Felipe Alcaraz Masats
Andaluces Diario
08/09/2014
Están cayendo todas las solemnidades y carismas del poder. Del poder de siempre y su monopolio por unos pocos. Ese poder que hablaba en latín, se distanciaba con gestos elegantes, apagaba luces a su paso y se encerraba en una cabina, allí al final, para decidir las cosas en solitario. Y sobre todo para decidir un mensaje: el poder no lo puede ejercer todo el mundo; no todo el mundo es capaz. Es un tema complicado que exige una inmensa responsabilidad. Pues bien, de pronto se descorren las cortinas, se encienden las luces y aparecen en torno a una mesa el cura, el banquero y el encorbatado alcalde. Esperan mirando fijamente a una especie de crustáceo negro: es un teléfono. La mano invisible y negra que marca la historia. Si hay resistencia, hay que marcar el número del cuartelillo.
En 1848 la familia De Tocqueville, despavorida, oía desde el salón de su gran apartamento sobre el Sena los disparos de los insurrectos en los suburbios. Llamaron a la criada para que cerrara los balcones y la criada, como sonara, cada vez más cerca, el ruido de la fusilería, emitió una sonrisa. El Señor de Tocqueville la echó de inmediato, del salón, de la casa y del puesto de trabajo. Sabía perfectamente lo que significaba aquella sonrisa. Era la sonrisa del fantasma.
Un fantasma recorre las redacciones, los puentes de mando, las ejecutivas de los partidos del régimen: es el fantasma del poder popular. La gente ha sabido transformar su malestar en deseo de unidad y cambio, en capacidad programática, y se dispone a tomar el poder. Se dispone a ello y, además, sin imitar los gestos, los tonos, las vestimentas del poder de siempre. La gente ha comprendido que puede, que sabe gobernar, que se atreve a ello, y los del régimen, despavoridos, comprenden que aun cerrando las maderas de los apartamentos, no hay fuerza que pueda disuadir a la gente de sus satánicas pretensiones.
Llámalo unidad popular, llámalo frente amplio, bloque social, unidad política, concreción de las convergencias sociales… o, si quieres, llámalo poder popular. Incluso puedes hablar de frente popular. El caso es que no hay pretextos en este momento histórico, no hay desvíos, circunloquios. La salida de la crisis solo tiene dos puertas: o se mantiene el régimen y la marca blanca del neoliberalismo (¿los habéis visto en Italia, todos con camisas blancas?) o se abre paso la salida constituyente, democrática, anticapitalista. ¿Que no hay maduración suficiente? Es posible: no existe en España un demasiado amplio sentido común anticapitalista. Pero o nos lanzamos, y nos lanzamos ahora, o el régimen organiza los próximos 30 años sobre la resignación, la división y el entreguismo. Nada más darse a conocer la posibilidad de una estrategia de “frente popular” no sólo han saltado como flejes los centros neurálgicos, que no han podido evitar editoriales y llamadas al miedo, sino que ha empezado a operar el gran batallón del transformismo mediático.
Gramsci habló del transformismo como una operación a través de la cual el poder, el antiguo dominio, coopta para su hegemonía a antiguos intelectuales revolucionarios, con la misión de integrar, convencer, reducir, resignar a los batallones inquietos a través de una prosa equidistante, sibilina, seductora. Pues bien, todos/as se han puesto en marcha a la vez. Quizás algunos tras tomar un café en la bodeguilla correspondiente. Pero no hace falta recibir consignas excesivamente explícitas. Basta un gesto, una risa a tiempo, la ridiculización de los pobres (sin corbata), el señalamiento de los dogmáticos que no son capaces de perdonar una derrota histórica, la calificación de “comunistas” con un revoleo displicente de la mano propio del señor De Tocqueville.
Y ojo, no se trata de decir ahora que no han entendido nada. Sí lo han entendido. Han entendido perfectamente de qué van las cosas. Simplemente el miedo ha empezado a cambiar de bando y no es preciso agenciarse una corbata para ostentar no se sabe qué respetabilidad a la hora de conquistar el poder y gobernar a través de una revolución democrática. Ellos lo han entendido, y la gente ha entendido que lo han entendido. Eso es todo. Ahora la historia sigue su curso, ese (glorioso) sujeto histórico que en un momento dado puede derrocar gobiernos, y hasta monarcas recién recauchutados.
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