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domingo, 15 de abril de 2012

La III República, contrato de Ciudadanía y Regeneración


José Luis Pitarch*


13/04/2012

El pasado está cambiando velozmente y tampoco se deja profetizar, era una expresión compleja del gran Haro Tecglen. Y aún cabe menos ser profeta, añadimos hoy, cuando han cambiado las preguntas y nadamos casi desesperadamente no ya en una feroz crisis económica y democrática  –en que los Gobiernos, los políticos, se ponen firmes y dicen “¡a la orden!” a los amos del nuevo terrorismo mundial, el terrorismo financiero-especulador–  sino en una auténtica crisis de civilización. Mas en este querido país tan histórica y políticamente atrasado, apenas sin Ilustración (las dos Repúblicas fueron intentos de ella con retraso grande, y ambas fueron fusiladas por la conspiración de “los de siempre”, epulones y terratenientes reaccionarios, eclesiásticos infieles a su evangelio, militares corrompidos por el desprecio y miedo al pueblo), en este país, decimos, y en este orden de ideas, sí tenemos una profecía incontestable: se llama III República. Tercera República tras tanta monarquía borbónica por derecho de conquista (Felipe V; el abyecto Francisco Franco y su pupilo Juan Carlos) o de golpe de estado militar (retorno de Fernando VII y su abolición de la Constitución de 1.812 de consuno con el general Elío y otros; Alfonso XII subido al golpe de Sagunto). Mas permítanme citar otra frase de un pensador como Walter Benjamin: para la Historia, nada de lo que una vez haya ocurrido ha de darse por perdido. A lo cual añadimos que el olvido está lleno de mentiras.

Tenemos señas de sobra de que la III República, si no horizonte inmediato, lo es “mediato” (al modo de un nieto respecto al abuelo). Señas cual las trapacerías del Urdangarín y su digna esposa, por más que nos relaten el cuento chino de que ella no sabía nada. O la inmensa fortuna que ha reunido Su Majestad partiendo prácticamente de cero, lo que quizá animó al yerno a decirse: yo también quiero algo, que el tambor también es tropa. O la encuesta publicada por “El País” el domingo 6-12-09 donde, a la pregunta “¿lo mejor para España es seguir siendo una monarquía parlamentaria o pasar a ser una república?”, una cuarta parte contestaron que una república. Y actualmente parece haber otras encuestas que no se publican en que los que prefieren la república son el 50% o más. Aunque  “El País” saque un editorial, también en domingo, el 4 de marzo último, lleno de fervor monárquico y exaltación de Don Juan Carlos; y aunque dicho gran diario no tenga a bien publicar una carta al director firmada por este modesto presidente de Unidad Cívica por la República poniendo algunos puntos sobre las íes de dicho recusable editorial.

Da impresión de que en La Zarzuela conocen esas últimas encuestas no publicadas y están me pregunto si muy preocupados o asustados. Quizá ya algo lo estuvieran a 24 de agosto de 2.004, con ocasión del bello Acto (al que servidor asistió invitado) conmemorativo en París del 60º aniversario de su Liberación del dominio nazi por tropas de la Division Leclerc, encabezadas por una columna de republicanos españoles en vehículos de combate que llevaban pintados emocionantes nombres como “Teruel”, “Jarama”, “Ebro”, etc. Así lo recordaba la placa que el Ayuntamiento parisino y su Alcalde Bertrand Delanoë inauguraron eses día junto al Sena con un bello discurso  del Alcalde, que seguido fue por otra infame perorata del entonces Presidente del Senado español, Javier Rojo. Y digo infame por no usar palabras mayores, pues, mientras la hermosa placa rezaba “AUX REPUBLICAINS ESPAGNOLS COMPOSANTE PRINCIPALE DE LA COLONNE DRONNE” (la columna Dronne, “la 9”, mítica Compañía mandada por el capitán Dronne) , mientras la tarjeta de invitación al Acto repetía el recuerdo y homenaje a “los republicanos españoles”, el caradura del Sr. Rojo (¿es esto la política, el pacto del PSOE con la monarquía borbónica, o qué demonios o vergüenza es?), en un discurso más bien largo, se comió todas las veces, unas quince o veinte, la palabra “republicanos”, diciendo siempre “los españoles” en vez de “los republicanos españoles”. Ladran, en fin, luego cabalgamos, o mejor, callan y mienten, luego van cuesta abajo en su intento de manipular la Historia y poner diques a la III República Española. Que, como escribe Almudena Grandes, no consiste en un sueño perdido, sino en la esperanza de un país mejor.

Porque “República”, igual en Francia de fines del siglo XVIII o en el precedente nacimiento de USA, o en España ayer y hoy, siempre significó modernidad, avance democrático, sociedad más justa, contrato de ciudadanía. Por eso en el planeta cada vez hay una monarquía menos, cual una especie en extinción, nunca una más… excepto en España  –“reserva espiritual de Occidente”, aseguraba el francofascismo– donde ya han venido ¡cuatro veces! los Borbones. A saber, los ya reseñados Felipe V, iniciador de la dinastía tras guerra civil de tres lustros; el infame Fernando VII, asesino de Riego y de nuestra primera Constitución; Alfonso XII y su “monarquía de Sagunto” (que decía mi profesor de Derecho Político don Diego Sevilla) enterradora de la I República; y Juan Carlos, nombrado digitalmente por el césar marroquí, uno y otro enterradores conjuntos de la II República, tras jurar este último monarca Borbón parvenu los Principios Fundamentales del Movimiento fascista. Aunque luego Juan Carlos, como Groucho Marx, pudiera decir: “éstos son mis principios; pero, si no le gustan, tengo otros”.

Y nos endosaron una Constitución monárquica entre cuyos “padres” estaban vigilantes comisarios fascistas como Fraga y Cisneros –que en cualquier democracia europea hubieran sido carne de cárcel como Pétain, para no decir fusilados como Laval– y alguno que jugaba con dos barajas como Herrero de Miñón. Más la vigilancia coaccionante del Ejército de Franco, síndico del atado y bien atado. Y, si no tragábamos esta “reconciliación del embudo”, no había democracia, que sobraban generales ansiosos de ocupar el sillón vacío del “caudillo”, por ejemplo los golpistas Iniesta Cano o De Santiago y Díaz de Mendívil. Incluso pusieron al Rey delante de las Cortes, representantes de la soberanía popular, algo inédito en casi dos siglos de numerosas Constituciones hispanas (también las de las dos Repúblicas situaban antes a las Cortes que a la Presidencia de la República). Además, blindaron a Juan Carlos graníticamente en el Artículo 168, igual que en el 92 (los referéndums no son vinculantes). Y le regalaron, sin control ninguno, el dinero de todos (Artículo 65).

Ante todo ello, reivindicamos la República como Regeneración y, hasta alcanzar la misma, la lucha ideológica y comunicativa, democrática y pacífica. Es una cuestión de Cultura, en cuanto sistema de referencias, en cuanto Cultura remite a Moral y Derecho, a pensamiento y acción, a Derechos Humanos y dignidad personal y colectiva. A tradición igualitaria y liberación de ataduras, servidumbres y prejuicios religiosos. Ésta es nuestra idea de Cultura Republicana, hermana de la Ilustración que nos hurtaron y por la que luchamos en la actual Crisis de Civilización. Por eso proclamamos que el fin natural de una sociedad democrática es la República, y que España está y estará en interinidad mientras no haya un referéndum vinculante Monarquía/República. Como lo hubo en Italia y Grecia tras sus dictaduras fascistas. Por eso no aceptamos que una parte de la Soberanía popular se la apropie una familia. Sin entrar a hablar de sus antepasados tan indignos como Fernando VII, Isabel II, Alfonso XIII; o de urdangarines y marichalares que reciben pingües dineros procedentes de nuestros impuestos. Sin olvidar que la monarquía hereditaria transgrede numerosos Artículos de la Declaración Universal de Derechos Humanos de Naciones Unidas y del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos que obligan al Estado español, así como de la propia Constitución Española de 1.978, en cuanto a igualdad ante la Ley. Sin aceptar el matrimonio canalla de olvido e impunidad. Y sin olvidar la formidable locución de Gonzalo Puente Ojea: la transición fue el mayor timo de la Historia de España.



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