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miércoles, 31 de octubre de 2012

¡Viva la República!


Javier Pérez de Albéniz*


14/10/2012

Dicen que TVE, la televisión pública española, no admite publicidad. Pero es mentira: el sábado estrenaron “Audiencia abierta”, el primero de una serie de publirreportajes sobre las actividades de la monarquía financiados, como la propia monarquía, por todos los españoles. Un espacio promocional que consiste en mostrar, durante media hora y de diferentes maneras, lo listos, trabajadores, útiles, campechanos y profesionales que son Juan Carlos y familia. Y por tanto, lo imprescindible que es la monarquía, lo barata que resulta y lo huérfanos que estaríamos sin jefe del Estado. El puñetero NODO, pero en color.


El director de semejante bodrio propagandístico es Miguel Ángel Sacaluga, socialista, miembro del Consejo de Administración de RTVE y famoso por haber intentado controlar junto al PP los guiones de los servicios informativos. Quienes dejaron la promoción televisiva de la Casa Real en sus manos sabían lo que hacían. “No está coordinado por Zarzuela”, dice sin ruborizarse Sacaluga, “es un programa periodístico elaborado con criterios de rigor y objetividad”.

Tronchante. ¿Un programa periodístico sobre la Casa Real en TVE elaborado con criterios de rigor y objetividad? Ese especial debería arrancar con las novedades del caso Urdangarín… No, no, cuidado, que solo se trata de explicar a los telespectadores “el papel de la jefatura del Estado”. Bueno, pues entonces dejemos las cacerías de elefantes, las relaciones extramatrimoniales o los paraísos fiscales para futuros programas, y comencemos por el principio. En el programa ya lo hacen: han creado una sección maravillosa titulada “Todo empezó así”…


Todo empezó así (en la foto, la familia real). Pero en “Audiencia abierta” evitan las imágenes del entonces valedor y padrino de Juan Carlos. Quieren convencer al telespectador de que este hombre llegó a España el día en que fue proclamado rey. No se ve nunca la figura del dictador pero, lástima, sí se escucha el inevitable “desde la emoción en el recuerdo a Franco… ¡Viva el Rey!”.

Todo es propaganda y obviedad en “Audiencia abierta”, un programa donde se repite como en un mantra que el rey “es símbolo de integración”, “es jefe del Estado y símbolo de unidad y permanencia”, “es el cierre de la cadena, la figura en la que empieza y acaba el engranaje constitucional”. Para tan noble fin no podían dejar de colaborar políticos cómplices: “Los gobiernos lo hacen mejor o peor, pero el rey sigue. Los políticos aciertan o se confunden, pero el rey sigue. Es una garantía del gobierno democrático”, dice Pío García Escudero, del Partido Popular. De Santiago Carrillo eligen su frase menos inspirada: “(En la Transición) aceptamos la monarquía a condición de que fuese como es”. Y por si a alguien no se le habían revuelto aún las tripas aparece José Bono. Y habla de sí mismo.

“Es grave, triste y preocupante el incremento de jóvenes que no estudian pero tampoco se han insertado en la vida laboral”, dice el príncipe Felipe poniendo cara compungida. “El heredero ha tomado la responsabilidad… y son constantes sus viajes… para apoyar a las empresas españolas”, afirma una voz en off que ya prepara el relevo.

Y no se pierdan “Otras monarquías”, sección dedicada a parásitos allende nuestras fronteras. La corresponsal de TVE en Londres no se sale del guión y advierte: “Isabel II lleva 60 años reinando y goza de popularidad y respeto”. ¿Sugiere que tenemos monarquía para rato?

Ver “Audiencia abierta” es un atraso. Nos hace retroceder en el tiempo, tanto intelectual como moral, culturalmente y anímicamente. Mata las neuronas del telespectador, adormece su sentido crítico e insulta su inteligencia. Viendo “Audiencia abierta” te entran unas ganas terribles de apagar la televisión (arrancando el enchufe), colgar en la ventana una bandera republicana y dejar de pagar los impuestos que financian semejante bazofia. Esa televisión pública casposa y miserable que, como la monarquía, sufrimos y pagamos todos los españoles.

http://www.eldescodificador.com/2012/10/14/%C2%A1viva-la-republica/

* Javier Pérez de Albéniz es periodista y crítico televisivo.

** Chiste gráfico de Mena

lunes, 29 de octubre de 2012

El colapso de una nación


La simultánea conjunción de la crisis económica y el debilitamiento de las instituciones representativas han producido un doble y predecible efecto en la estructura territorial del Estado.

Álvaro Lobato y Cristina Jiménez Savurido* 

El País

26/10/2012

Por colapso se entiende el fracaso simultáneo de un conjunto de funciones vitales que precipita el desencadenamiento de una crisis sistémica de consecuencias, en muchas ocasiones, fatales.

Pues bien, eso es exactamente lo que, con toda evidencia, está sucediendo en este país; una quiebra extendida y generalizada de las instituciones fundamentales del Estado, una fractura irrecuperable de la actual estructura territorial diseñada conforme al modelo constitucional de 1978, una acelerada desvertebración social que conduce directamente a la pobreza a amplias capas de la población dependientes de las ayudas públicas, la emergencia de un clima de efervescente agitación social que tiene su origen en la frustración colectiva de las expectativas generadas.

El consenso social forjado en la etapa de la Transición, y que en lo sustancial se ha conservado durante los últimos 35 años, se sustentaba en el clásico modelo de crecimiento keynesiano que se impuso en toda Europa occidental en los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial.

Nosotros llegamos tarde al Estado de Bienestar, pero nos instalamos cómodamente en su regazo porque garantizaba ese primordial valor de la convivencia y la paz social que anhelaba una gran mayoría de españoles deseosos de evitar los riesgos de la descomposición social y el enfrentamiento civil que aún se cobijaba en la memoria, como un revelado en negativo, de aquella generación que protagonizó el cambio político.

Esa Arcadia feliz concluyó un día del año 2008, cuando en la ciudad de Nueva York unos banqueros fueron desalojados de sus mesas de trabajo cuando la entidad en la que trabajaban fue intervenida por el Gobierno Federal. El vendaval que entonces se desató se ha convertido en un huracán incontrolable que nos ha despertado, sobresaltados, de aquel espejismo que habíamos confundido con la realidad. De repente, hemos descubierto que no podemos gastar más de lo que tenemos, que si nos endeudamos estamos obligados a devolver el dinero prestado, que los servicios públicos que nos proporciona el Estado no son gratuitos y tenemos que sufragarlos mediante impuestos que no queremos pagar, que tenemos que trabajar más para ganar menos y que en el horizonte de nuestras vidas y de las de nuestros hijos va perfilándose cada vez con mayor nitidez aquel destino del que huimos como una maldición: empobrecimiento.

En muy poco tiempo, el consenso se ha disuelto como un azucarillo. Cada sector social, cada grupo, cada individuo lucha por sobrevivir, resistiéndose encarnizadamente frente a la sombra amenazadora de la pobreza y todos juntos, como en un coro desafinado de voces discordantes, elevan sus demandas y sus protestas frente a aquel que tradicionalmente se encargaba de satisfacerlas: el providencial Estado del Bienestar, convertido ahora en una especie de Rey Mago al que se le han acabado los juguetes en el almacén. Y así se desencadena una espiral que transforma el virus de la inestabilidad económica en la pérdida de la legitimidad política.

Paralelamente, en el contexto de inestabilidad económica generada por la crisis, asistimos al desmoronamiento del diseño institucional surgido de la Constitución de 1978. En una u otra medida todas las instituciones representativas que encarnan los poderes del Estado han sufrido un generalizado descrédito por parte de la opinión pública. Tanto el poder judicial, como los partidos políticos, los sindicatos o la jefatura del Estado que ostenta la función simbólica representativa por excelencia, han experimentado una sustancial pérdida de legitimidad que erosiona la totalidad del sistema político institucional. Este desdoro se acentúa en muchos casos cuando va acompañado de conductas indecorosas o manifiestamente corruptas.

La naturaleza básicamente extractiva, utilizando el plástico lenguaje de Daron Acemoglou, de los dirigentes políticos en nuestro país es un mal endémico que se remonta a la fallida construcción de un Estado, incapaz de integrar en sus estructuras políticas a los sectores más dinámicos y emprendedores de una sociedad escasamente vertebrada, gobernada en su infancia por una aristocracia semifeudal, a la que le sucedió una singular burguesía burocrática y centralista siempre de una extrema debilidad, apuntalada por el fusil y la cruz, una extraña amalgama que bloqueó durante decenios cualquier pretensión modernizadora.

El desarrollo económico vinculado a los últimos 20 años del denominado tardofranquismo hizo posible, por primera vez, que una mayoría de ciudadanos se beneficiará ampliamente de las ventajas de la expansión económica y del consumo de masas, un proceso que culminó con la incorporación a la Unión Europea y el despegue económico de los años noventa. Pero las transformaciones políticas siguieron otro ritmo. La denominada Transición, un puente entre el pasado y el futuro sin el coste sangriento de una revolución, favoreció la continuidad sin traumas excesivos de los mismos sectores sociales que se habían encargado de dirigir la política de la nación en los últimos 40 años, con los usos, prácticas y sistemas de cooptación heredados de nuestra vieja tradición extractiva y excluyente.

El famoso consenso constitucional descansaba sobre una coalición de intereses marcadamente heterogéneos cuyo inestable equilibrio solo podía asegurarse mediante la provisión de recursos adicionales que satisficieran las crecientes demandas de todos los afectados. Cuando se acabó el combustible y la caldera dejó de funcionar, nadie estaba dispuesto a pasar frío. La crisis económica precipitó una crisis de legitimidad de las instituciones que articulaban una asimétrica distribución del poder entre los distintos grupos sociales. De repente los ciudadanos empezaron a formular algunas preguntas inquietantes: ¿para qué sirven las instituciones? ¿Cuánto pagamos por su funcionamiento? ¿Cuantos políticos tenemos y cuánto nos cuestan?. El edificio que almacena las reliquias de la democracia política representativa es tan endeble que bastan estas simples preguntas para socavar los cimientos de toda la estructura. De la mera toma de conciencia al ejercicio de una acción que conduce directamente al estallido social sólo hay un paso, y muchos ya han empezado a darlo.

La simultánea conjunción de la crisis económica y el debilitamiento de las instituciones representativas han producido un doble y predecible efecto en la estructura territorial del Estado.

En primer lugar, la crisis fiscal de los distintos gobiernos autónomos ha hecho emerger en aquellos territorios históricos que tradicionalmente han enarbolado la bandera del nacionalismo, ese viejo sentimiento de agravio soterrado por el pacto constitucional, que está en la base de toda reivindicación soberanista.

En especial, en Catalunya ha ido fraguándose progresivamente, hasta adquirir el simbólico valor de un icono en el imaginario colectivo, la sensación compartida, agitada en ocasiones por el báculo populista, de que el patrimonio y la riqueza nacional de Catalunya está siendo expropiada por el resto del Estado para ser distribuida en forma de ayudas y subvenciones a aquellos que disfrutan de los beneficios del trabajo ajeno. Hay mucho de verdad en esa creencia, pero no basta por sí sola para dinamitar una asociación con el Estado español que, por otra parte, también ha sido beneficiosa para Cataluña. Hace falta algo más: envolver una reivindicación razonable en una bandera y aderezar el cóctel con las típicas identidades culturales e idiomáticas. A ello ha contribuido, sin duda, la miopía histórica de la derecha española aferrada, una vez más, a las retóricas de la intransigencia, a esa antigualla de la patria común e indivisible que sólo enfatiza el lastre histórico de su debilidad.

En segundo lugar, el deterioro de la imagen nacional, de la marca España, ha contribuido a debilitar decisivamente el atractivo de la pertenencia común a un espacio geográfico, económico y cultural que, recientemente, había logrado ocupar un lugar preeminente entre las naciones desarrolladas. Si a un catalán en los Estados Unidos o en Alemania se le identificaba como miembro de una comunidad más amplia, próspera, rica y moderna, aún sin renunciar a su identidad más inmediata, podía sentirse partícipe de un proyecto conjunto. En alguna medida, en esa singular escala que mide el orgullo de la pertenencia nacional, España sumaba más que restaba.

En estas condiciones, en un país sumido en una profundísima crisis económica, convulsionado por inevitables enfrentamientos sociales, cuyas instituciones políticas, fuertemente deterioradas, no gozan de credibilidad ciudadana alguna y aquejado de una endémica falta de vertebración territorial que amenaza con implosionar el concepto mismo de nación, apenas puede sorprender a alguien que no resulte muy atractivo identificarse como español, porque ahora España resta más que suma.

El resultado más evidente e inmediato de la severa crisis económica que padecemos y de las políticas diseñadas por la Unión Europea y aplicadas por los respectivos gobiernos para superar esta coyuntura, acarreará ,sin duda, un significativo empobrecimiento de España como país y de los ciudadanos cuyas economías domésticas ya fuertemente castigadas, se contraerán aún más en los próximos años.

Ese empobrecimiento, naturalmente, afectará de manera desigual a los diferentes sectores sociales pero se extenderá a todas las capas de la población. Desde luego, aquellos que tengan mayor capacidad adquisitiva gozarán también de una posición privilegiada para poder reducir su nivel de vida sin que las necesidades básicas se vean afectadas. Pero para la inmensa mayoría de la población, y particularmente para quienes perciben rentas, subsidios o ayudas del Estado y de las administraciones públicas, para los beneficiarios de la educación universal o de la sanidad gratuita, para los sectores más desamparados de la sociedad que sobreviven con muchas dificultades gracias a las prestaciones sociales, para las nuevas clases medias surgidas en el auge económico de los años noventa bajo la protección del Estado Social, el futuro a corto y medio plazo se parecerá mucho más al que vivieron sus padres y abuelos que, al que una vez, imaginaron para sus hijos.

Un futuro sombrío sin otra certeza que un empobrecimiento seguro, no es una buena noticia. Y nadie quiere escuchar noticias desagradables, mucho menos soportar, complacientemente , el sufrimiento que se anuncia como inevitable. Lo que se avecina es un periodo de crítica inestabilidad, de enormes convulsiones sociales y agitadas y peligrosas derivas políticas. No es posible aventurar con cierto rigor cuál sea el resultado final de algunas de las incertidumbres que nos acechan, pero lo que es seguro es que la España que amanecerá después del sueño triunfalista y faraónico del que estamos despertando, apenas nos será reconocible.

Las organizaciones sociales, con los sindicatos al frente, lucharán hasta el agotamiento, en una batalla necesariamente perdida, tratando de evitar que los más desfavorecidos, aquellos que tradicionalmente se han beneficiado de las políticas sociales del Estado del Bienestar, soporten la mayor parte del costo de la factura que nos impone nuestra pertenencia a la Unión Monetaria. Es una tentativa destinada, sin duda alguna, al fracaso. Pero dejará a su paso la huella del sufrimiento y el enfrentamiento civil.

El Estado del Bienestar y las instituciones sociales y políticas vinculadas a este modelo, desaparecerán, al menos tal como se han configurado hasta el día de hoy. Las prestaciones sociales y los servicios universales en educación, sanidad y otras áreas pertenecen al pasado. Asistiremos a una miniaturización del Estado social, a una especie de "jibarización" que dejará reducido a algo más que a una maqueta aquél gigantesco proyecto que nos iba a garantizar la seguridad de la cuna a la tumba. Habrá muchos perdedores y, desde luego, algún ganador

En este escenario el conflicto y el enfrentamiento civil serán algo más que una posibilidad. Con toda probabilidad, el incremento de la pobreza, el progresivo deterioro de las condiciones sociales y el consiguiente desarraigo de amplios sectores de la población contribuirán a un sustancial incremento de la inestabilidad política, poniendo en jaque a las instituciones y cuestionando la actual ecuación de distribución del poder; esto es, estarán gestándose las condiciones para un estallido social revolucionario, como ya sucedió en los años treinta, una crisis con la que guarda muchas identidades la actual coyuntura por la que atraviesa Europa.

* Álvaro Lobato es abogado socio de DLA Piper y Cristina Jiménez Savurido es magistrada en excedencia y presidenta de la Fundación para la Investigación sobre el Derecho y la Empresa (FIDE).


sábado, 27 de octubre de 2012

La dictadura de los tecnócratas




26/10/2012

A veces la vida te da el mismo día dos inmensas tortas en forma de cruel ironía.

La primera. Esta semana debatíamos los presupuestos generales en el Congreso, y mientras escuchaba a Montoro encontré sepultada una noticia que afirmaba que el Banco Central Europeo había secundado la petición del ministro alemán de finanzas, Wolfgang Schäuble, de crear la figura de un supercomisario europeo con capacidad de vetar los presupuestos de los países de la Unión Europea. Tal cual.

La verdad es que la noticia pasó sin pena ni gloria, muy a pesar de su importancia. Con esta nota el Gobierno alemán –y su brazo armado, el BCE–, estaba reconociendo su propósito de consolidar un ordenamiento institucional profundamente antidemocrático y que hasta hace unas décadas solo podían defender, sin ser reprobados públicamente, los economistas ultraliberales de la escuela de Hayek. Hoy, con absoluto descaro y sin apenas oposición, el triunfo de los tecnócratas parece evidente.

En Europa existieron una vez los federalistas. Personas como Monnet y Delors aspiraban a disputar la hegemonía política y económica a Estados Unidos logrando enfrentar a aquel capitalismo salvaje un capitalismo de rostro humano. Para ello se requerían instituciones políticas similares a las estadounidenses, con un sistema presidencial con su Parlamento, su tribunal de justicia y sus protocolos de democracia electoral. Pero todo esto nunca existió; fue un mito cargado de ingenuidad.

En Europa sí existieron, por el contrario, las alianzas intergubernamentales de países que buscaban fortalecerse a través de pactos de convergencia de intereses económicos. El recuerdo de la Segunda Guerra Mundial condicionó las primeras alianzas, comenzando por la Comunidad Europea del Carbón y del Acero iniciada en 1951 para evitar futuros conflictos bélicos en Europa. La fortaleza política de Francia y la fortaleza económica de Alemania permitieron desde entonces que estas dos potencias pilotaran en todo momento la integración europea, haciendo y deshaciendo a su antojo.

Sin embargo, el ascenso del neoliberalismo en Europa permitió esquivar la decisión de elegir entre uno u otro modelo. Entre federalismo y sucesión de pactos nacionales era mucho mejor quedarse con la dictadura de los tecnócratas y ahorrarse quebraderos de cabeza. Esta dictadura, ya vigente, tiene unas sólidas bases filosóficas. En particular, la base de dividir a la población en dos partes. Por un lado están los técnicos ideológicamente neutrales, que saben lo que les conviene a las masas porque ellos no son ni de izquierdas ni de derechas. Exactamente son como Almunia. Por otro lado están las masas, que son un ente abstracto irracional e irresponsable y cuyas emociones y deseos hay que neutralizar de alguna forma. Esos somos nosotros.

En realidad todo esto lo dijo Hayek ya antes de la Segunda Guerra Mundial. Según su visión había que evitar que las masas, deseosas de redistribuir riqueza y de dejarse llevar por líderes de tendencia socialista –y, según él, aproximadamente todos cumplían con ese perfil–, pudieran influir en decisiones que afectaran a los sacrosantos derechos de propiedad. Por eso urgía elevar instituciones que los mortales no pudieran tocar.

El problema es que Hayek no tenía mucho gusto por los detalles, así que fueron los neoliberales europeos de finales del siglo pasado los que diseñaron la arquitectura final. Y con Maastricht en 1992, aprobado con los votos a favor de la generosamente autodefinida socialdemocracia, la caricatura de una Europa democrática que envolvía a la dictadura de los tecnócratas estaba en marcha.

Desde entonces el Parlamento Europeo realmente existente es, como diría Perry Anderson, una asamblea merovingia o un teatro de sombras. O un mal chiste, si somos más coloquiales. El verdadero castillo está en la Comisión Europea y en el Banco Central Europeo, cuyo propósito es cortocircuitar los debates nacionales para acabar imponiendo lo que, dicho otra vez coloquialmente, les dé la real gana. Y eso que imponen es, a pesar de sus notables esfuerzos por ser neutrales, calcado a las propuestas neoliberales que nacen en la fantasiosa visión del mundo de los economistas neoclásicos.

Segunda ironía. Resultó que el mismo día también me dio por acudir a la Comisión de Economía del Congreso, donde soy portavoz. Allí el Gobierno nos explicaba a los diputados de la oposición que en el debate sobre el banco malo y las participaciones preferentes podríamos debatir y negociar todas aquellas enmiendas que no afectaran a las decisiones previamente dictaminadas por la troika*. Prometo que noté en la cara de algunos un gesto bien claro de complacencia que venía a decir: ¡Para que luego digáis que no tenemos democracia!

* Formada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional.

http://blogs.publico.es/economia-para-pobres/2012/10/26/la-dictadura-de-los-tecnocratas-2/

** Alberto Garzón Espinosa es diputado al Congreso por la provincia de Málaga, en representación de Izquierda Unida Los Verdes-Convocatoria por Andalucía: La Izquierda Plural.

*** Dibujo de El Roto

jueves, 25 de octubre de 2012

Robespierre y el imaginario constituyente




23/10/2012

“La revolución es la guerra de la libertad contra sus enemigos: la Constitución es el régimen de la libertad victoriosa y apacible”

Robespierre, 25 de diciembre de 1793, discurso en la Convención

Parece que el modelo político y económico español se resquebraja. La alianza entre las fuerzas renovadoras del franquismo y los partidos y formaciones de la oposición, que dio paso a la Constitución de 1978, está llegando a su fin. Algunos de los problemas resueltos con prisa de huracán o peor aún, silenciados, reaparecen: auge del nacionalismo periférico y reacción del centralismo (castizo) español; supeditación de la organización política y social a la economía de mercado y sus intereses financieros; pérdida real del valor de la soberanía popular en beneficio de grupos de presión, revisionismo histórico, supresión de derechos adquiridos y merma sustancial de la protección que conlleva el estado del bienestar, entre otros. En este contexto, miles de ciudadanos están reclamando, en foros y asambleas, un nuevo pacto constitucional, es decir, el inicio de un proceso constituyente que finalice con la elección de Cortes Constituyentes y la redacción de una nueva Carta Magna que recoja las aspiraciones y anhelos de una ciudadanía moderna, hija de las identidades múltiples del siglo XXI: una república democrática. Ejecutado en la guillotina el 28 de julio (10 Termidor) de 1794, cerca de Errancis, junto con Saint-Just y veinte revolucionarios más, resulta sorprendente comprobar cómo hoy, más de dos siglos después, la cabeza política de Robespierre -el hombre, junto con el Comité de Salud Pública, que consolidó la Revolución francesa de 1789, salvando los progresos y logros de la República y su esencia democrática- sigue vagando, malherida, vilipendiada, cubierta de cal, por las cloacas de la Historia (neoliberal) cuando debería ser un referente, europeo y solidario, en tiempos de pánico institucional y zozobra ética.

La crisis financiera que arrancó el verano de 2007 está produciendo un bloqueo democrático tanto en los órganos de gobierno, centros locales de toma de decisiones, como en la vida de la comunidad. La libertad y la igualdad, pilares del sistema, están siendo amenazadas por la prevalencia de un supuesto estado de necesidad universal, estado de excepción permanente, por usar la fórmula de G. Agamben, al cual se supeditan todas las aspiraciones de transformación y progreso: “ahora no es el momento”, repiten, mantra de hielo, las instancias superiores. Hasta Juan Carlos I, Rey de España, bisagra entre la católica dictadura militar y la democracia (no es necesario recordar que juró cuantas legislaciones le pusieron delante), entra en escena pidiendo, exigiendo, unidad de acción (unidad de destino) y una devota adhesión inquebrantable al Gobierno, en este caso del PP -hubiera sido igual con el PSOE- frente a la trascendencia del desplome financiero global. Al mismo tiempo, una parte significativa de la población, los más desfavorecidos (parados, trabajadores con salarios bajos, precarizados, pensionistas, mujeres, jóvenes sin futuro), expresa su malestar siendo reprimida por el ejecutivo nacional y por los pintorescos gobiernos autónomos. Manifestaciones, ocupaciones del espacio público y demás actos cívicos de protesta -excesos y provocaciones al margen, que han existido siempre en la confrontación política- son percibidos como un ataque frontal a las instituciones democráticas que se defienden -mandan las superestructuras económicas- con la policía. Parece que la política de los políticos (y sus zafiedades), haya suplantado a la política de los ciudadanos (y sus deseos). “Cuando el gobierno viola derechos, la insurrección es para el pueblo, y para cada sector del pueblo, el más sagrado e indispensable de los deberes”, se recoge en el proyecto de Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1793, superador del canónico texto de 1789 (que ya reconocía, por cierto, “el derecho a resistir a la opresión”).

Sometido a instancias supranacionales -una falaz cesión de soberanía que no ha sido refrendada por la mayoría de los estados miembros de la Unión Europea- el gobierno electo acata dictados contrarios al bienestar y desarrollo integral de la mayoría social, es decir, gobierna contra su pueblo, escuchando más a las instituciones financieras mundiales (FMI, BM) que a su propio cuerpo electoral. Cuando el sistema de garantías creado por la Constitución de 1978 es incapaz de impedir o, cuando menos, frenar el deterioro del consenso y la armonía social, urge un cambio de modelo, acorde con las legítimas demandas de una ciudadanía plural, la multitudo spinozista, que “siente e interpreta” las reivindicaciones de una forma distinta a la conocida hasta la fecha (heredera del siglo XIX), y que expresa su disconformidad -desde el fenómeno del 15M hasta los movimientos que propugnan una entrada pacífica en el Congreso de los Diputados- con procedimientos novedosos. La senda constitucional abierta en 1978, que ha permitido recorrer, no sin cierto éxito, una parte del camino de la dictadura -pese a las infinitas secuelas psicológicas y sociales- a la democracia de mercado, parece que llega a una vía muerta. Los partidos mayoritarios -maquinarias de perpetuación de castas o “clase extractiva”, según terminología (liberal) de moda- se están mostrando incapaces para resolver la crisis e impedir el deterioro de la calidad democrática, y viven este “desbordamiento” democrático, “que no, que no nos representan”, bien con el temor a una pérdida de apoyo electoral (PP), bien como drama psicológico de espera beckettiana (PSOE), cuando sólo debería ser entendido, si interpretaran la realidad con lupa demoscópica, como una llamada de atención emocional, una petición de principio o natural evolución, acorde con la sorprendente naturaleza individual de la vida tecnológica y consumista (la metástasis del sistema-mundo capitalista creado a raíz de los acuerdos de Bretton Woods, 1944), donde la política, la sociedad y las relaciones laborales están mutando, sin saber bien hacia dónde, ni con qué fin, a velocidad de vértigo. Robespierre, el 10 de mayo de 1793, ante la Convención, teoriza la radicalidad democrática, eso que ahora se denomina “desbordamiento”, fijando los principios de acción y el tempo revolucionario: “Un pueblo cuyos mandatarios no deben dar cuenta de su gestión a nadie no tiene Constitución. Un pueblo cuyos mandatarios sólo rinden cuentas a otros mandatarios inviolables, no tiene Constitución, ya que depende de éstos traicionarlo impunemente y dejar que lo traicionen los otros. Si éste es el sentido que se le confiere al gobierno representativo, confieso que adopto todos los anatemas pronunciados contra él por Jean-Jacques Rousseau.” La argumentación de Robespierre, tomada de sus Discursos, editados con el título Por la felicidad y por la libertad (2005), elegante hasta en su formalidad literaria, parece escrita para momentos de déficit de soberanía y vacío de poder. Su reflexión es una mirada limpia al poder constituyente: hacia una estructura firme pero flexible, reticular, que impida, por inoperancia o miedo, la parálisis del sistema nervioso central del Estado. ¿Qué es legítimo hacer cuando los gobernantes dan la espalda a una parte, numerosa, del cuerpo electoral, y reaccionan solo ante las exigencias de las oligarquías financieras? Como sostiene Georges Labica, por debajo del pensamiento de Robespierre discurre una “política de la filosofía”.

La democracia o es virtuosa, justa y excelsa hasta el extremo, diría el abogado de Arrás, o no es democracia. Es más, o favorece el interés de la mayoría, o no merece tal nombre. Robespierre vivía obsesionado con la suerte de los desfavorecidos y el respeto a las decisiones de las mayorías. Pese a la brutalidad e ignorancia de la Historia liberal -parecido al caso de V.I. Lenin- Robespierre procuró contener los excesos jurídicos y políticos de dirigentes como Barère o Danton comportándose, en muchos instantes del proceso revolucionario, con paciencia y moderación: un “centrista” dentro del partido de la Montaña. Georges Lefebvre, uno de los primeros historiadores que desveló el velo de terror sangriento que envolvía su figura afirmó que “fue un hombre magnífico, defendió la democracia y el sufragio universal de 1789 (…) y en circunstancias normales nunca hubiera apoyado la pena de muerte ni la censura de prensa”.

El Proyecto de Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, antes citado, fue presentado ante la Convención el 24 de abril de 1793. Su articulado serviría de base a la Constitución de 1793, texto que, recuerda Albert Soboul en La revolución francesa (1966), “sería para los republicanos de la primera mitad del siglo XIX el símbolo de la democracia política”. Cuando los incesantes recortes del neoliberalismo -Alemania está ganando la guerra mundial que perdió en Stalingrado- afectan de manera indiscriminada a las prestaciones sociales se puede leer el artículo 21, repito la fecha, abril de 1793: “El socorro público es una deuda sagrada. La sociedad debe asistencia a los ciudadanos desgraciados, bien procurándoles trabajo, bien asegurando los medios de existencia para aquellos que no están en situación de trabajar.” 
 
Frente a la pérdida de aliento del sistema de 1978, el nuevo proceso constituyente, un renovado contrato social, con un fuerte carácter anti-individualista, debería exigir, de entrada, la recuperación de la soberanía perdida (su ser es ser en acción) y la permanente exigencia a los gobernantes de sus responsabilidades públicas. Ante el descrédito del Estado y de las instituciones, y la desconfianza que generan los políticos, minados por abusos y corrupciones, Robespierre sostenía (1793) que “el principio de responsabilidad moral -imperativo mayor de la democracia, podríamos añadir- exige además que los agentes del gobierno rindan, en épocas determinadas y con bastante continuidad, cuentas exactas y circunstancias de su gestión. Que las cuentas sean hechas públicas por la vía de la impresión y sometidas a la censura de todos los ciudadanos. Que sean enviadas, en consecuencia, a todos los departamentos, a todas las administraciones y a todas las comunas.” Cambio 16, una de las publicaciones más influyentes en la Transición, recogía unas declaraciones de Felipe González, Secretario General del PSOE, a la salida del colegio electoral, 6 de diciembre de 1978, la jornada que refrendó la Constitución. Preguntado por la vigencia del texto que se sometía a votación respondió: “Espero que decenios y decenios, y si es posible, de un siglo a dos”. Nada como el desparpajo y el tronío.

En una reciente biografía, Robespierre. Una vida revolucionaria (2012), Peter McPhee narra, a modo de conclusión, las vicisitudes del reconocimiento del revolucionario. El 30 de septiembre de 2009, el pleno municipal de la ciudad de París rechazó la moción de un concejal (socialista) que solicitaba poner el nombre de Robespierre a una calle o a una plaza en la “Ciudad de la Luz”. El concejal, perplejo, argumentó que el dirigente jacobino era “primera y principalmente un revolucionario formado por los ideales de la filosofía de la Ilustración” y no “una caricatura de un verdugo sediento de sangre”. Y un formidable antecedente, se podría añadir, para un dinámico, necesario y urgente proceso constituyente que impulse otra forma democrática de vida en común.


* El autor es el director-editor de Ediciones Península

martes, 23 de octubre de 2012

Vídeo - Historia reciente de España for dummies


Los Moñacos

26/09/2012

La historia de España que no te contaron en la escuela ni en las miniseries de la tele.

http://losmonigotes.wordpress.com/2012/09/26/historia-reciente-de-espana-for-dummies/

sábado, 20 de octubre de 2012

Segunda transición


Los tres grandes temas de la agenda española, social, histórico y territorial, no son incompatibles sino complementarios. Padecemos la misma enfermedad que Europa, pero en una dosis más concentrada.

Rafael Poch*


18/10/2012

España se formó como estado moderno en condiciones de ausencia de libertad. Los pocos periodos de libertad que tuvimos fueron breves, se echaron a perder y fueron sucedidos por los “grandes retrocesos” que, en palabras de Ramón Carande, caracterizan a nuestra historia nacional. Los últimos 37 años han permitido por primera vez “respirar” al cuerpo social español. Por eso la España de 1978 ya no existe, precisamente porque recibió oxígeno y lo utilizó para desarrollarse y evolucionar. Y por eso la España real de ahora exige profundas reformas. Una segunda transición, como se ha dicho.

Ya no es viable un nacionalismo español que se entienda como antagónico hacia los otros nacionalismos que el país contiene. En 1978 ese antagonismo se resolvió con el disimulo autonómico del “café para todos”. Pero hoy el país se ha liberado de algunos de los factores “disuasorios” que determinaron aquel consenso, entre ellos el miedo a una reacción militar consagrada en el artículo octavo de la Constitución. Por eso es imperativo dejar de aferrarse a aquel consenso, basado en la antigua España de 1978, para impedir un debate de tipo federal y abrirse a ello ¿Está dispuesto el nacionalismo español? Pascual Maragall, seguramente el político catalanista más abierto y universalista, intentó abrir ese debate pero chocó con la oposición del propio PSOE entonces gobernante ¿Será el PP capaz de hacer lo que el PSOE negó?

Pero el tema nacional es sólo uno entre los temas de la agenda de esa “segunda transición”. Está el tema de la historia, es decir de la justicia hacia el holocausto español de los años treinta y cuarenta, lo que se conoce como “memoria histórica”, y está la idea de una amplia regeneración democrática surgida en el 15-M, que incluya una política anticrisis razonable y desmarcada de la actual estafa social.

Por desgracia no se ven grandes posibilidades, ni disposición ni capacidad institucional favorable, para un proceso así. A menos que el terreno de juego sea dinamizado por algún tipo de potente “revolución civil de terciopelo” desde abajo, escenario que no puede descartarse en absoluto en la actual Europa y particularmente en España, que es el eslabón más débil y vulnerable de la crisis europea.

El debate separatista, irredentista, independentista, soberanista, como se quiera llamar, catalán, es completamente legítimo desde el punto de vista de la historia. Tan legítimo es hablar de la España de los 500 años, como de la Catalunya del milenio, con su lengua y tradición cultural diferenciada e incluso anterior a la española-castellana. Históricamente el sentimiento catalán hacia España ha conocido de todo; desde una profunda hostilidad y una alianza antiespañola con el rey de Francia en el XVII, hasta el exacerbado patriotismo español de la Catalunya próspera de finales del XVIII. Lo que hay que comprender es que el actual irredentismo catalán es un hijo de la libertad de los últimos treinta años.

A diferencia del catalanismo de los años setenta, que era pura sociedad civil, el actual incluye factores institucionales que hoy están en manos de una clase política muy desacreditada. Está también mediatizado por el filtro de toda una generación educada en cierto espíritu pujolista provinciano, y también por los intereses electorales cortoplacistas del partido neoliberal y catalanista que gobierna Catalunya. Pero con todos esos defectos, ese catalanismo es un hijo completamente legítimo de la libertad, de la rara libertad española de los últimos 37 años. Siempre que Catalunya ha tenido un poco de esa breve libertad ha asomado ese impulso que tanto desagrada a algunos en España.

Hay que comprender que la historia es una obra en construcción, que los amores y desamores de una sociedad son cambiantes, y que en un matrimonio libre y moderno – aunque tenga hijos y un abultado patrimonio común- se incluye el derecho al divorcio.  Ese derecho es válido incluso si una clase política desprestigiada como la catalana, no menos corrupta e inepta que la española, intenta utilizarlo como sustituto y alternativa a la posibilidad de una marea civil de terciopelo que reclame un orden social menos injusto y más decente.

Así, la segunda transición no solo representa retos para el nacionalismo español, sino también para el catalán. Si la primera transición expresó nuestro nivel como país y sociedad, con la segunda pasará lo mismo: obtendremos aquello que seamos capaces de pelear, negociar y consensuar.

Los tres grandes temas de la agenda de la segunda transición (social, histórico y territorial) no son incompatibles sino complementarios, pero sus adversarios, en Catalunya y en España, intentarán enfrentar a unos contra otros. Su objetivo sería que en lugar de debatir la ley electoral, la memoria histórica, el referéndum sobre la deuda, las responsabilidades por el ladrillo, los pufos de la banca, la corrupción política, el paro y los desahucios, junto a las mayores ansias soberanistas de Catalunya, Euskadi, Galicia y los que se puedan apuntar, se invite a la gente a una pelea identitaria bajo diversas banderas. Eso canaliza los malos humores sociales hacia un callejón sin salida muy a la conveniencia de la oligarquía internacional que gobierna la crisis europea.

Lo peor que se puede hacer ante los independentismos es precisamente lo que tiene más posibilidades de ocurrir: que se insulte, descalifique o deslegitimice el deseo de cambios de la población, expresado en elecciones, resoluciones parlamentarias y presiones cívicas mayoritarias. Nada será más contraproducente que la amenaza porque alimentará la pelea. Si eso ocurre asistiremos a un divorcio desagradable, porque la posibilidad de meternos en un improductivo charco de mutuo desgaste de la mano de nuestra fallida clase política hispano-catalana, es muy grande.

España es un país que puede permitirse ciertos márgenes de demagogia identitaria en su periferia. Lo que es letal para su integridad es ese mismo discurso y actitud en su matriz castellano-española. La situación no es comparable en muchos aspectos, pero la URSS se murió, no a causa de Lituania o Georgia, sino cuando su matriz rusa se apuntó a la disolución afirmando un discurso nacional ruso. Tal como se están poniendo las cosas en Europa, pronto al gobierno del PP no le quedará más recurso “macho” que exhibir que la defensa nacionalista española del centro contra la periferia. Por eso, cualquier reinvención de España en dirección a una mayor democracia, equidad y federalismo precisa un fuerte vector popular desde abajo. Sin ese movimiento, tendremos una doble quiebra. Quiebra social y quiebra nacional. España padece la misma enfermedad que la Unión Europea, aunque en una dosis más concentrada.


* Rafael Poch-de-Feliu es actualmente el corresponsal del diario La Vanguardia en Berlín. Durante veinte años representó al rotativo barcelonés en Moscú y Pekín.

jueves, 18 de octubre de 2012

El silencio




Octubre de 2012

Primero el silencio como poder. Ese poder tan fuerte que parece que nadie lo ejerce. Ese silencio del poder, que tiene en la prepotencia de la distancia la forma de doblegar a través del miedo y la resignación. Ese poder que actúa a la distancia de una fusta. O el silencio de Dios, que ante las tragedias es incluso criticado por los creyentes, que no terminan de comprender que Dios es precisamente eso que nos ignora.

O el silencio del pueblo, el silencio de las mayorías, el poder de las mayorías silenciosas, que ahora son evocadas como contrapunto de aquellos que se movilizan, que gritan u ocupan la calle, y que en el fondo vuelve a ser lo mismo: son también el silencio del poder porque es el poder quien lo interpreta, quien se apodera de él y lo utiliza como una herramienta contra los más conscientes. Y la heroicidad de aquellos que, ante la luz de los focos, se atreven a pasar de la mayoría silenciosa a las filas de los que luchan a cara descubierta, como el camarero de la Cafetería Prado, que de pronto adquiere una gran autoridad moral ante los manifestantes perseguidos por el poder a punta de porra. No es despreciable en los momentos que corren esta microfísica del heroísmo, personalizada por gente como este camarero, o el hombre mayor que en la estación de Atocha, para protegerlo, se abrazó a un muchacho y empezó a gritar, como si su voz fuera una alarma incansable: “Vergüenza, vergüenza”.

O el silencio de los intelectuales posmodernos, de una gran parte de ellos, en estos tiempos de canallas y de estafa estructural. ¿Dónde están los intelectuales? Y alguien puede responder: En el mercado. Ese mercado que marca la norma, que es siempre una norma comercial, y exige neutralidad, equidistancia y silencio. Por eso, y a modo de denuncia también, se celebra en Madrid el Congreso de Escritores, Intelectuales y Artistas por el Compromiso, porque no es posible callar en estos tiempos, porque no es posible dejarlo todo al espectáculo en que el neoliberalismo está convirtiendo la política representativa y la lucha institucional.

Ese silencio intelectual que, por ejemplo hace un cerco de olvido a las obras que señalan la alternativa, que señalan la realidad desde el punto de vista de la explotación y el dominio de las relaciones humanas, como es el caso el silencio ingente ante obras esenciales como lo fue en su momento (y lo es ahora) “Teoría e historia de la producción ideológica”, de Juan Carlos Rodríguez, absolutamente ignorada y cuestionada desde esa violencia estructural del silencio denso de las academias y los intelectuales de mercado.

Frente al silencio la voz, incluso el grito. Frente a las puertas cerradas, la calle. Son días en que es preciso existir con otros, salir a la calle, gritar, oponerse, afilar los argumentos contradictorios, al menos para que se sepa en el futuro que no estuvimos de acuerdo con los tiempos lóbregos que nos tocó vivir.

http://www.mundoobrero.es/pl.php?id=2145&sec=6&aut=104

* Imagen de Alberto Casillas Asenjo, el camarero que se enfrentó a los antidisturbios el pasado 25S.

lunes, 15 de octubre de 2012

Y gana el soldado


Aníbal Malvar


13/10/2012

Se la lía Juan Carlos a Rajoy en el desfile de las Fuerzas Armadas, echándole una bronca pública a la vista de todos, y aquí no pasa nada. O sea. Tenemos un rey cabreado y un presidente que ni se cree electo. Me parece que nos vamos al desastre. Por los gestos de su majestad, poco ha faltado para que el capitán general de nuestras fuerzas armadas mandara ayer fusilar al presidente español allí mismo, pero se conoce que esta práctica ya no está tan bien vista como antaño, y nuestro adorado Mariano se libró del paseíllo con una sonrisita y una bajada de cabeza, como los alumnos desaventajados de antes.

Esto nos pasa por seguir celebrando el Día de las Fuerzas Armadas con soldados. No se debe repetir este esperpento, porque los militares, y su jefe el rey, van y se crecen en cuanto sacan los tanques. Aunque sea con permiso.

Por mucho que nos cuenten que este año solo nos hemos gastado 230.000 euros en el desfile, y por mucho que nos expliquen que eso es ahorrar, a mí me parece que eso de sacar cada 12 de octubre al ejército a la calle es incitar a marimorenas, broncas y asonadas. Que se lo digan a Rajoy. Lo de ayer, en el marco en el que se produjo, no es una mera bronca. Es la metáfora de lo poco que avanza España. Es lo de siempre: un soldado gritándole a un presidente electo. Y el presidente electo dando pruebas de vasallaje ante el soldado.

Yo, francamente, propondría para el 12 de octubre un desfile de maestros y profesores universitarios, que representan, desde mi modesto entender, una visión de la hispanidad más acorde con los porvenires que añoramos. Opinarán ustedes, y con razón, que antes de dar este paso los maestros tendrían que aprender a pilotar aviones, a disparar un AK-47 y a bombardear escuelas. Pero es que el lector, en su candidez, no se entera de que corren otros tiempos.

Hoy que los ejércitos invaden solo en plan humanitario, y ya casi no gastan bombas de racimo, un soldado es mucho menos peligroso que un maestro. La famosa e interminable guerra de Afganistán es el último ejemplo cristalino de esta nueva forma de conflagración humanitaria. En contraste con la ferocidad escolar con la que nuestros enseñantes asesinan mentalmente al alumno español a golpes de educación para la ciudadanía, en Afganistán solo se mata por accidente. La educación para la ciudadanía sí que era un escándalo y un genocidio.

A mí me impresionaría mucho más, como ex alumno de la privada, un desfile de feroces maestros rojos en 12 de octubre que este paripé de soldaditos disciplinados. Y yo creo, incluso, que fomentar la figura del maestro con un desfile anual, contribuiría más a garantizar la unidad de España que sacar los tanques por Madrid, que anda imposible de tráfico.

Pero nos empecinamos y pasa lo que pasa. Si el desfile de ayer hubiera sido de maestros, no creo que el rey hubiera osado encararse así con nuestro atribulado presidente. Un rey es, por definición, un hombre que le tiene más miedo a un maestro que a un soldado. Y nuestro rey en especial, que nunca fue aventajado alumno de nada, seguro que se acojona más ante un profesor de filosofía que ante un general de ejército de tierra con un brazo de menos y un parche en el ojo.

Al final va a tener razón nuestra derecha. Como siempre. Más que educación para la ciudadanía, que era una perversión que incitaba a las niñas a no quedarse embarazadas, este país necesitaba una asignatura obligatoria denominada educación para la monarquía, en la que se explicara, por ejemplo, que ya no está de moda que un soldado intente amedrentar a un cargo electo, y menos ante sus electores. No es que yo no encuentre un par de millones de razones para soltarle a Rajoy una gavilla de improperios a la cara. Pero es que yo no soy soldado. No llevo bombas de racimo en la cartuchera. No soy heredero de Franco. Y mis improperios los suelo depositar en una urna, y no ante las cámaras de televisión y rodeado de émulos de Rambo.

Rajoy debería pedir ante el Congreso de los Diputados la reprobación de la actitud monárquica de ayer. Porque lo que hizo ayer Juan Carlos fue peor que, por ejemplo, okupar el Congreso. Fue okupar la democracia. Fue okupar la dignidad de un fulano que representa a la mayoría absoluta. Otra cosa es que uno se haya divertido enormemente observando la escena una y otra vez. Las caritas ridículas de Rajoy. Su frente mansa. El desplante final del rey, que se aleja sin despedirse. Todo muy hilarante. Salvo por el hecho de que la escena la protagonizan un soldado de fortuna y un presidente electo. Y el soldado gana.

http://blogs.publico.es/rosa-espinas/2012/10/13/y-gana-el-soldado/

* Fotografía del rapapolvos público de Juan Carlos de Borbón a Mariano Rajoy a propósito de la salida de tono de José Ignacio Wert.

sábado, 13 de octubre de 2012

Clásicos republicanos: «La familia»*, de José Nakens




1884-1885

Reunidas las lágrimas y la sangre que ha costado a los españoles en lo que va de siglo, podría formarse un mar sobre cuya superficie flotara una escuadra poderosísima construida con los millones de millones gastados a la vez por culpa suya.

Todas nuestras desgracias proceden de esa familia. En 1808 nos entregó desarmados a Napoleón; del 14 hasta el 20 nos ahorcó; desde el 23 hasta el 30 nos volvió a ahorcar; y nos deportó y nos encarceló.

Desde el 33 al 40 luchamos unos contra otros, por si había de ser este o aquel individuo de esa familia el que había de tiranizarnos; y desde el 40 al 68, apenas pasó día sin infames fusilamientos o atropellos inicuos.

El 72 volvió a encender la guerra civil que duró hasta el 76, y recientes en la memoria están las innumerables víctimas que causó.

Lo que desde entonces acá viene ocurriendo, por sabido se calla.

Toda nuestra savia, toda nuestra riqueza, toda nuestra vida se ha perdido por esa familia, que siempre consideró a España feudo suyo y trató a los españoles como viles esclavos.

Por esa familia, los españoles nos hemos odiado, luchamos y perecemos, nos calumniamos, nos perseguimos como fieras; y cuando después del combate pensamos fríamente en las ventajas que para el vencedor ha traído, hallamos que el vencedor es esa familia.

¿Y que estemos tan ciegos todos que no veamos en ella la causa de nuestras desdichas, y no nos unamos en apretado haz para poner remedio? ¿Que no sepamos acallar nuestras diferencias ante ese enemigo común, aun cuando no fuera más que por instinto de conservación?

Mentira parece que entre una familia y una nación, sea ésta la que calle y aquélla la que grite; el todo quien sucumba, y la parte quien se imponga.

A tanto equivaldría ver a un elefante aterrado ante un mosquito.

http://vocesdelextremopoesia.blogspot.com.es/2011/07/la-familia.html

* Éste y otros textos del genial Nakens se encuentran recogidos en el volumen Puntos negros y otros artículos, publicado por La Linterna Sorda en 2010.

** Instantánea de los actuales Borbones durante el desfile de la Fiesta Nacional de ayer, 12 de octubre de 2012.

jueves, 11 de octubre de 2012

Que España no siga el camino... de España


Isaac Rosa


04/10/2012

De un tiempo a esta parte nadie quiere acabar como España. No quiere Romney, que nos puso como ejemplo de mal camino; no quería Sarkozy, que usó repetidas veces el desastre económico español en su pulso con Hollande; tampoco el presidente ecuatoriano Correa, que justificó su reforma hipotecaria en el objetivo de no terminar hundidos por una burbuja como la española; ni la presidenta argentina Cristina Fernández, que en varias ocasiones ha ironizado sobre un destino, el español, que tanto recuerda al que sufrió su país hace una década.

Tampoco quieren seguir el camino de España muchos de nuestros vecinos al norte de los Pirineos, donde el horizonte griego que hasta hace meses se usaba para meter miedo y justificar recortes y reformas, ha sido sustituido por la imagen de una España tambaleante a la que nadie quiere parecerse ni de lejos.

Por no hablar de la prensa internacional, que repite hasta aburrir el juego de palabras “Pain in Spain”, y ha agotado ya todas las posibilidades del toro de Osborne como icono de la desgracia: el toro convertido en un saco de huesos, chamuscado, estoqueado sobre el ruedo, doblado sobre las patas delanteras, toreado por los mercados…

Lo de menos es el sonado reportaje del New York Times, actualizando la iconografía de una España solanesca que durante décadas había sido desplazada por la imagen de esa otra España moderna y orgullosa. Más allá de esas fotos (que retratan una realidad que por supuesto existe), es más grave ver cómo las mismas imágenes que hace años ilustraban informaciones admirativas, hoy acompañan las crónicas de la caída.

No hace tanto ocupábamos portadas y merecíamos reportajes por nuestras infraestructuras, nuestros edificios de arquitectos de relumbrón, nuestro boom inmobiliario que era la fórmula mágica del crecimiento sin fin, nuestras empresas a la conquista del mundo, nuestro escaparate brillante, nuestros artistas que triunfaban por todo el orbe, y nuestra oferta patrimonial, cultural, festiva y paisajística, que nos convertían en destino deseado para inversores y turistas por igual.

Hoy algunos medios sólo han tenido que reescribir el pie de foto, pero la imagen es exactamente la misma. Ha cambiado su significado: las infraestructuras que no podemos mantener, los edificios inconclusos o sin contenido, los miles de pisos devenidos activos tóxicos, los bancos quebrados, las empresas devaluadas y a merced de cualquier comprador, el escaparate apagado, la cultura arruinada, el patrimonio sin recursos, los museos sin presupuesto, el paisaje lleno de grúas paradas. Las imágenes del sueño español son hoy retratos de la pesadilla en la prensa internacional.

Y no sólo imágenes. Todo lo que hasta hace años era admirable hoy se convierte en una lección de lo que no debe hacerse. Lo que ayer era prestigioso hoy es reprobado. Incluso el rey, que hasta no hace nada merecía la atención de la prensa internacional como el bondadoso padre de una democracia joven y ambiciosa, hoy ve cómo esa misma prensa airea sus deslices, su fortuna y su decadencia. O la Transición, que se quiso exportar como modelo para cualquier país que salía de un conflicto, y que hoy empieza a ser vista como el pecado original de un sistema que hace agua.

Eso sucede en el extranjero, pero no nos vayamos tan lejos. En España también hay cada vez más gente que no quiere acabar como España. Ahí están los catalanes independentistas, cuya prisa por romper lazos sospecho que tiene mucho que ver con las señales de hundimiento que muestra España. No niego que haya un sentimiento independentista sincero, pero también supongo que en Cataluña (y en Euskadi) se extiende la convicción de que es más fácil reconstruirse ellos solos, levantarse de su propia ruina, que confiar en la reconstrucción de una España donde casi no queda un pilar que no esté dañado.

Y luego estamos los españoles que no tenemos de quién independizarnos, y que tachamos del calendario los días que faltan para un rescate que puede ser el tiro de gracia. Españoles que ya no tememos acabar como Grecia, sino como esa España que usa Romney de espantajo; españoles que no queremos que España siga el camino… de España. De esa España de la que huyen todos.

Más que nada porque ese camino no sólo pasa por la crisis, el paro, la deuda y la falta de horizonte, sino también por ciertos tics antidemocráticos que van asomando en los últimos meses; desde la criminalización de la disidencia a las apelaciones a la mayoría silenciosa; de los excesos policiales a la presencia cada vez mayor que tiene el Ejército en las portadas de periódico de un tiempo a esta parte (una salida de tono de una asociación de militares a cuenta de Cataluña; un homenaje a los caídos en África hace un siglo; el rey con uniforme, cualquier excusa es buena para colorear de caqui la portada últimamente).

Podemos sacar pecho, envolvernos en la bandera y denunciar una perversa campaña internacional contra una España que, en palabras de Cospedal, en realidad es “un modelo de recuperación económica”, aunque Romney no se haya enterado. Pero otros preferimos denunciar que, como sigamos por este camino, España corre el riesgo de acabar… como España. Ya me entienden.


* Panorámica de la ciudad de Benidorm (Alicante), incluida en el comentado reportaje fotográfico de The New York Times.

martes, 9 de octubre de 2012

Pijos ácratas, fachas apurados y congresos esquinados



Cuarto Poder

06/10/2012

Si hay algo que molesta a la derecha es un juez respondón que los desautorice. Cierto es que les molestan también sobremanera los policías o guardias civiles sindicalizados y, no poco, los curas rojos. Pero a los armados los ven displicentemente como asalariados desertores del arado, y a los curas como descarriados que leyeron mal el sermón de la montaña pero que terminan por lo general humillándose ante el Papa. Pero un juez… Las sociedades capitalistas necesitan justificar las desigualdades y doblar legalmente el brazo a los perezosos trabajadores. La fuerza bruta no basta (ya lo demostró Platón con el argumento de Trasimaco). El entramado legal en que consiste el Estado es la pieza esencial de su dominación. De hecho, en las familias con mando histórico en plaza, el avaricioso iba a la empresa, el tonto a la milicia, el sinvergüenza a la curia y el avispado al mundo del derecho (como juez, abogado o notario). Y cuando se habla de “la familia”, no caben traiciones. Aunque, cierto es, que la derecha llame pijo a un juez, recuerda al dicho venezolano: “aquí está el diablo dando misa”.

Ya se sabe el desenlace de la acusación por delitos de lesa humanidad cocinada por el PP -ese partido fundado por el franquista Fraga, llevado a la gloria electoral por el franquista Aznar, abocado a un rescate por el gallego de derechas Rajoy y esperpentizado por la pija franquista y delegada del Gobierno en Madrid-. Acusación que buscaba hacer de los organizadores del 25S reos émulos de aquellos encadenados de los chistes de cuando Forges se estaba inventando a Forges, colgados de las muñecas en olvidadas mazmorras y tan sabedores de que tenían razón como de que estaban en la mierda. Pues ha llegado un juez, de los jueces jueces, que les dijo a los del PP, esto es, a los guardianes de las mazmorras: “esto no es mío”, y los del PP, arrogantes como son, de familia, insistieron: “pues te jodes y los procesas”. Y el juez: “¿Ah, sí? Pues te vas a cagar”. Y en ese lenguaje jurídico, quizá algo más sofisticado, añadió: “Y, desde luego, el hecho de convocar bajo los lemas de rodear, permanecer de forma indefinida …, exigir un proceso de destitución y ruptura del régimen vigente, mediante la dimisión del Gobierno en pleno, disolución de las Cortes y de la Jefatura del Estado, abolición de la actual Constitución e iniciar un proceso de constitución de un nuevo sistema de organización política, económica o social en modo alguno puede ser constitutivo de delito, ya no solo porque no existe tal delito en nuestra legislación penal, sino porque de existir atentaría claramente al derecho fundamental de libertad de expresión, pues hay que convenir que no cabe prohibir el elogio o la defensa de ideas o doctrinas, por más que éstas se alejen o incluso pongan en cuestión el marco constitucional, ni, menos aún, de prohibir la expresión de opiniones subjetivas sobre acontecimientos históricos o de actualidad, máxime ante la convenida decadencia de la denominada clase política”. 

Mientras Rommey le decía a Obama que no quería llevar a Estados Unidos por el camino de España, el diputado del PP Rafael Hernando, el que en una ocasión le quiso medir la cara a Rubalcaba con los puños, habló por el PP y dijo que el juez desobediente era un ácrata y un pijo. No debiera ser problemático cuestionar a los jueces, que bien lo merecen. Llamarlos pijos puede ser redundante. Ácratas, hombre, suena exagerado, porque el anarquismo busca acabar con la forma Estado. Aunque eso no fue lo relevante. Mucho más terrible –y menos comentado– fue que afirmara el pugilístico diputado que el auto era “indecente”. Porque cuando la derecha dice de algo que es “indecente”, termina llevándolo a la hoguera o al campo de concentración. Aviso para navegantes. El juez Pedraz había señalado que el comportamiento de la derecha que nos gobierna pecó de alarmista –por confundir las metáforas sobre la ausencia de democracia con un golpe de Estado, ellos, que tanto saben del asunto– e incoherente –por decir una cosa y la contraria, acostumbrados a hacer y deshacer sin tasa ni testigos–. Hablar de “conjura contra el Estado” o de “ataque a la soberanía nacional” suena en exceso al delito de rebelión con que los franquistas juzgaron, condenaron y ejecutaron a decenas de miles de republicanos. Preocupante.

Desde la Asociación Profesional de la Magistratura voló una judicial descalificación, llena de respeto, sobre el auto de Pedraz. Los comentarios del juez díscolo sobre el camino al sumidero de los políticos hispánicos –incluidos los catalanes– no sería sino “un exceso literario”. Aunque lo que habría que decirle a los magistrados profesionales es que el exceso literario no es del juez Pedraz, sino de las encuestas del CIS que achacan a los políticos los males del país y el túnel al final de la luz. Vamos, que el exceso es el que expresan los ciudadanos sobre la política institucional. ¿Y no es sensato que un juez imparta justicia sobre la base de una lectura correcta y actualizada de la realidad social en la que vive?

Rodear el Congreso era una manera nueva de decir que esta democracia está agonizando. Que si te presentas con un programa a las elecciones y lo incumples de manera total, estás vaciando el Congreso de sentido, de la misma manera que si te desentiendes de tus obligaciones con tus nacionales, la bandera se convierte en un trapo absurdo. Que si perdemos derechos sociales porque así lo mandan “los mercados”, hay que disolver las Cortes y replantearnos qué hacemos. Que si la Constitución es papel mojado porque el artículo 1 queda sometido al albur del ánimo del capitalismo financiero es momento de buscar una nueva Constitución que de sentido al Estado social, democrático y de derecho. Que si vemos impávidos cómo se rompe el Estado porque las cúpulas de los partidos están más preocupados por su posición inmediata que por pensar a medio plazo, es hora de que los diferentes pueblos que configuramos el Estado nos sentemos en pie de igualdad y discutamos cómo queremos organizar la convivencia.

Y esa capacidad corresponde al pueblo, que es donde reposa la soberanía y que es quien posee el poder constituyente. Y si el poder constituido quiere impedirlo, hay un conflicto político de primera magnitud. Porque no hay nada por encima del poder constituyente. Y si lo constituido lo olvida, no queda otra que regresar al lugar donde se solventan los problemas políticos de calado: en las calles. Las calles que rodean el Congreso. Ahora con sanción judicial, elevado a los altares democráticos de la libertad de expresión. Lo que sabíamos aunque no lo dijera un juez.  Ahora, el problema es de ellos. Rajoy siempre puede mirar para otro lado, fumarse un puro y condecorar a los policías que más recio disparen en las estaciones de tren y metro. El 15M y el 25S siguen sumando fechas a la democracia.

Juan Carlos Monedero es profesor titular de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Complutense de Madrid y director del Departamento de Gobierno, Políticas Públicas y Ciudadanía en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales.

http://www.cuartopoder.es/tribuna/pijos-acratas-fachas-apurados-y-congresos-esquinados/3297

** Fotografía de Santiago Pedraz Gómez, magistrado titular del Juzgado Central de Instrucción número 1 de la Audiencia Nacional.

domingo, 7 de octubre de 2012

El cementerio recupera la memoria


Álvaro Calleja

GranadaiMedia

05/10/2012

Memoria, reparación y dignidad. Quizá hayan sido las palabras más pronunciadas en el emotivo acto de homenaje y señalización de  la tapia del cementerio granadino de San José como ‘Lugar de Memoria’. Han tenido que pasar 76 años para que familiares de los miles de  fusilados en el muro del camposanto, unos  4.000 según los historiadores, vean colmada en parte sus deseos de asistir en vida al último capítulo de una terrible historia cuyas heridas no acaban de cicatrizar.

Ni el sufrimiento de muchos años de silencio, ni el calculado menosprecio de las autoridades, en este caso del gobierno municipal de Granada, ayer presente en el acto a través del concejal independiente Fernando Egea; nada de ello han impedido que hoy haya un monolito, o más bien un cartel institucional que recuerda a las víctimas que “fueron asesinadas por defender la legalidad democrática”.

Hasta en cinco ocasiones el Ayuntamiento ha retirado la placa cada vez  que los familiares se reunían en el mes de julio para recordar su memoria. Esta vez parece la definitiva, al menos ahora está protegida por ley. Egea, abucheado por una minoría de asistentes con gritos de desaprobación que acalló la multitud, aseguró para la “tranquilidad de todos” que la placa “será velada y custodiada, como no puede ser de otra manera”, por el Ayuntamiento.

Más allá de la presencia institucional, cargos y militantes del PSOE e IU, además de representantes de otros colectivos sociales, los protagonistas en la tarde del viernes fueron los familiares que en representación de las víctimas tomaron la palabra. Manuel Mateo y Gabriel Fernández Valladares, hijo del concejal socialista asesinado Juan Fernández Rosillo, volvieron la vista atrás para reflexionar sobre la suerte y el destino de quienes cargaron con las culpas de la derrota y con sus inevitables consecuencias.

Por su parte, Francisco Vigueras, portavoz de la Asociación Granadina para la Recuperación de la Memoria Histórica, expresó en nombre del resto de colectivos de reparación a las víctimas* el “compromiso y apoyo” a la decisión de la dirección general de Memoria Democrática de “retirar de una vez por todas los símbolos franquistas”, recordando que en el centro de Granada, en la Plaza de Bibataubín, “hay un símbolo infame que hace apología del fascismo”, en alusión al monolito dedicado a Primo de Rivera, que el Ayuntamiento de Granada “tiene obligación de retirar por coherencia democrática y dignidad política”. La esperanza que a partir de ahora albergan las víctimas, según desveló Vigueras, tiene que ver con la posibilidad de que los nombres de las víctimas figuren en la tapia del cementerio “como si fuera una página de un libro. La mejor lección de historia”.

El poeta Luis García Montero, presente en el homenaje, confesó estar emocionado. Recordó que hubo un golpe militar contra un gobierno legítimo que “se llevó a lo más decente de la sociedad”, e hizo un llamamiento para “recuperar las raíces” como forma de “dar sentido a la democracia y evitar las tentaciones de las prácticas fascistas”. Su propuesta giró en torno a dignificar los barrancos de Víznar y Alfacar para que figuren como ‘Parque Histórico de la Memoria’, declaración que impediría cualquier intento de “especulación” urbanística.

Intervenciones del Gobierno andaluz

El director general de la Memoria Democrática, Luis Naranjo, consideró “incomprensible e inadmisible” que siga habiendo símbolos de exaltación fascista en la ciudad de Granada. Aclaró que, más allá de las sanciones que el Gobierno andaluz tratará de imponer en caso de no se proceda a su retirada, “es una cuestión de demócratas y no de ideas (…), de liberticidas y de defensores de la democracia”. Naranjo apostó también por acabar con la “anomalía democrática” de que siga habiendo miles de víctimas en las cunetas, aunque aclaró que no siempre será posible exhumar. En estos casos, se tratará de buscar algún tipo de reparación que incluye “nombrar a los verdugos”.

El capítulo de intervenciones políticas lo cerró el vicepresidente del Gobierno andaluz, Diego Valderas, que se refirió al acuerdo para defender “la verdad, justicia y reparación de las víctimas”. “El gobierno andaluz tiene una deuda que hoy salda parcialmente, ya que este es un paso más en el camino que juntos hemos de recorrer para fortalecer la democracia”, puntualizó Valderas, quien no tenía dudas de que ayer fue “un día histórico”.

Hubo un minuto de silencio, una ofrenda floral a pie del monolito; lecturas de poemas, entre ellos el que dedicó Antonio Machado a Federico García Lorca, ‘El crimen fue en Granada’, que leyó con pasión Fernando Barros; o el que escribió Marcos Ana tras salir de prisión y que trajo a la memoria el vicepresidente del Gobierno andaluz, Diego Valderas. No faltó el desgarrado cante flamenco de Juan Pinilla y la aportación de la cantante de La Marea, María Martín, que se encargó de cerrar el homenaje a las víctimas con la interpretación del himno de Andalucía.

http://granadaimedia.com/el-cementerio-recupera-la-memoria/

* Verdad, Justicia y Reparación y UCAR-Granada, los otros dos colectivos colaboradores en la organización del acto.

** Imagen cortesía de Landahlauts, responsable del blog La Arbonaida.

jueves, 4 de octubre de 2012

Mañana - Señalizaci​ón del Lugar de Memoria - Tapia del Cementerio de Granada


Estimados ciudadanos:

Unidad Cívica Andaluza por la República en Granada (UCAR-Granada) se complace en invitaros al acto de señalización de la tapia del cementerio de San José como Lugar de Memoria Histórica, organizado por la Consejería de Administración Local y Relaciones Institucionales de la Junta de Andalucía, con nuestra colaboración y la de los compañeros de la AGRMH y Verdad, Justicia y Reparación.

El evento se celebrará mañana mismo, viernes 5 de octubre de 2012, a las 18:30 horas, en el paredón del camposanto granadino. Contaremos con la presencia de Diego Valderas, vicepresidente del gobierno andaluz, y con las intervenciones y actuaciones del poeta Luis García Montero y los cantaores Juan Pinilla y Fernando Barros. Cerrará la ceremonia la interpretación del himno de Andalucía, a cargo de María Martín, cantante del grupo La Marea.

El acto, en el que se colocará la placa oficial en memoria de las víctimas del franquismo fusiladas en aquel muro del terror, supone una gran victoria para el movimiento memorialista de nuestra tierra, después de tantos años de impostura municipal. La placa recordará permanentemente a los asesinados en defensa de la Segunda República Española, hasta ahora ausentes del paisaje urbano de nuestra ciudad.

Os esperamos en la tapia, compañeros y amigos.

Verdad, Justicia y Reparación para las Víctimas del Fascismo.

Salud y República Federal, Laica y Solidaria.

martes, 2 de octubre de 2012

'The New York Times' cuestiona la manera en que el rey amasa su fortuna personal


■"Un rey escarmentado que busca la redención, para España y su monarquía", es el titular del artículo que se repasa los últimos acontecimientos del monarca.

■"Se le valora en los círculos empresariales como intermediario (...), pero la forma en que ha amasado su fortuna personal permanece en secreto", dice el artículo.

■Desde Zarzuela insisten que el monarca no recibe comisiones, pero algunos expertos lanzan una pregunta al aire: "¿A cuánto asciende en realidad su fortuna?".

20 Minutos

29/09/2012

El diario estadounidense The New York Times cuestiona la fortuna amasada por el rey Juan Carlos y su tarea de “diplomático de los negocios” de cara a vender la “marca España” en el mundo. “Un rey escarmentado que busca la redención, para España y su monarquía”, es el titular del artículo con el que The New York Times repasa los últimos acontecimientos desafortunados para el monarca y cómo en esta etapa de crisis económica emplea el papel de “embajador de la nación” para conseguir suculentos contratos millonarios que supongan más dinero para las arcas del Estado y ayuden a mejorar la confianza de los inversores en España.

El diario estadounidense remarca las diferencias entre la reciente monarquía española y el resto de coronas europeas, y destaca cómo el rey llegó a Jefe del Estado “con prácticamente nada”, y poco a poco ha generado una fortuna.

“Al rey se le valora mucho en los círculos empresariales por actuar como intermediario y como el embajador económico para su nación, pero la forma en que ha amasado su considerable fortuna personal permanece en secreto”, apunta The New York Times.

“La riqueza de la familia real española se ha estimado en hasta 1.790 millones de euros, una suma que sus defensores afirman que fue inflada por la inclusión de los bienes del Estado”, prosigue el diario estadounidense.

¿Comisiones como intermediario?

Su papel negociador ha tenido recientemente su punto álgido al intermediar con la monarquía de Arabia Saudí para que fueran empresas españolas las que realizasen la línea de alta velocidad entre La Meca y Medina.

“Los partidarios del monarca y asesores de Zarzuela insisten en que el rey no recibe comisiones sobre las ofertas que media o promociona”, se cuestiona en el artículo al contrastar esta información con la opinión de varios expertos en la monarquía borbónica y europea.

“Han intentado ser más transparentes al revelar su presupuesto anual (…). Supongo que al menos el rey es millonario, pero la pregunta es: ¿Es un multimillonario? ¿A cuánto asciende en realidad su fortuna?”, se pregunta el catedrático de la Universidad de Bruselas Herman Matthijs, que investiga el gasto público en la realeza europea.

José García Abad, autor de dos libros sobre el rey Juan Carlos, destaca la campaña financiera previa a su ascensión al trono y cómo “estaba obsesionado con hacerse con una fortuna personal”, menciona en el artículo.

“En sus viajes, el monarca puede aceptar regalos en nombre del Gobierno español, pero no hay una lista pública de los presentes. A través de los años, ha recibido yates, una casa en las islas y varios automóviles de lujo que añadir a su colección de coches”, enumeran en el texto de The New York Times.

Sin embargo, al rey también le salen defensores, entre ellos el presidente de Telefónica, César Alierta, que asegura que "desde el punto de vista corporativo, es el embajador 'número 1' de España". También el exministro español Miguel Ángel Moratinos defiende el papel crucial del rey en casos como el del AVE a La Meca: "Sin el rey, este contrato no se habría realizado".

http://www.20minutos.es/noticia/1602409/0/the-new-york-times/articulo/rey-juan-carlos/

* Dibujo de Mena.