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martes, 3 de enero de 2012

Clásicos republicanos: «A España», de Victor Hugo


Victor Hugo

Hauteville-House, 22/10/1868

El Descamisado, Caspe, 15/11/1868

Las Dominicales del Libre Pensamiento, Madrid, 26/08/1888

Un pueblo ha sido durante mil años, desde  el siglo VI al XVI, el primer pueblo de Europa, igual a Grecia por la epopeya, a Italia por el arte, a Francia por la filosofía; ese pueblo ha tenido un Leónidas con el nombre de Pelayo, y un Aquiles con el nombre del Cid; ese pueblo ha comenzado por Viriato y ha concluido por Riego; tuvo un Lepanto como los griegos tuvieron Salamina; sin él Corneille no hubiera creado la tragedia, ni Cristóbal Colón descubierto la América; ese pueblo es el pueblo indomable del Fuero Juzgo: casi tan pertrechado como Suiza por su relieve geológico, pues el Mulhacén es al Mont Blanc como 18 es a 24; ha tenido su Asamblea de las selvas, contemporánea del forum de Roma, meeting de los bosques, en que el pueblo reinaba dos veces por mes, en el novilunio y en el plenilunio; ha tenido Cortes en León setenta y siete años antes de que los ingleses tuviesen su Parlamento de Londres; ha tenido su Juramento del Juego de Pelota, en Medina del Campo, bajo D. Sancho; desde 1133 en las Cortes de Borja, ha tenido el tercer estado preponderante, y se ha visto en la Asamblea de la nación a una ciudad, como Zaragoza, enviar 15 diputados; desde 1307, bajo Alfonso III, ha proclamado el derecho y el deber de insurrección; en Aragón ha instituido el hombre llamado Justicia, superior al hombre llamado Rey; frente al trono ha opuesto el temible si non, non; ha rehusado el impuesto a Carlos V. Al nacer ese pueblo ha tenido en jaque a Carlomagno, y al morir, a Napoleón. Ese pueblo ha tenido enfermedades y sufrido plagas; pero, en resumen, no ha sido más deshonrado por los frailes que los leones por los piojos. No han faltado a ese pueblo más que dos cosas: saber prescindir del papa y del rey. Por la navegación, por el comercio, por la invención aplicada al globo, por la invención de itinerarios desconocidos, por la iniciativa, por la colonización universal, ha sido una Inglaterra, con el aislamiento de menos y el sol de más. Ha tenido famosos capitanes, doctores, poetas, profetas, héroes, sabios. Ese pueblo tiene la Alhambra como Atenas el Partenón, y un Cervantes como nosotros un Voltaire. El alma inmensa de ese pueblo ha arrojado sobre la tierra tanta luz, que para ahogarla ha sido preciso un Torquemada; sobre aquella antorcha, los papas han puesto su tiara, apagaluces enorme. El papismo y el absolutismo se han concertado para acabar con esa nación. Después, toda su luz la han convertido en llama, y se ha visto a España unida a la hoguera. Aquel quemadero desmesurado ha cubierto el mundo; su humo ha sido durante tres siglos el nubarrón horroroso de la civilización, y terminado el suplicio, acabada la quema, se ha podido decir: Esa ceniza es un pueblo.

Hoy renace la nación de esa ceniza.

Lo que es falso con respecto al fénix, es cierto con respecto al pueblo.

Ese pueblo renace ¿Renacerá pequeño? ¿Renacerá grande? Ésa es la cuestión.

España puede reconquistar su rango. Puede tornar a ser la igual de Francia y de Inglaterra, oferta inmensa de la Providencia. La ocasión es única. ¿La dejará escapar España?

¿De qué sirve una monarquía más en el continente? España súbdita de un rey, súbdita de las potencias, ¡que empequeñecimiento! Por otra parte, fundar una monarquía en estos momentos es tomarse trabajo para cosa que ha de durar poco tiempo. La decoración va a cambiar.

Una República en España sería la paz en Europa, y el alto dado a los reyes es la paz; sería Francia y Prusia neutralizadas; la guerra entre las monarquías militares, imposible por el sólo hecho de la revolución presente, la mordaza puesta a Sadowa y Austerlitz, la perspectiva de las matanzas reemplazadas por la del trabajo y la fecundidad, Chassepot destituido en provecho de Jacquart; sería el equilibrio del continente bruscamente establecido a expensas de las ficciones, por el peso de la verdad en la balanza; sería la vieja potencia, España, resguardada por esa joven fuerza, el pueblo; sería, bajo el punto de vista de la marina y del comercio, la vida devuelta a ese doble litoral que ha reinado sobre el Mediterráneo antes que Venecia y sobre el Océano antes que Inglaterra; sería la industria floreciendo allí donde bulle la miseria; sería Cádiz igual a Southampton, Barcelona igual a Liverpool, Madrid igual a París. Sería Portugal volviendo a España por la sola atracción de la luz y de la prosperidad: la libertad es amante de las anexiones. Una República en España sería la prueba pura y simple de la soberanía del hombre sobre sí mismo, soberanía indiscutible, soberanía sobre la cual no puede recaer votación; sería la producción sin tarifas, el consumo sin aduana, la circulación sin trabas, el taller sin proletariado, la riqueza sin parasitismo, la conciencia sin prejuicios, la palabra sin mordaza, la ley sin mentira, la fuerza sin ejército, la fraternidad sin Caín; sería el trabajo para todos, la instrucción para todos, el cadalso para nadie; sería el ideal hecho tangible, y lo mismo que hay la golondrina-guía, habría la nación-ejemplo. Nada de peligro en ello. España democracia, es España ciudadela. La República en España sería la probidad administrando, la verdad gobernando, la libertad reinando, sería la soberana realidad inexpugnable; la libertad es tranquila porque es invencible, y es invencible porque es contagiosa. El ejército enviado contra ella retrocede contra el déspota.

He aquí por qué se la deja en paz:

La República en España sería en el horizonte la irradiación de lo verdadero, promesa para todos, amenaza para el mal únicamente; sería ese gigante, el Derecho, en pie en Europa, detrás de esa barricada llamada los Pirineos.

Si España renace monarquía,  es pequeña.

Si renace República,  es grande.

Que escoja.

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