en nuestro punto de mira político.

martes, 22 de marzo de 2011

El escudo sobre el rey se debilita


Los expertos y los grupos de izquierda creen que el fallo de Estrasburgo contra España debería implicar un cambio en el trato a la Corona en los casos de injurias

Juanma Romero

Público

20/03/2011

Pensemos en el Reino Unido. "Fíjate qué se dice allí de Isabel II, de su hijo Carlos o de sus nietos, o en su día con la princesa Diana, las fotos que ha publicado la prensa británica en estos años. Hay un marcaje, un acoso insoportable, y nadie se querella. La Corona inglesa, con buen criterio, aprieta los dientes y se aguanta". ¿Y en España qué?

Aquí las cosas han cambiado desde el pasado martes, tras el "rapapolvo significativo" propinado a España por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH). Ambos entrecomillados pertenecen a Manuel Cancio, catedrático de Derecho Penal de la Universidad Autónoma de Madrid. Y no es el único: más juristas comparten la idea de que, desde ahora, en sintonía con lo indicado por Estrasburgo, los jueces y el legislador deberían rebajar la "excesiva" protección de la que el rey goza frente a los insultos.

Porque de eso trataba la resolución de la sección tercera del TEDH. Condenó a España a indemnizar con 23.000 euros a Arnaldo Otegi por haber vulnerado su libertad de expresión. El caso se remontaba a 2003, cuando el exportavoz de Batasuna llamó al monarca "jefe de los torturadores", hecho por el que el Tribunal Supremo (TS) le impuso un año de cárcel. El Constitucional revalidó la decisión.

La Corte no sólo exculpa a Otegi y denuncia la condena "desproporcionada" del TS. Arma una feroz crítica al blindaje del que disfruta la Corona. Que el rey ocupe una "posición de árbitro y de símbolo de la unidad" no implica que no se le pueda censurar "en el ejercicio de sus funciones" y no pueda ser cuestionado por los que "legítimamente contestan las estructuras constitucionales del Estado, incluida la Monarquía", señala el fallo.

Prudencia del Gobierno

El ministro de Justicia ya subrayó el martes que el Ejecutivo cumpliría la sentencia "en sus términos", lo que excluiría la vía del recurso ante la Gran Sala del tribunal. "Examinaremos su doctrina porque nos parecía muy equilibrado lo que habían declarado el TS y el TC", añadió Francisco Caamaño. Ayer, en el ministerio rehusaron precisar qué consecuencias tendría ese "examen" a la legislación. Por ejemplo, la revisión del Código Penal.

Eso fue lo que volvieron a plantear este jueves ERC, IU e ICV en el Congreso: presentaron una proposición de ley orgánica para despenalizar las injurias a la Corona. "Resulta hasta violento desde el punto de vista intelectual defender la protección reforzada de Juan Carlos", asegura el republicano Joan Tardà.

Para Gaspar Llamazares, de IU, "este es un punto de inflexión importante: despeja el tabú de que la Casa Real es intocable. Es de esperar que este fallo cale en un cambio en el Código para limpiar esos restos del naufragio de la dictadura". Lo que está sobre la mesa, apuntala Núria Buenaventura (ICV), es "normalizar la situación del rey".

El PSOE, aunque considera que la del TEDH es "una buena sentencia", no cree "necesario" modificar el Código, reformado en junio de 2010: "No se puede cambiar esta ley básica al albur de un acontecimiento. Además, la figura del jefe del Estado debe ser adecuadamente resguardada. Todas las instituciones tienen un plus de protección. La libertad de expresión tiene límites, no implica que se abra la veda", opone Julio Villarrubia, portavoz socialista de Justicia. Este diario intentó recabar sin éxito la versión del PP.

Los "límites" a la libertad de expresión también son recordados por Manuel Núñez Encabo, catedrático de Ciencias Jurídicas de la Complutense de Madrid y presidente de la Comisión de Quejas y Deontología de la Federación de Periodistas (FAPE). "Otegi no expresaba una opinión, sino atribuía un hecho delictivo, la tortura, a Juan Carlos. Creo que el tribunal no hace una interpretación correcta. Por eso no veo sobreprotección". Sí estima "discutible" la pena de un año de cárcel del TS. Enrique Álvarez Conde, constitucionalista de la Universidad Rey Juan Carlos, aunque discrepa asimismo del fallo "No está fundamentado, no creo que vaya a incidir en el futuro", sí entiende que el TS pudo "excederse". "El error fue condenar a Otegi", indica.

En la actual ley, un insulto grave hecho con publicidad se castiga con una multa de seis a 14 meses. Sin embargo, si las injurias o calumnias se dirigen contra la familia real "en el ejercicio de sus funciones", la pena puede ser de hasta dos años de cárcel, según impone el artículo 490.3 del Código.

Si el delito se comete contra las demás instituciones del Estado, las sanciones son menores y no hay prisión. Por ejemplo, los que injurien, calumnien o amenacen "gravemente" al Gobierno asumirían una multa de 12 a 18 meses. De ahí que el TEDH subrayara que la privación de libertad en estos casos "no es compatible" con la libertad de expresión garantizada por el artículo 10 de la Convención Europea.

El mandato de la Constitución

"Este fallo es una llamada de atención, porque alerta de que no somos todos iguales, porque confronta el modelo de Estado democrático", sostiene Laura Zúñiga, profesora de Derecho Penal de la Universidad de Salamanca. Y agrega: "Una protección especial, aunque sea posible en un Estado de derecho, puede complicar conductas críticas que avala la Constitución". Una salida pasa por la "despenalización".

No está sola. Carlos Martínez Buján, catedrático penalista de la Universidade de A Coruña, y Fanny Castro-Rial, profesora de Derecho Internacional Público de la UNED, señalan otra vía, el artículo 10.2 de la Carta Magna: dado que, en cuestiones de libertades fundamentales, las normas deben interpretarse conforme a la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y jurisprudencia internacionales, los jueces pueden aplicar la pena de la injuria normal, más leve, para los insultos a la Corona. En la práctica, "se vaciarían de contenido" los preceptos 490.3 y 491 del Código. "El problema reside no en que exista el delito de injurias, sino que, si afecta a la Monarquía, la pena es desproporcionada. El rey, dice el TEDH, no merece un trato diferente", aduce Buján.

La Zarzuela "no exige"

Otra opción, propuesta por Benito Aláez, constitucionalista de la Universidad de Oviedo, es modificar el Código para rebajar el castigo: "Las instituciones han de disfrutar de una protección penal menor que la de cualquier ciudadano. En un Estado democrático la crítica entre particulares está menos justificada que la censura al Gobierno, a las Cortes o al rey". "El TEDH ya ha dicho que si una persona está más expuesta por su actividad pública, es susceptible a más críticas", razona Castro-Rial.

¿Y por qué esta protección mayor? "Por atávico pensamiento cortesano. George W. Bush sufría parodias terribles en el programa Saturday night live de la NBC, igual que sufre chanzas la familia real británica. Jamás han denunciado. Aquí hay más papistas que el Papa. Estoy seguro de que Juan Carlos no ha exigido blindaje", esgrime Joan Josep Queralt, catedrático de Derecho Penal de la Universitat de Barcelona. Aláez piensa lo mismo: "No creo que a la Zarzuela le moleste una configuración u otra del Código Penal". La aludida, la Casa Real, prefiere no comentar el fallo. "No romperemos la costumbre", alega un portavoz.

Cancio cree que la condena del TS habría sido insólita hace una década. "Se ha producido una involución, pero está relacionado no con la Corona, sino con el terrorismo", con la mayor persecución policial y judicial a ETA y su entorno. No puede sacrificarse la libertad de expresión, subraya, porque "tiene un valor clave para el funcionamiento de una democracia avanzada".

El tablero está abierto. Falta ver qué ocurre. Comprobar si el velo sobre la Monarquía sigue resquebrajándose. O si aún le cabe un nuevo lifting.

-Los grupos de izquierda creen que se abrirá la veda al control de la Corona

UN ERROR QUE COSTARÁ 23.000 EUROS

Fue el 26 de enero de 2003 cuando Arnaldo Otegi cargó contra el rey. Juan Carlos visitaba ese día una central eléctrica en Vizcaya y Otegi, entonces todavía parlamentario de Sozialista Abertzaleak (Batasuna aún era legal), dijo que el monarca, como jefe supremo de las Fuerzas Armadas, era el “jefe de los torturadores”.

Lo afirmó en el curso de una rueda de prensa en la que analizaba la detención de los responsables del diario "Egunkaria". Tras la sentencia del TS a un año de cárcel y la ratificación del TC, Estrasburgo
exculpó esta martes 15 de marzo al exdirigente de Batasuna, le quitó esa pena “desproporcionada” e impuso a España el pago de 20.000 euros por daños morales y otros 3.000 por las costas.

El TEDH, en su resolución, remachó que las declaraciones de Otegi, aunque “provocadoras” y dotadas de una cierta “exageración”, no ponían “en cuestión la vida privada del rey, o su honor personal, y no constituían un ataque personal gratuito contra su persona”. Añadía que el hecho de que el rey sea, en virtud de la Constitución, “irresponsable” de sus actos, no le descarga de un “debate libre sobre su responsabilidad institucional, incluso simbólica, a la cabeza del Estado, con los límites respecto a su reputación”. La resolución recuerda que la libertad de expresión es un bien supremo, y sin “el pluralismo, la tolerancia y el espíritu de apertura no hay sociedad democrática”.

http://www.publico.es/espana/367025/el-escudo-sobre-el-rey-se-debilita

domingo, 20 de marzo de 2011

Usos de la memoria de la República y el exilio durante la Transición: los casos de Bergamín y Alberti


Mari Paz Balibrea
Birkbeck, Universidad de Londres

Blog "Ruedo Ibérico"

25/11/2009

En su amarga visita a España de 1969, después de treinta años de ausencia, el escritor exiliado republicano Max Aub se encuentra ante un país irreconocible y desolador: lugares y personas que están en su memoria, ya no lo están en la realidad, y viceversa, la realidad presente ha sido ocupada por personas y lugares que usurpan los espacios reservados a otros en la memoria del autor y sin saber estar a su altura. La esperada anticipación de la feliz reunión con el ente imaginado, deseado y recordado se ve completamente defraudada. El desencuentro se vive de forma traumática, y Aub sale de él amargado y habiendo perdido toda esperanza de reconciliación con el país. Como había ya anticipado al principio de su viaje, había venido a España, pero no había vuelto, ni lo haría ya jamás.

Nada hay de extraordinario en las implicaciones psicológicas de esta experiencia de extrañamiento, con la que se podrían identificar tantos otros, no necesariamente exiliados políticos, que emprenden la vuelta a un lugar abandonado largo tiempo atrás, o que reanudan contacto con alguien durante mucho tiempo ausente. Lo notable de La gallina ciega, diario de Aub donde se hace la crónica de este viaje a España, es el diagnóstico político y social que su desencuentro permite hacer sobre la España de la época. Porque en la descripción y análisis ferozmente crítico de esa nueva y para él intolerable España, Aub está identificando los signos inequívocos de un país que se ha modernizado irreversiblemente. Y son los condicionantes de esta irreversibilidad precisamente los que le expulsan: un país próspero y bienestante conseguido bajo un régimen político autoritario y un estado criminal; una gran masa social contentada a base de confort material y paz social, y necesariamente, radicalmente, apolítica, acrítica y amnésica. La modernidad que Aub había defendido durante la Segunda República, la guerra y después en el exilio, era incompatible con la que él veía, con horror, materializada en la España tardofranquista. La suya, como socialista humanista, partía de una democracia activa construída con la participación crítica, abierta, libre de todos, y aspiraba a alcanzar el bienestar de la ciudadanía con las herramientas de la educación en los valores de la libertad y de la redistribución de la riqueza. Con ese proyecto de modernidad se había identificado y eso había determinado todos los azares y las más firmes elecciones de su vida. Y le parece a Aub en 1969 que el régimen ha hecho, utilizando una mezcla diabólica de represión, lavado de cerebro y persuasión, un trabajo tan profundo de construcción del nuevo ciudadano español, que cualquier posibilidad de reacción contra el estado franquista es ya imposible. Aub cifraba en esta capacidad de reacción de los españoles que se habían quedado o que habían nacido bajo el franquismo, la posibilidad de reincorporar a España la memoria del exilio republicano. Por eso es su desencuentro tan devastador, porque lo es con aquellos en quienes esperaba encontrar aliados y solo halló conformismo, cuando no alienación. El franquismo había deglutido a sus detractores y conseguido usurpar un proyecto de modernidad para España, y eso suponía, reconocía Aub, su victoria definitiva e irreversible y, de rebote, la completa inutilidad histórica de la débil resistencia que él, y otros en el exilio republicano, habían intentado oponer al régimen. Y con esta constatación, Max Aub, que tan bien demostró entender en sus textos ensayísticos y literarios que la historia es una construcción del presente, un espacio de lucha donde se enfrentan, desigualmente, las versiones de vencedores y vencidos, se dio finalmente por derrotado. La Historia, esa de los vencedores que él en tantos textos había rebatido, subvertido y mofado, la había vuelto a ganar el franquismo, ahora perversamente legitimado, y la habían perdido para siempre los exiliados.

Max Aub murió en la Ciudad de México en 1972 sin haber podido atisbar, no ya el final de la dictadura, sino el del Caudillo mismo. Y, sin embargo, yo encuentro en La gallina ciega uno de los textos más lúcidos para entender el desarrollo de la Transición democrática y el triunfo en ella de una versión del presente de España construida sobre la no incorporación compleja de su memoria desde los tiempos de la Segunda República. Innegable es que Aub exageró en su diagnóstico la ausencia de resistencia contra el franquismo, que no era total ni mucho menos y cuya presencia en actividades y posicionamientos mucho tuvo que ver con el advenimiento de la democracia después de que muriera Franco. Pero para explicarse la aceptación de las grandes masas sociales de lo que polémicamente se ha llamado el Pacto de Olvido acordado entre las élites políticas como mecanismo privilegiado de pacificación y reconciliación social de un país que había vivido durante cuatro décadas bajo la represión franquista, el veredicto de Aub es de gran importancia. Si no hubiera sido España a alturas de los setenta el país fundamentalmente desprovisto de cultura política, desconocedor despreocupado de muchos aspectos y versiones su propio pasado y considerablemente próspero y acomodado que helara el corazón de Aub, no es descabellado pensar que habría sido más difícil contentarle con la versión de democracia que la mayoría aceptó como más deseable.

No podemos afirmar tampoco, por otra parte, que la construcción ideológica y discursiva de la democracia como objetivo deseable y por fin al alcance de la mano, prescindiera completamente de toda alusión a la memoria y la herencia de la Segunda República. En otro lugar he estudiado cómo una clave para entender el tratamiento que recibe la memoria del periodo republicano durante la Transición es distinguir entre el que recibe políticamente la República como forma de Estado y de gobierno, y el que le dan culturalmente con referencia a sus intelectuales, y cómo discursivamente se solapan ambas vertientes con efectos altamente ideológicos (2007:32-38). En cuanto a lo primero, la cuestión política, la República fue denostada y sistemáticamente descalificada como forma viable o deseable de Estado en un momento muy delicado en el que España estaba saliendo de una forma de Estado autoritaria y necesitaba encontrar otra democrática. En cuanto a la cultura, por otra parte, fue habitual, aunque no sistemático, el reconocimiento público ofrecido a conocidos intelectuales y artistas del exilio republicano: María Zambrano, Rosa Chacel, Pau Casals, Rafael Alberti, son algunos de los nombres más conocidos. Su reintegración a España contribuía a un proceso de reconciliación nacional que pretendía simbólicamente unir lo que la guerra y el franquismo habían separado. Lo que se buscaba en la conexión con ellos eran unos valores de apertura y tolerancia que validaran la legitimidad y el pedigree democrático de la aventura transicional. En este caso, por tanto, no es de lamentar que se prescindiera completamente, o que se antagonizara la memoria de la República, como ocurrió con su vertiente política, sino más bien que se trivializara su presencia y se utilizaran sus representantes políticamente para jugar un papel totémico y fosilizado en la Transición: ancianos venerables, figuras de un pasado que convocaban de forma sentimental y abstracta para las generaciones que no lo habían vivido, conectables en su simpática solidaridad democrática con las aspiraciones sociales de la Transición, pero insalvable y tranquilizadoramente remotos, limadas todas las aristas de su previa radicalidad o posición crítica, cuando la había habido. Ellos, seguramente más que ningún otro símbolo (los demás –bandera, himno, iconografía– se descartaron) sirvieron para establecer esa hilación buscadamente débil entre Segunda República y Estado democrático. Para las instituciones que los agasajaron y homenajearon, para los medios de comunicación que durante un tiempo los representaron, para las masas entregadas que fervorosas les aplaudieron, para esa España en puertas de la postmodernidad, fueron ese signo trivializado y en dos dimensiones que lejos de invitar a la reflexión sobre la influencia del pasado en el presente del país, actuaron como pantalla para evitarla. De las fotos de rigor con las autoridades, pasaron, unos después que otros, al cómodo compartimento estanco de sus respectivas disciplinas, al rincón de las fundaciones erigidas en sus respectivos lugares de nacimiento, futuros objetos de estudio crítico super-especializado, carne de tesis doctoral.

Es este aspecto precisamente del tratamiento de las figuras de la intelectualidad republicana durante la Transición el que quiero explorar con más detenimiento en este ensayo. No me importa aquí perseguir en ningún caso el encaje o desencaje disciplinario e historiográfico en sus respectivas áreas de producción literaria después de su vuelta. Sobre lo que quisiera reflexionar aquí es en qué medida y cómo su vuelta a España durante la Transición significó su reinserción (o no), no sólo en los discursos culturales de la época, sino especialmente, y a través de éstos, en los discursos socio-políticos. Dadas las limitaciones de espacio, escojo dos personajes de procedencia bastante similar, amigos entre sí, ilustres miembros de la generación del 27 (Bergamín siempre quiso llamarla de la República) e intelectuales comprometidos durante la República y la guerra, pero antagónicos en cuanto a cómo se enfrentaron a y a cómo fueron tratados por la España de la Transición. Se trata de Rafael Alberti y José Bergamín, la cara y la cruz, la luz y la sombra de la relación del exilio republicano con la Transición.

Parece contradictorio pero fueron las posturas del militante comunista ateo Alberti las integradas y las paradójicas y sui generis del comunismo católico (Una de las frases más celebradas de Bergamín era la de: “Yo, con los comunistas, hasta la muerte, pero ni un paso más”) de Bergamín las tachadas de radicales y consiguientemente rechazadas. Ambos, que fueron grandes amigos toda su vida, se enfrentaron de formas opuestas, primero a la posibilidad, y luego a la realidad de la vuelta a España, tal y como se anticipa en su epistolario publicado por la revista Litoral, de X a X: Bergamín desde la crítica más exigente al presente de España, Alberti desde la nostalgia cada vez más insoportable de la patria, que en la alegría de una vuelta tan celebrada como la suya, limó todas sus aristas ideológicas. A su regreso, Alberti ejerció sin tregua de “poeta en la calle,” mientras que Bergamín, fuera de su fracasada presentación al escaño en el Senado por Izquierda Republicana, y de aisladas adhesiones y solidaridades con personas y causas, rehusó participar en una “cosa pública” cuyos principios consideraba no legítimos. A pesar de sus trayectorias transicionales diametralmente opuestas, en ambos casos podemos decir que a través de sus figuras mediatizadas en la prensa, la radio y, cada vez más, en la televisión, se vehicularon y reforzaron ideas sobre la República, la guerra y el exilio, que contribuyeron a cimentar, no solo una particular memoria de éstas, sino también el entendimiento y el grado de satisfacción con el presente de la Transición. Tanto Alberti como Bergamín sabían por experiencia lo que era ser un intelectual público, ambos habían ejercido consciente y orgullosamente como tales durante la República y la guerra, y en menor medida, y sobre todo Alberti, habían mantenido una voz pública durante el exilio. Pero ese protagonismo y transcendencia suyas de entonces, ese convencimiento de su rol imprescindible en la salvación del pueblo, tan característicos de los intelectuales españoles de estirpe moderna, institucionista y liberal, ya no era posible en la España quasi postmoderna de la Transición. La clase política transicional los alabó cuando convino, y los relegó cuando le incomodaban, escogiendo con mucha eficacia en cada momento lo que más le interesaba de cada uno.

Rafael Alberti vuelve a España en olor de multitudes el 27 de abril de 1977, para convertirse inmediatamente en icono de la democracia y celebridad mediática. La fotografía del poeta, el brazo en alto en gesto de saludo, la melena blanca al viento, descendiendo sonriente por las escaleras del avión que lo traía de su exilio romano, es una de las imágenes más conocidas del periodo y que mejor encapsula esa idea de la Transición como meta feliz de la historia de España. Las palabras de su discurso lo corroboraron:
Salí de España con el puño cerrado, pero ahora vuelvo con la mano abierta, en señal de paz y reconciliación con todos los españoles. (citado por Fermín Partido, 204)

Hasta su muerte en 1999 se prestó a participar en numerosos actos públicos de defensa de la democracia, la paz y la autonomía. Igual que su partido, el PCE, estuvo dispuesto a abdicar de la bandera tricolor para concentrarse en las consignas de democracia y libertad. Éstas eran las que subyacían en los mecanismos de movilización que acabaron por imponerse en la Transición y por tanto no es descabellado decir que la abundantísima presencia pública de Alberti en la España de la época contribuyó eficazmente a validar el proceso de la Transición tal como se estaba produciendo. Por ello Alberti es probablemente el intelectual español republicano mejor y más complejamente aprovechado por la Transición, lo cual no quiere decir que no tuviera críticos tanto por la derecha como por la izquierda. El poeta gaditano resultó que reunía unas condiciones particularmente propicias para ese momento histórico. Para empezar, tenía vocación de “poeta del pueblo” y, muertos Antonio Machado y Miguel Hernández, no había otro mejor que él. Alberti traía consigo el prestigio de un rapport con el pueblo español mártir que venía de esa relación particular que en la República y la guerra cultivaron los intelectuales leales a la República. La imagen del intelectual que con su literatura o arte se pone al servicio del pueblo y el progreso de España es central en la memoria progresista española del siglo XX, y había sido muy difundida en la mitología del antifranquismo. Como gran poeta moderno de su generación, Alberti dominaba las formas populares de la poesía, y se había caracterizado durante casi toda su carrera artística por ponerlas al servicio de la política, entendida como servicio al pueblo. Alberti era un animal político y una de las figuras más cosmopolitas de su tiempo: había viajado por todo el mundo como famosa personalidad pública desde sus veinte años. En el escenario sabía enardecer a las masas, pero también sabía tratar con todo tipo de personalidades. Sus años de exilio a las espaldas le daban una legitimidad, una autoridad moral colosales, aún más cuando se materializaban en aquella figura tan atractiva del abuelo grande y de cabellos largos, blancos y alborotados, algo travieso, y despistado, vestido de marinero. Alberti decía de sí mismo como figura del exilio que era “una especie de Virgen de Lourdes de la emigración” (La arboleda, 316). Como militante comunista, aceptó la disciplina del partido, empezando por su aceptación de presentarse como candidato del comunismo al Senado por Cádiz en las elecciones del 1977 (dimitiría a los dos meses), hasta su participación en numerosos mítines del partido. Dado el papel que el PCE tuvo en la Transición, hay que pensar que Alberti fue un baluarte que contribuyó a extender la imagen de un comunismo domesticado y benevolente, que se quería respetable y al tiempo atrayente, que mostrara discretamente las heridas de un pasado de sufrimiento, pero al tiempo sofisticado y prestigioso, fue el gran legitimador de la Transición para la izquierda. Vázquez Montalbán cae metafóricamente rendido a sus pies en 1977 en la ceremonia de apertura del primer parlamento democrático tras cuarenta años, metonimizando en su chaqueta la diferencia cualitativa, y legitimadora, que la presencia del poeta impone al acto:
Fenomenal la chaqueta de Alberti. No era capricho de un poeta a la hora de construir su propia imagen ante el espejo, sino la voluntad de un poeta revolucionario de proclamar la libertad de ser y estar en el mundo y en las Cortes Constituyentes. Una chaqueta nacida quizá para animar los últimos resoles de la tarde ocre del Trastevere romano se convertía en proclama de imaginación y libertad, en el contexto de varios centenares de señorías ahorcados de sus propias corbatas. Y no es que uno divida el mundo en buenos y malos según lleven chaquetas Alberti o corbatas Fernández de la Mora.
Es que uno comprende que Alberti con su chaqueta quiso desterrar para siempre de nuestros ojos el negro color del luto y el color gris de la domesticación. (citado por Fermín Partido, 213)

En efecto, Alberti es cool como lo son los famosos, tanto en la forma como en el contenido, y Vázquez Montalbán, sensible como pocos en esa época a la semiótica de los medios de comunicación de masas, no puede dejar de leerle como lo haría con una estrella de Hollywood. El poeta es en la Transición un icono que seduce a todo el progresismo, llena estadios e inspira pasiones. En el libro cuarto de sus memorias, La arboleda perdida, deja constancia varias veces de su relación con su condición de estrella. Desde las personas que continuamente lo abordan para que les dé un autógrafo y se haga una foto con ellos cuando se sienta a tomar un café, porque “Lo vemos a usted tantas veces por la televisión” (223), hasta la correspondencia que recibe: “No puedo responder a tantas cartas, a tantos poemas y dibujos como recibo” (313). En otro momento hace recuento de los lugares que ha visitado, a sus 82 años:
En menos de mes y medio –más poeta dinámico y viajero que nunca- estuve en Cádiz, en Huelva, en Corfú, en Bruselas, en Milán, en Utrecht, en París, en Valencia, en Baeza, en Huelva de nuevo, para recalar al fin en Barcelona y otra vez en Madrid… (333)
En coplas dice de forma jocosa aceptar gustoso su papel:
¡Pero qué joven, Dios mío!
¡Quién tuviera tanto brío!
¿Quién hoy sin despertar risas
Osa llevar sus camisas?
¿Quién da tantos recitales
Por pueblos y capitales,
Hablando, gran tontorrón,
De Cádiz sin ton ni son?
¿Cómo puede no cansarse
Tanto tiempo sin sentarse?
Mas todos lo solicitan
Y por él se despepitan
-Venga mañana a Alcorcón
Para echarnos el pregón… (318)

Pero de forma mucho más dramática, se nos presenta en otras ocasiones al borde del colapso, desbordado por su papel público:
Ahora es cuando deseo, sobre todo en las noches, tirar todo. Romper todo. Vamos ¡Valor! Me inundan, me acosan los papeles: cartas, sobres rotos, catálogos de exposiciones, revistas, periódicos… Me invaden. Mi cuarto ya no es más que el breve espacio de mi cama. Dentro de ella me defiendo. Mi barricada, Mi trinchera. Pero me cercan. Avanzan milímetro a milímetro. No puedo más. ¡Afuera! No quiero ver más libros, más cartas, más sobres a pedazos en el suelo. ¡Dejadme! ¡Voy a gritar!. Y grito. (321)

A pesar de las sucesivas debacles electorales del PCE a lo largo de la Transición hasta llegar a su virtual desaparición, antes de su reencarnación, ya en los ochenta, dentro de Izquierda Unida, la figura de Alberti no padece mella alguna. Al contrario, la imagen pública de Alberti transciende su relación con un partido que se hunde irremediablemente, porque la serie de valores: paz, democracia, libertad, que se ha dedicado a defender siguen identificándose perfecta, ambiguamente, con toda la empresa de la Transición. Por ende, su dimensión estrictamente cultural de miembro aún superviviente de la Generación del 27, produce su propia pequeña industria, que le garantiza un lugar de honor y prestigio en la vida pública española, a medida que va palideciendo en intensidad político-electoral con el avance de la Transición. A partir de los ochenta, Alberti acude a menos mítines del PCE, pero incluye en su agenda la asistencia a exposiciones internacionales y atiende a diferentes tipos de peticiones de su presencia, como representante, podemos inferir, de una España democrática y progresista. El otorgamiento del Premio Cervantes en 1983 le da el estatus totémico de artista reconocido institucionalmente por la España democrática. Pero más significativo que esta concesión del premio me parece otro suceso, mediático también, para entender la práctica institucionalización de Alberti como vehiculador simbólico de la memoria democrática y de prestigio de la España del siglo XX: el hecho de que se publiquen sus memorias por entregas en El País. En efecto, a partir de noviembre de 1984, y con una frecuencia bisemanal, Alberti iría publicando entregas de lo que serían las partes tercera y cuarta de La arboleda perdida, las que abarcan precisamente desde la proclamación de la República hasta el momento contemporáneo. Que Alberti se comprometa a este proyecto con el El País, el diario que, publicado desde 1976, mejor encarnaba las posiciones liberales de centro izquierda de la Transición, y que habían pasado a ser hegemónicas con el ascenso del PSOE al poder en 1982, da la medida de hasta qué punto Alberti había aceptado su papel en la España democrática:
Escribir mis memorias, ir prendiendo las hojas de estos árboles cada vez más viejos de mi Arboleda, en medio de los numerosos e imprevistos viajes –recitales, conferencias, filmaciones- que me han tocado este último largo mes, es sostenerme en vilo, pensando en no alcanzar la fecha justa para enviar mi obligado capítulo a El País, perder el hilo, la continuidad comprometida.(282)

Quiero destacar de esta cita la forma en que Alberti llama la atención sobre su propia condición de celebridad, en la forma como vincula explícitamente la escritura de las memorias por una parte con una exigencia –por lo menos- profesional, y por otra con sus continuos viajes. Ambas cosas, la obligación de escribir y “los numerosos e imprevistos viajes” hacen hincapié en que Alberti vive de comercializar su memoria, ya sea escribiendo, ya sea respondiendo a las continuas solicitudes de su presencia en diferentes partes de la geografía española e internacional. Difuminadas –o neutralizadas- sus vinculaciones con el Partido Comunista, y sublimado lo político de su actuación histórica en la destilación de la memoria que gusta sobre todo de recordar personas y paisajes, en la última etapa de su vida, Alberti se convertiría en el hombre-memoria por excelencia de la España democrática, alguien que ejercía muy eficazmente la labor de invocación de un pasado nacional. Lo digo no sólo porque escribiera sus memorias como y donde las escribió, sino porque su figura entera había conseguido encarnar un pasado deseable, respetable, inteligente, sensible y civilizado para el país en el que a la España democrática le gustó particularmente mirarse. El pasado de alguien que, escogiendo el lado de los perdedores varias veces en su vida, y esa era su fuerza moral, había llegado a ser indiscutiblemente un ganador.

Un caso muy distinto al de Alberti es el de José Bergamín. Si la España de la Transición había encontrado en Alberti al comunista domesticado, al abuelo venerable para legitimar y alegrar todas sus fiestas de consolidación, Bergamín fue el exiliado retornado intratable y hostil. Bergamín no había esperado a la muerte del caudillo para volver a España, lo había hecho ya, incapaz de permanecer más tiempo separado de su patria, en 1958, pero sus continuos problemas de enfrentamiento con el régimen le obligaron a volverse a marchar al exilio en 1963. Volvería definitivamente en 1970. Su insistencia irrevocable en la necesidad de una república para España como única vía legítima de estado democrático hizo su postura completamente incompatible con la monarquía parlamentaria en ciernes que resolvía el pacto entre antifranquistas y franquistas, y que Bergamín interpretaba como una nueva Restauración de continuismo franquista. “Mi mundo no es de este reino” dirá, con su característico conceptualismo. Tras la forma incendiaria de su decir y el maximalismo de sus posiciones, que le valieron la descalificación de la mayoría, se revelaban observaciones muy justas sobre la Transición política que después otros muchos, con menos pasión, no han podido por menos que corroborar: la genealogía franquista de la que provenía el rey, la sospechosa falta de pedigree democrático en España de la institución y la forma de estado monárquica, la rebaja de los principios que la izquierda había mantenido durante el antifranquismo, una vez se habían convertido sus integrantes en miembros de partidos con representación parlamentaria, la descarada derechización del PSOE: “Socialistas y comunistas, desde que se disfrazan de monárquicos (por razones de Estado), no se disfrazan, se desenmascaran”. En definitiva, Bergamín abominó de las componendas de la Transición política y terminó por expresar su disidencia abdicando completamente de su país, él que tanto había contribuido durante la guerra civil y en el exilio a construir el imaginario de la España ética en lucha e injustamente derrotada con la fundación de revistas míticas como España peregrina o editoriales como Séneca en México. Se presentó a las elecciones generales de 1979 como candidato al Senado por un partido republicano, Izquierda Republicana, y terminó sus días como ferviente defensor de la izquierda abertzale y simpatizante de ETA. El, que tanto había querido volver a España, acabó en 1982 retirándose definitivamente a vivir en el País Vasco, al espacio real e imaginario de una Euskal Herria que se quería independiente. Este nuevo y final exilio daba la medida de su desprecio y desentendimiento de todo lo español pues para Bergamín irse a Euskadi era irse de España:
No quisiera morirme
aquí y ahora
para no darle a mis huesos
tierra española

A Bergamín se le vio hasta su muerte con una mezcla de perplejidad y condescendencia. Sus críticas feroces al proceso de Transición se relativizaron y minimizaron como salidas de tono de un anciano excéntrico al que no había que tomar demasiado en serio. De tal forma que, cuanto más intensificaba él sus diatribas antimonárquicas, más éstas servían para reforzar el estatus quo.

Cortejado como otros intelectuales republicanos para que prestara su apoyo al proceso democrático, siempre se negó a hacerlo. Bergamín sospechó desde el principio de las estrategias de apropiación que la Transición iría haciendo de la memoria del exilio y opuso a ellas el mantenimiento hasta el final de su condición de peregrino en su patria, como posición política de disidencia que marcaba las diferencias entre la democracia que había nacido con el proyecto republicano y la que gastaba la Transición, diferencias que desde el interior se pretendían abolir en actos simbólicos como los de recuperación de los exiliados republicanos a los que nos hemos referido. En una de sus contadas colaboraciones para El País, de 1979, “El cadáver de Machado”, con motivo de la insistencia de algunas voces políticas de la Transición para que se repatríen los restos mortales de Antonio Machado, ya apunta a esta aversión a la integración espúria de exiliados al pronunciarse rotundamente en contra de:
el macabro trasiego, el tráfico indecoroso de cadáveres ilustres que inició el franquismo para enmascarar malas conciencias, gusaneras, tal vez, de remordimientos. Los muertos caídos fuera de España, porque no pudieron o no quisieron volver a ella en vida, deben quedar en los sitios donde cayeron, dándonos ese testimonio histórico de su destierro que honra su vida entera.

María Zambrano asimila la imagen de este Bergamín indómito del exabrupto contra la Transición a la de un dios colérico, combinando sutilmente las implicaciones de ética inquebrantable con las de masoquismo exhibicionista:
Creo que murió para ser crucificado. Su ingreso, su adhesión y su entierro a la sombra de ETA los interpreto, pues así los siento, como una especie de cadena de improperios, esos improperios que Nuestro señor –digo Nuestro Señor porque lo es mío- dijo desde la cruz el Viernes Santo contra el mundo.
Lo veo así a mi amigo Bergamin, diciendo improperios. Quiso que su entierro fuese un improperio, pero un improperio sacro: contra toda la falsedumbre, contra toda felonía, contra todo. Fue como exclamar: “Despiértate, Dios mío, que estoy aquí sólo, en la cruz”. (150)

Si no en la cruz, sí en la opinión pública, Bergamín se quedó bastante solo con sus críticas. A diferencia de otros exiliados que hicieron sus críticas a la Transición y al nuevo estado democrático de forma velada y muchas veces solo privada (como por ejemplo Zambrano), Bergamín se negó a apearse públicamente de su republicanismo. Crucificada o no, fue ciertamente una víctima de la Transición. Las primeras informaciones en la prensa sobre Bergamín de ese periodo (1976-1977) se centran en su figura de escritor exiliado y miembro destacado de la Generación del 27. Su nombre aparece asociado a homenajes a Lorca, a reediciones de libros, entregas de premios y doctorados honoríficos, muy en la línea de recuperación de los mitos democráticos que se habían ido forjando en las filas del antifranquismo y en consonancia con lo que he llamado el uso de la cultura del exilio como mecanismo de legitimación en el postfranquismo. Pero Bergamín estaba al mismo tiempo actuando como vitriólico comentarista político de la Transición, aunque eso tuviera menor eco mediático. En un editorial de El País de 9 de abril de 1978, se nos informa de la detención de Bergamín por la publicación de un artículo suyo en contra de la Monarquía, en compañía del director de su periódico, Sábado Gráfico, y se le pone como ejemplo de la ausencia de libertad de expresión que aún aqueja a la joven democracia española. Vale decir, sin embargo, que el director de Sábado Gráfico, Eugenio Suárez, decide por esas fechas, y es de deducir que a raíz de este desagradable incidente, prescindir de los servicios de su ilustre colaborador, según señala Gonzalo Penalva, porque consideraba que el escritor republicano estaba tocando un tema tabú. Así transcribe Penalva (287) las palabras de Suárez:
A Bergamín, un buen día, le dio la ventolera por apuntar a una diana que yo, como director de Sábado Gráfico, no consideré oportuno ni conveniente alcanzar. La flecha era suya, pero el arco era mío.

Que los ataques a la Monarquía fueran un tema intocable en la primera Transición no debe extrañarnos, pues lo ha continuado siendo una vez consolidada la democracia. En cualquier caso, la candidez del comentario de Suárez indica cómo, aún a esas alturas, la censura no era cosa sólo de las instituciones aún con resabios franquistas, sino extendida en los medios de comunicación. El mismo El País, que había criticado como hemos visto que censuraran a Bergamín, solo en contadísimas tres ocasiones dio cabida a sus artículos de crítica política en los primeros dos años de vida del periódico. Si hemos de creer lo que afirma Penalva, Bergamín es “vetado y censurado en [los medios de comunicación escritos de] Madrid” (288), a partir de 1978, y no volverá a escribir regularmente en ninguno de ellos. Lo mismo puede decirse de todos los periódicos de ámbito estatal. Sus últimas colaboraciones de tema político, en sus tres últimos años de vida, serán para publicaciones del País Vasco: Punto y Hora y Egin.

La pertenencia, polémica, pero la misma polémica le daba visibilidad, de Bergamín a la Generación del 27 -el gran pilar de la conexión cultural de la España transicional con un pasado ético y democrático-, su labor poética y editorial, le salvó del total ostracismo. Hasta su muerte y después siguieron apareciendo informaciones en toda la prensa española sobre Bergamín centradas en su labor cultural, editorial, la que lo conectaba con el polo seguro de la Generación del 27: sus aspectos formales y filológicos, su anecdotario (amistades, experiencias colectivas), invocados una vez más al hilo de la aparición de nuevas ediciones, congresos, homenajes o premios. Se ponía así al escritor en su lugar, el de las letras, sacándolo del de la política que tanto le importaba a él, terreno en el cual su figura era “temida, relegada y esquivada” (Penalva, 289). El mismo Alberti, su amigo, lo reconoció a su muerte:
Ha muerto como perdido, lejano, ejemplarmente íntegro en su fe, en su desilusión de tantas cosas, admirado pero no tan reconocido como merecía; discriminado, marginado, como personaje molesto, con el que para muchos no era grato tropezarse.

Alberti y Bergamín son, a mi modo de ver, dos caras complementarias de la suerte que la memoria de la República y el exilio corrió en la Transición española, y sirven de ejemplo a un tema que va mucho más allá de sus casos particulares. Ambos fueron instrumentos, por activa o por pasiva, de un momento histórico en el que esas etapas del tumultuoso siglo XX español que ellos encarnaban tenían que invocarse y tratarse. Las maneras en que se resolvió esta invocación y este tratamiento son imprescindibles para ahondar en el conocimiento de la relación que la España democrática estableció (o no estableció) con el pasado que el franquismo le había negado y reprimido.

BIBLIOGRAFÍA

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Aub, Max. La gallina ciega. Diario español. Barcelona: Alba, 1995.

Balibrea, Mari Paz. “Constituyendo España: Estado y República en tres décadas de democracia”. Schammah Gesser, Silvina (ed). El “Otro” en la España contemporánea: prácticas, discursos, representaciones. Fundación Tres Culturas-University of Tel Aviv, 2009, en prensa.

Balibrea, Mari Paz. Tiempo de exilio. Una mirada crítica a la modernidad española desde el pensamiento republicano en el exilio. Barcelona: Montesinos, 2007.

Bergamín, José. “El cadáver de Machado.” El País, 8 de marzo de 1979. ELPAIS.com

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Del Campo, José. “¿Qué significa votar república ahora?” El País, 24 de febrero del 1979. ELPAIS.com

http://www.elpais.com/articulo/espana/ESPANA/IZQUIERDA_REPUBLICANA/ELECCIONES_LEGISLATIVAS_1979_/1-3-1979/significa/votar/republica/ahora/elpepiesp/19790224elpepinac_1/Tes. Último acceso el 19 de septiembre, 2008.

Delay, Florence y Dominique Letourneur (dir). José Bergamín. Paris: Editions du Centre Poumpidou, 1989.

Feliz Azurmendi, José. “Mourir en Euskadi, question de style”. Delay, Florence y Dominique Letourneur (dir). José Bergamín. Paris: Editions du Centre Poumpidou, 1989: 231-242.

Fermín Partido, Eduard. “En la fustigada transición: re-visiones en el retorno de Alberti.” Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, Vol. XXIV,1 Otoño, 1999, pp. 207-220.

López, Helena. “Exile, Cinema, Fantasy: Imagining the Democratic Nation.” Journal of Spanish Cultural Studies. Vol. 6, No 1, Marzo 2005: pp. 79-100.

Penalva, Gonzalo. Tras las huellas de un fantasma. Aproximación a la vida y obra de José Bergamín. Madrid: Turner, 1985.

Zambrano, María. “Bergamín, crucificado.” Las palabras del regreso. Salamanca: Amarú Ediciones, 1995, pp. 149-150.

Fuente: “Usos de la memoria de la República y el exilio durante la Transición. Los casos de Bergamín y Alberti.” In Maria Ruido (ed). Sobre imágenes, lugares y políticas de memoria. Santiago de Compostela: Xunta de Galicia. Consellería de Cultura e Deporte/Centro Galego de Arte Contemporánea, 2008, pp. 443-453.

http://www.ruedoiberico.org/blog/2009/11/usos-de-la-memoria-de-la-republica-y-el-exilio-durante-la-transicion-los-casos-de-bergamin-y-alberti/

viernes, 18 de marzo de 2011

El caso Foxá


Contra la Soledad

La República

09/03/2011

El caso Foxá, que va a llevar al banquillo judicial a la concejala de Sevilla Pepa Medrano, es casi exacto al ocurrido en Francia con Céline. Sólo que allí se va a resolver sin las reminiscencias del nazi-fascismo que en España nos llevan a vivir una especie de democracia de los vencedores, una vez demostrada la cobardía de la ley de memoria histórica, que sin duda está en la base de hechos surrealistas como el caso de Garzón, el de Miguel Hernández (que aún sigue condenado a muerte, como tantos otros) y el caso Foxá.

¿Qué ocurrió exactamente en Sevilla? Se deniega un local municipal a la petición de “Homenaje a Agustín de Foxá en el cincuenta aniversario de su muerte” (sic). Es decir, no se prohíbe nada; simplemente no se cede un local municipal, un centro cívico, para un homenaje (nunca se dice literario) a un cómplice del genocidio fascista, por lo tanto, a un criminal franquista. Y para más datos: el homenaje al final se dio, por desobediencia de los peticionarios, en el recinto del centro cívico; exactamente en el jardín, sin que el Ayuntamiento desalojara ni mandara desalojar.

La concejala, y todo el grupo municipal, más el Ayuntamiento (excepto el PP, en minoría), avalaron esta actuación, que fue denunciada por dos asociaciones de ideología muy especial, que nada tiene que ver con la construcción de la democracia en nuestro país.

A raíz de la anulación del permiso, una serie de medios de comunicación inician una campaña feroz, a la que se suman, para sorpresa de todos, intelectuales muy conocidos, supuestamente de izquierdas (más bien “progres”; uno de ellos, después de alabar a Foxá, dijo que el grupo municipal de IU se había pasado y tendría que arrepentirse públicamente).

En definitiva, se ha dictado el auto de procesamiento, por presunto delito, con petición de la fiscalía de una larga inhabilitación; y cárcel y otros “castigos” por parte de los denunciantes.

La primera reflexión hay que dirigirla al sujeto de este caso, don Agustín de Foxá, fascista, dirigente del régimen dictatorial y cómplice al menos del genocidio franquista; desde luego parecía, en principio, rechazado por la ley de memoria histórica como objeto de un “homenaje” que se dice literario pero, que más allá, se puede presuponer siempre político, ya que no es posible separar ambas cosas (al menos en este caso) con la “pureza” con la que ha actuado la derecha mediática, política y esos cándidos (y mercantiles) intelectuales de la progresía. Es más, la audiencia provincial dice en su auto que hubo intencionalidad política en la suspensión. ¿Y no la hubo, al menos al mismo nivel , en la petición del homenaje? Todo suena tanto a chapuza y a meter de matute un cierto escarmiento…

Cuando en Francia sacan a Céline de la conmemoración, por parte del mismo ministro que la aprobó en principio, éste llegó a la siguiente reflexión: “Céline merece todas las celebraciones literarias por su genialidad incontestable; pero al haber puesto su pluma al servicio de una ideología repugnante no encaja con el principio de las Celebraciones Nacionales”. Es decir, resultaba inseparable al autor de su obra, cosa que viene demostrando alguno hasta la saciedad, por eso no se puede entender que la jueza que instruyó el procedimiento hable de la literatura como algo ajeno a la ideología y perteneciente a la cultura, y que por eso debe ser honrada desde su calidad, con independencia de su funcionamiento real (el milagro de los panes y los peces: la literatura no tiene nada que ver con la ideología cultural). El caso de Foxá es exactamente igual, aunque desde luego nadie lo puede considerar un genio, como a Céline. Precisamente su novela emblemática, “Madrid de Corte a checa”, que empieza en un tono literario, termina en su última parte (“Hoz y martillo”, cito de memoria) con un ataque virulento no ya a los comunistas y republicanos, que también, sino al pueblo llano de Madrid, al que se observa con auténtica mirada genocida.

Así, pues, de matute, desde una concepción purista, metafísica, de la literatura (cuya autonomía, por cierto, ha sido laminada por el mercado en los últimos años), se está intentando solventar algo podrido, sanguinario, que se sigue defendiendo, esta vez con el pretexto de la literatura

Un juez y una concejala, ingenuamente, se han adentrado por el jardín de un antiguo dominio aún vigente (el franquismo), y todavía no han regresado. Se les intenta anular, “castigar” con los instrumentos de la democracia. El mundo al revés: hace 40 años el fascismo no permitía la existencia de la democracia; hoy, en cambio, resulta que lo antidemócrata es no dejar que este pensamiento, el fascismo, rinda homenaje a los suyos. Vaya bodrio de ley de memoria histórica.

domingo, 13 de marzo de 2011

Una gaceta a la izquierda de la izquierda busca un hueco en el quiosco


TENDRÁ UNA TIRADA INICIAL DE 90.000 EJEMPLARES

Carlos Camino

El Confidencial

12/03/2011

La noticia ha corrido como la pólvora entre los profesionales del periodismo. Un nuevo diario, de los de siempre, de papel, se presentará en los quioscos a principios de abril. La Voz de la Calle ha sorprendido desde todos los puntos de vista con su lanzamiento: se situará a la izquierda, saldrá a la calle con una tirada de 90.000 ejemplares y su precio será como el de un grande, 1,20 euros.

Una apuesta arriesgada que contará con una plantilla de 50 periodistas comandados por un director del que todavía se desconoce el nombre y por Rodrigo Vázquez de Prada y Eugenio Viejo en las subdirecciones. Uno de los principales impulsores de esta cabecera ha sido el histórico empresario comunista Teodulfo Lagunero, uno de los pulmones económicos del PCE. Aparte de él, entre los nombres que compondrán el comité editorial del medio destacan el rector de la Universidad Complutense, Carlos Berzosa, la viuda de José Saramago, Pilar del Río, o el ex director general de la UNESCO, Federico Mayor Zaragoza.

La alta tirada inicial ha sorprendido en el entorno periodístico. Un medio nacional situado en el otro extremo ideológico de La Voz de la Calle, La Gaceta, alcanzó el pasado mes de enero una cifra de difusión de unos 44.000 ejemplares. Por su parte, Público, que estará teóricamente a la derecha del nuevo diario, a pesar de alcanzar una notable cifra de difusión (105.007 ejemplares en enero), sigue caracterizándose por sus dificultades para solventar sus pérdidas económicas.

La Voz de la Calle estará participado mayoritariamente por un histórico, Teodulfo Lagunero. Este empresario ayudó a Carrillo a pasar la frontera con la no menos histórica peluca o financió la sede del Comité Central del PCE en plena Transición. Ahora, a sus 84 años, se lanza a una nueva aventura. “Nosotros no nos metemos con nadie. No vamos ni contra El País ni contra Público”, cuenta a El Confidencial.

El veterano empresario explica el motivo de tan alta tirada: “Queremos llegar a muchos puntos de venta en toda España y por ello debemos ir muy fuertes, luego, según los resultados, ya nos iremos adaptando al mercado”, señala Lagunero, que defiende la validez del lanzamiento de este “diario de izquierdas, objetivo y de calidad”: “La mitad de España es sociológicamente de izquierdas. Además, existe una desigualdad en cuanto a medios”, ya que considera que los de derechas ganan en número a los de izquierdas.

Ni grupos mediáticos, ni partidos políticos

Por el momento, Lagunero desmiente la presencia detrás de ningún grupo mediático ni de ningún partido político, tal y como apuntaban diversos medios en relación a Izquierda Unida. “Somos objetivos. Si el PP propone algo que consideremos bueno, lo defenderemos también. Las distintas voces tendrán turno de réplica. Defendemos a España, a los trabajadores, a los parados, a los funcionarios y a la Justicia”, zanja.

A pesar de la falta de vinculación con ningún partido político, Lagunero destaca el compromiso de todos los implicados. “Somos entre 240 y 250 socios, en los que hay personalidades significativas de izquierdas como rectores, catedráticos, economistas… El grupo de lectores a los que queremos dirigirnos es, como reza nuestro nombre, a la calle de verdad”, afirma. Asimismo, Lagunero niega vinculación con el diario digital La República: “Una cosa es La República, con la que colaboramos algunos, y otra La Voz de la Calle”.

Por el momento, por lo que se apuesta es “por el periodismo de calidad”, aunque sin adelantar más nombres de los mencionados en la plantilla de 50 personas. Una apuesta que deberá comprobarse el primero de abril.

http://www.elconfidencial.com/comunicacion/2011/voz-calle-lagunero-gaceta-izquierda-quiosco-20110312-75962.html

viernes, 11 de marzo de 2011

La Transición hecha transacción


Con el Premio Tusquets, Rafael Reig ajusta cuentas con el pasado reciente

Peio H. Riaño

Público

11/03/2011

A Rafael Reig le gusta dividir el mundo por categorías. Cree que hay dos tipos de novelas: las Ikea y las Carrefour, unas te llevan y en otras te pierdes. Que hay dos tipos de escritores: los que escriben la misma novela cada vez mejor y los caprichosos que cambian con cada nuevo lanzamiento. Dice que admira a los primeros y destaca a Juan Marsé, "que escribe la misma cada vez mejor", pero que él es más de los segundos. Después de tres novelas inundando Madrid y su eje central, el Canal Castellana, revisando los desperfectos de la Transición, apuntando a la novela de género negro y renaciendo a personajes como Carlos Clot, Rafa Reig (Asturias, 1963) ha ganado el Premio Tusquets con la novela que le dio a conocer, pero madurada, reposada y mejorada. Todo está perdonado, después de Sangre a borbotones y Guapa de cara, es el ajuste de cuentas definitivo del escritor con sus principales fantasmas.

El mayor de ellos es la violencia revolucionaria, el tema de fondo de esta novela, que recorre los últimos 70 años de este país para abrir un debate sobre la violencia y su proceso de transformación social. Se pregunta mientras busca en voz alta una salida a un sistema como el capitalista: "¿Es tan fácil como ir a los ricos a pedirles que repartan? No sé, mira cómo acabó Allende... La vía democrática del socialismo no parece que sea posible".

Así es como Reig acaba con el mito de la clase media: "La clase media era inmensa, acogedora y abrigada. Cabían todos: los trabajadores decentes, los ingenieros, los médicos, los empresarios, las viudas, los pensionistas y el Consejo de Ministros en pleno. Con decir que hasta el caudillo cenaba sopa y empanadillas, como el resto de la clase media. Y las sentencias de muerte las firmaba en una mesa camilla, nada de escritorios Segundo Imperio". Subraya que la clase media en el franquismo "acomodó y adocenó" a base de decencia, fe y trabajo honrado.

La lucha de clases

La sufrida clase media fue el tejido que tuvo unido al país del miedo. Avisa del peligro de la clase media, porque en cuanto esta se ve en peligro, se vuelve "reaccionaria". "En ella es donde se cuece el fascismo", asegura. Todo está perdonado es una impugnación de las dictaduras de la clase media, a la que dibuja como una caprichosa que cree que tiene todo lo que se merece y no se da cuenta de sus privilegios. Reig se reconoce como un "viejo marxista": "La Historia es la historia de la lucha de clases. Sé que decir esto es como poner una foto mía en pelotas en YouTube", bromea.

A fin de cuentas, esta novela es un diálogo con su generación, que estos días saca a la luz otras revisiones de este periodo, como la de Antonio Orejudo (Un momento de descanso) o Benjamín Prado (Operación Gladio). El perfil que traza Reig es el de una generación producto del desarrollo industrial, de cuando España sólo quería confort: "La gente renunció a cambiar el mundo por vivir bien. De eso somos hijos los de los sesenta. Nuestros padres perdieron la memoria a cambio de un plato de lentejas".

Empeñado en reconstruir la memoria que sus padres no quisieron mostrarles, se vuelve tajante: "No fue una Transición, fue una transacción". Esta expresión asola cada una de las vidas de la familia protagonista, que como hizo Thomas Mann en Los Buddenbrook (1901), describe la decadencia de una familia recogida en los calores de la burguesía recién estrenada. Reig se atreve con las estrategias que los vencedores utilizaron para perpetuar el poder tras la guerra, en la paz.

Entre los culpables destaca a una monarquía "tributaria del Imperio de Washing-ton" y la Iglesia: "Siempre ha puesto una vela a Dios y otra al diablo", explica. Sin olvidarse del fútbol, aunque él no haya visto un partido en su vida: "El fútbol ha sido la santa misa española", dice. La casualidad quiere que en la mesa de al lado del hotel en el que se hace esta entrevista se siente Luis Aragonés, de traje, a quien el protagonista de Reig odia por haber apartado a Raúl de la Selección en la última Eurocopa: "Un equipo materializa la voluntad del capitán, de un hombre superior", le hace decir a su personaje.

El mismo escritor incapaz de reconocer al exseleccionador ha vuelto a tantear los límites de la democracia por escrito. Esta vez con una generación hedonista y voraz. Porque entonces había dos tipos de hijos: "Los que se comían antes las patatas que el filete y los que dejaban lo bueno para el final". Él es de los primeros. Eso sí.

http://www.publico.es/culturas/365546/la-transicion-hecha-transaccion

miércoles, 9 de marzo de 2011

La última voluntad de Enrique Curiel


Fernando López Agudín

El desconcierto

03/03/2011

Que se envolviera su ataúd con la bandera roja del Partido Comunista de España. No es muy frecuente que esa sea la última voluntad de un miembro del comité federal del Partido Socialista como ha sido la de Enrique Curiel en víspera de su prematura muerte. No por nostalgia de su pasado antifranquista, desde lo que se denominaba El Partido, sino como expresión del desconcierto de la izquierda ante la deriva neoliberal del PSOE. Quien vivió el hundimiento del comunismo, vivía con desasogiego la autodestrucción del socialismo.

Pocos como Curiel expresan tan bien la crisis de la izquierda española. Tras formar parte de aquellos jóvenes que militaron en la clandestinidad del PCE, los mejores de su generación, optó por la casa común del PSOE cuando Gonzalez iniciaba el abandono de la socialdemocracia que Zapatero acaba ahora de rematar. Justo cuando fallecía, el mismo líder socialista que se había sumado a Chirac en el intento de frenar la invasión de Irak no se suma a los esfuerzos de Sarkozy por impedir que los estadounidenses invadan Libia.

Esa bandera roja sobre el féretro de Curiel recuerda que el fracaso de las respuestas de una izquierda real no anula el acierto de sus preguntas. Esa reflexión de Octavio Paz es hoy más actual que cuando fue formulada. Tanto que el abismo electoral hacia el que camina el Partido Socialista se explica porque su electorado rechaza la mala copia de los originales del Partido Popular que les ofrece la Moncloa. Ni la insoportable levedad de Zapatero, ni la amplia capacidad de intriga de Rubalcaba, ni el muy discreto encanto de Chacón, pueden ahogar las preguntas sin respuestas de millones de sus electores.

http://eldesconcierto.wordpress.com/2011/03/03/la-ultima-voluntad-de-enrique-curiel/

lunes, 7 de marzo de 2011

El modelo español para la exportación


Arturo del Villar*

03/03/2011

El presidente del Gobierno y secretario generalísimo del partido impropiamente denominado Socialista se ha ido a Túnez, según sus declaraciones, para exponer a sus dirigentes el modelo español de transición de una dictadura a la democracia. Nada más anunciar su visita dimitieron el jefe del Gobierno y cinco ministros tunecinos. La fama de gafe del compañero Rodríguez le precede.

¿Qué modelo quiere exportar? En Túnez el dictador Ben Alí estuvo 23 años en el poder, hasta que una revolución popular le obligó a exiliarse el 14 de enero pasado. En España el dictadorísimo se mantuvo en el poder 36 años y ocho meses, sin contar los dos años y ocho meses de la guerra, y se murió de viejo después de designar a su sucesor, sin consultar la voluntad del pueblo, algo que nunca le preocupó.

El sucesor designado por él lleva 35 años en el poder, en una dilatada transición hacia la vuelta a la legalidad constitucional cercenada por la sublevación militar. Todos los colaboradores del dictadorísimo continuaron en sus puestos, porque no se juzgó a nadie por los crímenes cometidos. Todavía algunos supervivientes ocupan cargos oficiales, como el antiguo ministro fascista Fraga, a quien acaba de rendirse un homenaje en el Congreso de los Diputados.

Este modelo es el que quiere exportar a Túnez el compañero Rodríguez. Los españoles preferimos que importe a España el modelo tunecino, verdaderamente democrático y rápido. Pesan demasiado 35 años de transición.

Otro modelo que el compañero Rodríguez pretende exportar al mundo es el del Ejército español, compuesto por hispanoamericanos y africanos, como la Legión Extranjera, porque los jóvenes españoles desconfían de su Ejército, al haber oído contar historias de la dictadura militar. Los militares españoles van destinados a cumplir misiones en países subdesarrollados, para instruir a sus fuerzas armadas.

Pero resulta que el 24 de febrero murieron cinco militares y tres más quedaron heridos en la Academia de Hoyo de Manzanares (Madrid), al intentar desactivar unos explosivos. Y tres días después unos cacos entraron en la Base General Menacho de la Brigada Mecanizada en Badajoz, en un todoterreno militar, y robaron todas las armas que quisieron, y no dinamitaron el cuartel porque no les dio la gana.

Otro modelo exportable es el de la independencia del reino de España, como nación soberana. Pero el 1 de marzo la ministra de Asuntos Exteriores ha declarado que todas las bases militares españolas están a disposición de los Estados Unidos, si se deciden a invadir a Libia. Actitud típica de colonia ante el Imperio, nada imitable.

Y es de suponer que el compañero Rodríguez no pretenda exportar el modelo económico español, porque acaba de regresar de un viaje de pedigüeño por países vecinos de Túnez, para ver si puede dar de comer a los cerca de cinco millones de desempleados del reino. Más le valdría no hacer de viajante de comercio, y procurar que los demás países ignoren los modelos españoles, para no avergonzarnos más de lo que ya estamos.

http://www.unidadcivicaporlarepublica.es/index.php/opinion-actualidad/politica/1092-el-modelo-epanol-para-la-exportacion

* Arturo del Villar es presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio.

** Viñeta del dibujante Ferreres, publicada en El Periódico de Catalunya.

sábado, 5 de marzo de 2011

Eppur si mauri*


(o por qué la muerte de un inocente no tendría por qué enseñarnos que el mundo puede cambiar)

Pablo Jones Medina / Fran Hidalgo Carmona**
(Colectivo Encuentros Moraos)

La República

05/03/2011

Varios, cientos, miles y millones de personas han visto, oído, leído y sabido estos días de las últimas revueltas árabes. Con la vista acostumbrada del que ve morir a palestinos, a iraquíes y a afganos -a “moros de esos de allá a lo lejos”-, a las tres de la tarde mientras come con la familia, más allá de la sangre, los coches quemados y los cristales hechos añicos, nos topamos con el súbito interés de los medios porque nos alegremos de que las libertades de Occidente se acerquen a los incivilizados países árabes.

No son las primeras insurrecciones: Sin retroceder muchos meses en el calendario, aún recordamos la huelga de hambre de Aminatu Haidar y los vídeos del campamento de Gdeim Izik. No obstante, esta vez ha sido otro cadáver el que ha salido en portada: el de Mohamed Bouazizi. Deseoso de alimentar a sus hermanos pero impotente ante los sobornos que le imponía la policía de Sidi Bouzid (Túnez) para montar su puesto de frutas, se inmoló a lo bonzo el pasado mes de diciembre. Su agonía, la gota que colmó el vaso, levantó a su país: A pesar del repentino interés de las autoridades porque se llevara el mejor de los tratamientos y se recuperara pronto, Bouazizi murió tres semanas después. Desde entonces, las noticias han hablado claro: El pueblo tunecino, paso a paso, ha expulsado al dictador Zine Ben Alí. Además, su aliento ha alcanzado a Jordania, Bahréin, Marruecos, Argelia… y Egipto, donde Hosni Mubarak se ha marchado con el rabo entre las palas del helicóptero, y Libia, donde Muammar Gaddafi recuerda cada vez más al Adolf Hitler de “El Hundimiento”.

Sin saber a qué esperan los nuevos gobiernos para que estas gritadas democracias dejen de ser negro sobre blanco, los ciudadanos siguen en las calles, exigiendo que aquello por lo que se ha luchado no se pierda y demostrando que ‘quien no llora, no mama’.

Mientras tanto, en esta orilla del Mediterráneo, en la que disfrutamos del agua caliente, las ventanas aislantes y los teléfonos de última generación, seguimos comentando la última salida de tiesto de José Mourinho o las ordinarieces de Belén Esteban, sea defendiéndolos como estrambóticos marujos o rasgándonos las vestiduras como gafapastas. Enganchados a los televisores que nos crean opinión sobre los temas que nos tienen que comer la cabeza, permanecemos como zombis en el sofá de casa, sin apenas plantearnos por qué viven así esos que mandan con tantos ceros de más y tantas cuentas fuera del país. ¿Por ejemplo? El equivalente español de Ben Alí, nuestro Juan Carlos I, el Campechano.

Y a este lado de la barrera, donde los ceros sólo son de color rojo, nadie en la calle, con un discurso comprensible y cercano, critica cuánto de razón hay en lo que nos cuentan: Malditas las huelgas generales, que interrumpen el derecho al trabajo (Nadie habla de dignidad. Lo principal es tener una nómina para justificar la hipoteca) y donde los piquetes golpean a los clientes de los bares; malditos todos los sindicatos, que cobran las subvenciones del Estado para no dar un palo al agua; malditas las prestaciones por desempleo, que promocionan que los parados se sienten en casa sin buscar empleo…

Cuando toca hablar de los que ponen su grano de arena en cambiar nuestra situación para bien, lo que toca es echarles toda la mierda por encima y resaltar que, si uno es malo, los de su especie son peores. Cuando toca hablar de los recortes, de todos los recortes, lo que toca es mirar a otro lado: Se nos inculca que gastamos mucho en médicos y, obviando que ya los pagamos con nuestros impuestos, que tenemos que volver a pagarlos; se nos manipula con los bajísimos niveles académicos y con las faltas de un sistema educativo que, cada vez, recibe menos dinero y que, como las modas, vacía los temarios con el nuevo ministro de la temporada; se nos insiste en la imperiosa necesidad de construir dantescas infraestructuras mientras las ciudades siguen congestionadas por centenares de automóviles.

En esta orilla del Mediterráneo, la esperanza del 26 (y 27) de enero se silenció o criminalizó, los actos del Popolo Viola italiano se desconocen fuera de los Alpes y las manifestaciones de Grecia forman parte de una olvidada desazón colectiva. Queremos las cosas en el momento, pero tenemos que saber que ni a la primera ni a la segunda se consiguen los mejores resultados. Y ahora estamos en el camino de ser algo más que una papeleta en las urnas. Ahora que somos más los que nos estamos informando por otras nuevas vías, ahora que somos nosotros los malos de su película, ahora que los trabajadores árabes están pidiendo lo que les corresponde, ¿a qué esperamos para hacer de Cibeles, de Canaletas o de la Puerta de Jerez nuestra plaza Tahrir?

* El uso del término mauri, plural del italiano mauro o, en castellano, moro, se utiliza para “designar, sin distinción clara entre religión, etnia o cultura; a los naturales del Noroeste de África o Magreb”. Vaya por delante que, a pesar de su uso peyorativo, no es esa la intención.

** Los autores son socios de la Plataforma de Ciudadanos por la República de Granada y miembros del Colectivo Encuentros Moraos.

jueves, 3 de marzo de 2011

Nuestro amado "Mubarak"


Amadeo Martínez Inglés*

Web UCR

17/02/2011

Los ciudadanos egipcios en un alarde de valentía y determinación han conseguido por fin echar, y además pacíficamente, a su bestia negra, a su odiado Mubarak, al sempiterno Muhammad Hosni Sayid Mubarak, el dictador sanguinario que permanecía atrincherado desde hace nada menos que treinta años en la poltrona de su poder haciéndoles la vida poco menos que imposible.

Sin embargo, otros muchos ciudadanos de diferentes naciones, y no solo árabes o ubicadas en el llamado tercer mundo sino pertenecientes incluso al selecto y democrático club de la primera división global, todavía siguen desgraciadamente con el suyo, con su sátrapa de andar por casa, con su reyezuelo (divino o no), con su jefecillo de Estado (algunas veces elegido más o menos democráticamente y después sobrevenido en autoritario regidor de los destinos patrios), con su preboste primero (rodeado de numerosos prebostes segundos, terceros y cuartos...), con su autócrata imperial anunciador de glorias futuras, con su conductor de masas (así suelen llamar a estos espécimenes político/militares en algunos países sudamericanos muy dados a las asonadas castrenses), con su vividor máximo a costa siempre del pueblo soberano, con su dueño y señor teóricamente elegido en las urnas y en realidad aupado una y otra vez a la cúspide del Estado por los poderes fácticos de siempre... Y es que la democracia verdadera, la única, la que merece la pena ser vivida en este mundo global del siglo XXI, "es una flor muy delicada a la que le cuesta mucho germinar y que se marchita muy rápidamente", según la sentencia que hace años tuve la ocasión de oírle pronunciar, con todo el cinismo del mundo, al ya fallecido dictador argentino Galtieri, escasos meses antes de que llevara a su país a la humillante derrota de las Malvinas.

Pues bien, entre las muy numerosas y desgraciadas naciones (desgraciadas desde el punto de vista democrático, aunque la penuria en libertades casi siempre conlleva la económica y material y, desde luego, la infelicidad y la frustración de los que la sufren) cuyos ciudadanos todavía no gozan de auténtica libertad y de una democracia moderna y avanzada y, en cambio, padecen (muchas veces sin darse cuenta pues los totalitarismos y las dictaduras suelen actuar con guante de seda en puño de hierro) dirigentes corruptos, engreídos, fatuos y autoritarios... sin ánimo de momento, por las razones que sean, para intentar (como los corajudos jóvenes tunecinos y egipcios, por el momento) sacarlos de sus poltronas a tortazo democrático limpio, se encuentra, a mi modesto entender y sin exagerar un ápice, este bendito país, España. Los españoles solemos estar siempre a la cabeza de todo lo malo (drogas, fracaso escolar, paro, paro juvenil, pensiones de miseria, alcoholismo, muertes en la carretera...) y en esto de aguantar dictadores (aunque sean de medio pelo o enmascarados tras una pátina de democracia) estamos sin ninguna duda también en el nefasto pelotón de cabeza. Y a las pruebas me remito: si el autócrata gallego que nos hizo desfilar a todos los ciudadanos de este país al paso de la oca durante cuarenta años no llega a morirse como se murió, él solito, el 20 de noviembre de 1975, todavía estaríamos (también todos) en la plaza de Oriente levantando el brazo derecho con más energía y marcialidad que los legionarios de Julio César.

Llevamos, efectivamente, los españoles más de 75 años (desde julio de 1936) sufriendo situaciones políticas y sociales lamentables y concatenadas en el tiempo. A saber: golpismo castrense, guerra civil, posguerra civil y mundial, represión franquista, dictadura feroz, dictadura aceptada por USA, dictadura en descomposición (dictablanda), transición democrática (en realidad, reubicación del aparato franquista), pseudo democracia juancarlista (una suerte de democracia de baja intensidad homologada interesadamente por la UE y que en realidad tiene más bien poco de verdadera democracia) en sus diferentes etapas partidarias: socialismo felipista (con sus apestosos corolarios de corrupción generalizada, nepotismo, terrorismo de Estado...etc, etc), derecha carpetovetónica aznarista vasalla del imperio y, por último, el socialismo igualitario de ZP con sus derivadas de crisis generalizada, paro, descomposición política y miseria social...

Estamos pues los españoles, en estos momentos de estallido revolucionario tercermundista, viviendo el final de una larga etapa de interinidad política consecuencia todavía del perverso golpe militar franquista del 18 de julio de 1936. Y que en los últimos treinta y seis años ha venido manteniendo en la jefatura del Estado, al igual que el corrupto régimen egipcio que acaba de caer y con el que, por supuesto, mantenemos algunas diferencias pero no tantas, como luego veremos, a una especie de muy amado y reconocido "Mubarak" (con corona, eso sí, en lugar de turbante) prácticamente igual a él en lo político y en lo personal, incluso con dotes de dictador en la sombra y mangoneador nato muy superiores a las del octogenario militar egipcio y que, también como él, no está nada dispuesto a abandonar su trono (borbónico en este caso en lugar de faraónico) por los siglos de los siglos.

Pero como a algún avispado y crítico lector (y está en su perfecto derecho) le puede parecer exagerado, desenfocado, malévolo y, desde luego, políticamente incorrecto, el establecer una comparación, por muy sutil que sea (que no lo es), entre nuestro amado monarca de derecho franquista, Juan Carlos I, y el, a todas luces, odiado y exiliado Hosni Mubarak egipcio, me voy a permitir poner a continuación negro sobre blanco, en defensa de mi tesis, un somero análisis de la trayectoria personal e institucional de ambos mandatarios. Uno ya en el exilio (el árabe) y el otro todavía, teóricamente por lo menos, en pleno ejercicio de su alto cargo; aunque, eso sí, ya bastante cascado el pobre, peleándose a diario con sus 73 tacos, con la baba insinuándose constantemente a través de la comisura de sus labios y marcando barriga a todo trapo (lo de paquete me parece a todas luces exagerado, dadas las circunstancias y el respeto debido) en su recoleto palacio de La Zarzuela.

Bueno, pues ahí va mi particular encuentro o análisis comparativo entre nuestro amado Juan Carlos I y el muy odiado Mubarak; y no se me sorprenda en demasía el lector si salen del mismo muy empatados e igualaditos:

- El tal Mubarak, hasta hace unos días presidente de Egipto y capitán general, subió al poder tras un golpe de Estado desatado en la sombra después del asesinato del presidente Anwar el Sadat. Juan Carlos I, todavía rey de España, alcanzó el trono también como consecuencia de un golpe de Estado (el de Franco) ya que fue este dictador y genocida el que le nombró general del Ejército y heredero de su Movimiento fascista "a título de rey".

- A Hosni Mubarak se le relaciona con el asesinato de su predecesor, el presidente Sadat, cometido durante un desfile militar. Mubarak estaba al lado de su jefe en la tribuna en el momento del magnicidio y el pelotón de soldados asesinos que mató, además de a Sadat a otras once personas, respetó milagrosamente su vida. El rey Juan Carlos (según reconoció él mismo en su momento) mató con su propia pistola en el año 1956, siendo ya un cadete de la Academia Militar de Zaragoza y experto, por lo tanto, en el manejo de armas portátiles, a su hermano el infante D. Alfonso de Borbón, aspirante como él al trono de España y favorito para suceder a su padre, el conde de Barcelona, en sus derechos dinásticos. Este homicidio, por orden de Franco, nunca fue investigado por la justicia.

- En el momento de su defenestración, Mubarak llevaba 30 años en el poder. Sin someterse a ningún refrendo popular real a través de las urnas. Nuestro amado Mubarak, el nuestro, el borbónico, Juan Carlos I, ni que decir tiene (por algo es rey) que nunca se ha sometido a respaldo electoral alguno. Lleva 36 años en el trono y ahí parece ser que quiere estar hasta que su alma vuelva al idílico lugar desde el que vino, o sea, al cielo.

- Parece ser que Mubarak ha conseguido en sus treinta años en el poder una fortunita de 30.000 millones de dólares, cifra que algunas fuentes bien informadas (como la ministra Chacón que se apoya seguramente en informaciones del CNI) elevan a 70.000 millones. Por su parte, el amado rey de todos los españoles, según revistas especializadas de toda solvencia, ha conseguido reunir en sus siete lustros de reinado la tampoco despreciable suma de 1.790 millones de euros (300.000 millones de pesetas), diez veces el montante de todos los sueldos recibidos en su ya largo reinado. ¿Cómo podrá haberlo hecho este campechano ciudadano español?

- Durante la presidencia de Mubarak, en Egipto se cometieron centenares de asesinatos de Estado. Las organizaciones represoras del sistema nunca se han andado con bromas en cuanto a la seguridad interior, sobre todo en las personas de los autodenominados "hermanos musulmanes". Durante el reinado de Juan Carlos I, se perpetraron en España 28 asesinatos de Estado a cuenta de los GAL, organización terrorista formada en las cloacas del sistema y dirigida desde los servicios secretos españoles (CESID). Y el rey era y es comandante supremo de las FAS, jefe por lo tanto de ese organismo de inteligencia y responsable máximo de esos crímenes institucionales.

- Mubarak cometió sin duda (como todos los dictadores) continúas malversaciones de fondos públicos de su país en beneficio de su impresionante fortuna. El "Mubarak español también realizó presuntamente este tipo de delitos, algunos de ellos tendentes a pagar chantajes sexuales de una muy conocida vedette del espectáculo español.

- El ex presidente Mubarak utilizó muchas veces el Ejército egipcio para mantenerse en el poder. El rey español también. Concretamente, en una ocasión muy conocida: el 23-F. Peligraba su corona y no dudó en utilizar a sus generales cortesanos para que le salvaran. Luego los abandonó.

- Mubarak, obviamente, ha ejercido una corrupción galopante y continuada. El Borbón, también: yates, coches deportivos, mansiones turísticas, regalos multimillonarios de todo tipo...

- A Mubarak no se le ha conocido una vida personal irregular. Los árabes para estas cosas son muy serios y se lo montan bien. Juan Carlos I, por el contrario, ha sido protagonista de todo tipo de escándalos sexuales y prácticas cinegéticas rocambolescas. Pero como este hombre es inviolable e irresponsable constitucionalmente...

¿Seguimos con la comparativa? No creo que haga falta pues necesitaría muchos folios más y para eso ya están los libros (que lo están). Amigo lector ¿Tenemos los españoles un Mubarak que echar o no? ¿Le siguen pareciendo muy exageradas mis afirmaciones en relación con la pareja Juanca/Mubarak? ¡No, aunque aquí no haya publicidad no me lo diga ahora que si me contesta en positivo voy a enfadarme mucho e, incluso, puedo entrar en la depresión pura y dura! Y eso, según dicen los médicos, no es nada bueno...

http://www.unidadcivicaporlarepublica.es/index.php/monarquia/casa-irreal/980-nuestro-amado-qmubarakq

* Amadeo Martínez Inglés es coronel en la reserva del Ejército de Tierra español. Republicano declarado, en los últimos años se ha dedicado a investigar concienzudamente los claroscuros del golpe de Estado del 23 de Febrero de 1981, publicando varios libros sobre la materia.