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martes, 12 de enero de 2010

Amadeo Martínez Inglés: "La horas de la monarquía española están contadas"


J. Pons

VMPress

02/01/2010

Ningún hecho político trascendente ha tenido lugar en este país, durante los últimos treinta años, que no fuera previamente autorizado o decidido por el rey Juan Carlos I, afirma con rotundidad el coronel Amadeo Martínez Inglés. La defenestración de Arias Navarro, el nombramiento de Adolfo Suárez, las conversaciones con Santiago Carrillo, la legalización del PCE, el 23-F, el Juicio de Campamento, los GAL, las misiones de las Fuerzas Armadas en el exterior, el apoyo logístico a la Primera Guerra del Golfo, los nombramientos de la mayoría de los ministros y de todos los de Defensa, las conversaciones con ETA..., son quizá los más importantes, pero no los únicos, en los que el inefable inquilino de La Zarzuela ha intervenido directamente haciendo valer una autoridad y un poder personal que en absoluto contempla la Constitución, según el militar.

En esta entrevista concedida a VMPress, el polémico coronel, historiador militar, hace un análisis de la situación política de nuestro país y describe, con meridiana claridad, su versión de los hechos del "chapucero" golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, así como la figura del Rey Juan Carlos I, de quien asegura que no solo reina "sino que gobierna", y a quien hace responsable de muchos de los males del Estado Español. Ahora acaba de publicar "La Conspiración de Mayo" (Ed. Styria) , lo que él considera el libro definitivo sobre el 23-F.

- El coronel Amadeo Martínez Inglés afirma que el Rey Juan Carlos fue el ideólogo del "chapucero" golpe de Estado del 23 de febrero de 1981

- En declaraciones a VMPress afirma que el ejército español "no está en condiciones de hacer casi nada"

Háganos un análisis de la actualidad política de hoy...

Yo ya he expresado clara y rotundamente en mi libro “Juan Carlos el último Borbón” que España se encuentra en la actualidad en los prolegómenos de un fin de ciclo histórico y que va a tener que enfrentarse en el medio plazo (incluso me he atrevido a señalar el fin de la presente legislatura como frontera para el cambio) a un enorme desafío, a una modificación casi total en su estructura política, territorial, social, institucional… También he escrito que “con la próxima desaparición o abdicación del actual rey de España comenzará en este país la verdadera transición”.

De estas declaraciones mías se desprende sin ninguna duda que estoy firmemente convencido de que los españoles nos encontramos en estos momentos ante una profunda crisis institucional, de identidad nacional, de supervivencia del Estado/Nación, centralista y autoritario, que hemos conformado política y socialmente durante siglos; y que esta crisis se va a sumar, potenciándola y agravándola, a la financiera y económica que padecemos y que, como todo el mundo sabe, ha adquirido una virulencia muy especial a lo largo del último año.

El momento político actual en España es pues, a mi modesto juicio, apasionante (todos los períodos de cambio y renovación son muy importantes y peligrosos para las naciones que deben afrontarlos, sobre todo si ese cambio viene impuesto por el agotamiento del sistema anterior) y el éxito o el fracaso de la apuesta futura que elijamos los españoles dependerá lógicamente (ahora, afortunadamente, no estamos amenazados por ningún poder fáctico armado, aunque todavía quedan algunos tradicionales que pueden poner palos en las ruedas del proceso) de la valía, inteligencia, competencia, moderación y “savoir faire” de los políticos que rijan en esos momentos la frágil nave del Estado.

También he señalado en mis libros que, posiblemente, ese profundo cambio en el ser o no ser de la España actual podría haber comenzado hace ya algún tiempo, coincidiendo quizá con el momento de la llegada al poder de Zapatero el 14 de marzo de 2004. E, incluso, antes tras las masivas manifestaciones contra la guerra de Irak celebradas en Madrid y otras ciudades españolas los días 15 de febrero y 15 de marzo de 2003, en las que miles de banderas republicanas inundaron las calles y plazas de este país portadas y escoltadas por centenares de miles de ilusionados ciudadanos.

En esa dirección del “cambio tranquilo” auspiciado por ZP (que de momento sería solo la punta del iceberg de la profundísima renovación que España necesita para salir del atolladero político, social y económico en el que se encuentra) podrían ir apuestas legislativas tan llamativas y revolucionarias como la del nuevo Estatuto de Cataluña, del matrimonio homosexual, de la igualdad de género, de la memoria histórica… Sin contar con otras iniciativas recientes del Ejecutivo socialista, no menos importantes, como han sido el fracasado (pero no enterrado) proceso de paz con ETA, la nueva financiación de las Autonomías o la reivindicación pública de la II República española.

Pero todo esto, a mi modesto entender, no es suficiente. El tiempo apremia, el régimen político de la transición (el juancarlismo) heredado del franquismo, y con todos sus perversos genes dictatoriales intactos a pesar del lavado de cara democrático impulsado desde dentro, está agotado y debe ser reemplazado cuanto antes. Creo que el presidente Zapatero “se la juega” en lo que queda de legislatura (la “legislatura maldita de ZP” la he calificado repetidamente en mis escritos) si quiere de verdad ganar las próximas elecciones de 2012 y, lo que es mucho más importante para el país, si quiere poner los cimientos (el defendió en su campaña electoral la necesidad de un profundo cambio, aunque sin prisas) de un nuevo Estado español verdaderamente democrático, moderno, solidario, europeo, descentralizado al máximo, respetuoso con las minorías, pueblos y naciones que han conformado a la fuerza durante siglos la España tradicional y, por supuesto (estamos en el siglo XXI), republicano.

Debería, repito, antes de que acabe la actual legislatura, pero con la vista puesta en la siguiente, plantear sin ambages, con valentía y determinación, la modificación total y absoluta de la actual Constitución en lo que se refiere, entre otros, al Título Preliminar Art. 1º-3 y al Título II, promoviendo, según señala el citado texto legal en su Título X Art. 168, la correspondiente votación en ambas Cámaras legislativas y disolviendo las mismas sea cual fuere el resultado de ambas consultas. Y plasmando a continuación en su nuevo programa electoral la determinación absoluta de él y de su partido de continuar por el camino de la citada reforma, aunque el PP se enfrentara a tan importante reforma histórica, e ir a un referéndum para que el pueblo español pueda pronunciarse de una vez (lo debería haber hecho en 1975) sobre el modelo de Estado que prefiere: Monarquía o República.

La decisión de la ciudadanía al respecto (a este historiador no le cabe la menor duda de cual sería el resultado), que debería posibilitarse en todo caso sea cual fuere el resultado de las votaciones en las Cortes, podría substanciarse a lo largo del bienio 2012-2014 llevando al nuevo Gobierno a la apertura de un proceso constituyente que definitivamente abriera las puertas del siglo XXI al pueblo español y pusiera las bases de una futura República federal/confederal de nuevo cuño, en la que todos sus pueblos, regiones, nacionalidades y naciones estuvieran representados, cómodos, ilusionados y sin los contenciosos (algunos sangrientos) que han envilecido durante siglos la historia de los hombres y mujeres que hemos tenido la suerte (durante mucho tiempo, más bien la desgracia) de haber nacido en esta piel de toro llamada España.

Y querría aprovechar las últimas líneas de esta exhaustiva contestación a la primera pregunta planteada para permitirme advertirle al presidente Zapatero, apoyándome en mi experiencia y en los muchos años que llevo dedicado al estudio de la Historia, de lo peligroso que puede resultar, para él en particular pero sobre todo para el PSOE, el seguir mirando para otro lado en esta tan trascendental cuestión de la reforma urgente de este país; centrándose en el exterior y dejando que el tiempo discurra alegre y confiado pensando que el futuro de España se arreglará solo. La cosa no admite demoras: la monarquía juancarlista, repito, está acabada; el actual Estado de las Autonomías no funciona, nos está arruinando a todos y se ha convertido en un demencial campo de Agramante político en el que todos luchan contra todos por conseguir dinero, poder y competencias; la ciudadanía está desorientada, odia a los políticos y se encuentra harta de un sistema que ya no rinde, no le soluciona sus problemas y, además, es corrupto y nada representativo. Si él, el ZP del “cambio tranquilo”, no reacciona y coge el toro de la verdadera transición por los cuernos que no le quepa la menor duda de que esa bandera del “cambio profundo”, de la revolución pacífica y silenciosa en este desorientado país, la enarbolará echando mano de toda la parafernalia posible la derecha; o los propios ciudadanos, echando mano de sus actuales o futuras organizaciones más o menos políticamente incorrectas. No resulta en absoluto arriesgado pensar, para un historiador y estratega que conoce un poco, solo un poco, como ha actuado el pueblo español en otras encrucijadas de su atormentada historia cuando la depresión, la ruina material, la falta de horizontes y el abandono de sus dirigentes le ha colocado en el disparadero de actuar por su cuenta, que el funesto corolario a tanta desidia y falta de clase de sus políticos puede concretarse en el largo plazo en una explosión política, territorial y social de consecuencias nefastas para todos.

El nacionalismo separatista catalán, vasco y gallego, ¿Son un peligro para la unidad de España?

En absoluto. El verdadero peligro para la unidad de España, por muy contradictorio que parezca, lo representa en estos momentos el nacionalismo español. La España de hoy, la del siglo XXI, la moderna, democrática, desarrollada, avanzada, una de las primeras potencias económicas del mundo (aunque sea muy débil en el plano militar, lo cual no deja de ser un obstáculo importante en el mundo teóricamente pacifista de hoy) e integrada en la Unión Europea, no puede seguir muchos años más con el patrón centralista, centrípeto, autoritario, uniforme, basado en la fuerza de unos ejércitos que ha venido utilizando a placer durante los últimos cinco siglos. Por una razón fundamental, entre otras asimismo muy importantes: la argamasa, el cemento, el pegamento institucional que la ha mantenido unida formando un Estado/nación de aluvión, definido únicamente por criterios geográficos (la península ibérica) pero constituido por pueblos y naciones muy diferentes cultural, social, religiosa e, incluso, étnicamente, el Ejército como digo, el poder de las armas, ya no existe como esa última ratio de fuerza institucional, manejada históricamente por reyes, validos o generales para mantener unido férreamente el conjunto nacional. Las Fuerzas Armadas españolas en la actualidad, desmantelado en los años ochenta el numeroso Ejército franquista, no tienen ya el poder, ni la fuerza, ni los medios, ni la organización, ni la moral (y, además, ni quieren ni se les podría ordenar) para ejercer esa antigua misión de gendarme nacional en beneficio, no de los ciudadanos, sino del jerifalte político de turno, sea este rey, presidente, general o dictador.

En consecuencia, la España del futuro, la España republicana del siglo XXI integrada en su día en la Federación Ibérica de naciones que indefectiblemente deberemos crear en el próximo futuro como parte muy importante y definitoria del flanco suroeste de la Unión Europea, no debe temer nada de ningún nacionalismo tradicional español como el vasco, el catalán o el gallego. Como tampoco del español, del portugués e, incluso, del gibraltareño, por minúsculo e ilegítimo que parezca este último a muchos españoles en estos momentos. Todos ellos, y llamo la atención del lector en el sentido de que lo único que estoy haciendo en las presentes líneas es mera prospectiva histórica y política aunque ciertamente arriesgada, como identidades políticas y sociales de sus respectivos pueblos deberán conformar en su día Estados plenamente soberanos (dentro de la ya escasa soberanía residual posible al pertenecer todos a una macrosociedad continental como la UE) que se unan al proyecto futuro ibérico común.

¿Cree que se debería reformar la ley electoral?

Desde luego. La presente ley electoral se redactó con criterios de seguridad nacional, de evitar saltos en el vacío, de dejar todo atado y bien atado en unos momentos históricos de suma preocupación por el futuro de la democracia recién sobrevenida y, en particular, del régimen de la dictadura. Fue, como la Constitución del 78 y todas las demás leyes y disposiciones políticas y sociales de los años setenta y ochenta, intervenida y autorizada por el Ejército franquista de la época, que en última instancia autorizó la transición y la vigiló férreamente durante todo ese tiempo. Hasta que, fracasado el golpe de Estado del 2-M de 1981 que prepararon los capitanes generales franquistas contra el rey Juan Carlos y que este frustró con su maniobra político-militar del 23-F, el nuevo poder socialista de Felipe González logró desactivar poco a poco el poder militar que se había mantenido intacto desde la muerte de Franco.

La actual ley electoral no se compadece en absoluto con los parámetros generalmente admitidos en una verdadera democracia. Se vota, sí, cada cuatro años, y tenemos unas Cortes más o menos representativas, pero aquí no puede ser elegido directamente por el pueblo “soberano” ni el jefe del Estado, ni el presidente del gobierno, ni los alcaldes, ni prácticamente ningún líder político o social. El ciudadano solo puede definirse por unas listas cerradas y bloqueadas redactadas por las cúpulas de unos partidos que comen en el pesebre del poder, con lo que estamos de facto en una partitocracia, en un oligarquía política de un par de organizaciones mayoritarias que se turnan en el Gobierno de la nación cada unos pocos años. Auxiliados por unos partidos regionales o periféricos que son fichados o “comprados” para que puntualmente ayuden al que gobierna sin la correspondiente holgura parlamentaria.

¿Una III República sería un nuevo fracaso nacional?

En absoluto. Los fracasos de las dos primeras fueron muy relativos. Eran tiempos muy difíciles, política, social y económicamente hablando, y no cayeron sólo por sus errores, que sin duda cometieron algunos de sus dirigentes más que nada por falta de rodaje democrático, sino por el ataque despiadado de sus enemigos, principalmente la Iglesia y el Ejército. Este último, como todos sabemos, incluso llegó a sublevarse y provocar una cruenta guerra civil en 1936, espoleado, todo hay que decirlo, por los monárquicos y las fuerzas más ultraconservadoras de la nación. Y con el apoyo económico y militar de fascistas y nazis.

Fueron, especialmente la Segunda República, puesto que la Primera apenas tuvo tiempo de nada, épocas de renovación, democratización, modernización, cambio, progreso social, consecución de derechos personales básicos, ilusión y quehacer colectivo. ¡Lástima que sus enemigos fueran tantos y con tanto poder y odio! La III República, que llegará más pronto que tarde pues la historia y el progreso de los hombres no hay quien los pare, no se va a encontrar con tantas dificultades, todo lo contrario, va a nacer en una Europa unida y demócrata, avanzada y rica. Su éxito está asegurado porque, entre otras cosas, los españoles no tenemos ante nosotros otro camino.

¿Cree en el futuro de la monarquía española?

En absoluto. La monarquía en España hace ya muchos años que está muerta. Los españoles, eufóricos, la enterramos el 14 de abril de 1931 echando a patadas al estúpido y cobarde rey Alfonso XIII. Lo que tenemos en este país desde el 22 de noviembre de 1975, enquistado eso sí en la jefatura del Estado, es un cadáver político, una momia histórica, un zombi social e institucional sacado de la tumba por el poder omnímodo y testicular de Franco, que se ha mantenido todos estos años por dos razones fundamentales: el miedo de la ciudadanía al Ejército y a una nueva guerra civil y el deseo de pervivencia del aparato del anterior régimen con su cohorte de poderes fácticos: banca, iglesia, nobleza latifundista…

Pero esa situación ha cambiado drásticamente, el pueblo empieza a darse cuenta del engaño y tomadura de pelo que representó la Constitución de 1978 metiéndole de matute otra vez a un Borbón y todo hace pensar que las horas de la monarquía en España están contadas.

¿Qué opinión tiene del Estado de las Autonomías?

El Estado de las Autonomías actual fue una concesión del franquismo y el militarismo de los años setenta a los nacionalismos tradicionales en España. Los que pergeñaron la transición, y su derivada la Constitución de 1978 (en esencia Torcuato Fernández Miranda en el campo político y Armada y Mondéjar en el militar), quisieron desactivar desde el principio los nacionalismos vasco, catalán y gallego, que podían echarse al monte o, por lo menos, poner palos en la rueda del proceso democratizador”, con un federalismo vergonzante “made in Spain” que les solucionara el problema en el corto plazo (muy pocos políticos y militares creían en 1975 que el juancarlismo durara mucho más allá de unos pocos años) facilitando el arranque de un cambio pacífico del franquismo a la democracia que nadie sabía como podía acabar. Y desde luego habría acabado muy mal y muy pronto si la maniobra ilegal y anticonstitucional montada por La Zarzuela el 23-F no hubiera desactivado milagrosamente el golpe radical franquista del 2 de mayo de 1981.

Sin embargo, este sistema sui generis se les iría de las manos a los planificadores del post franquismo coronado instaurado en España a partir de 1975, no ha funcionado como previeron pues al socaire del “café para todos” al que se tuvo que agarrar la UCD para resolver los grandes problemas iniciales con los que se topó en el terreno social y económico, muchas regiones españolas militantes hasta entonces en el centrípeto nacionalismo español, desertaron de él y ahora son más papistas que el papa, dejando en mantillas en cuanto a deriva separatista se refiere a vascos, catalanes y gallegos. Esto no tiene ya vuelta de hoja y el horizonte político español pasa indefectiblemente por ir sin prisa pero sin pausa hacia un Estado federal/confederal. Republicano, naturalmente.

Como profesional, ¿Las Fuerzas Armadas españolas están en condiciones de afrontar un enfrentamiento, por ejemplo, con Marruecos?, u otro país vecino...

Las FAS españolas no están en condiciones de hacer casi nada. En el terreno militar se entiende. Como OSG (Organización sí gubernamental) humanitaria dedicada al reparto de medicinas, alimentos, agua y demás elementos vitales necesarios a pueblos en crisis o guerras, como empresa estatal uniformada para el levantamiento de escuelas y construcción de puentes y carreteras en zonas deprimidas del ancho mundo, como fuerza de interposición para evitar encontronazos entre belicosos pueblos inmersos en contenciosos seculares, como hermanitas de la caridad que tienen que obedecer autoritarias órdenes de hacer el bien sin mirar a quien e, incluso (aunque esto resulta un poco más peligroso), como escuderos del gran amo americano en sus demenciales guerras genocidas imperiales (Irak, Afganistán…) sí que pueden hacer algo, y de hecho llevan lustros haciéndolo.

Yo luché con toda mi alma a finales de los años ochenta (a costa de mi carrera y meses de prisión militar) para erradicar la mili obligatoria en España (que costaba doscientas vidas anuales entre accidentes y suicidios y no servía para tener un Ejército eficaz) y crear unas Fuerzas Armadas profesionales, modernas, reducidas, polivalentes, bien equipadas y respetuosas con los derechos fundamentales de todos sus miembros. En 1996 finalmente me dieron la razón (curiosamente el PP de Aznar) y profesionalizaron el Ejército. Pero no supieron hacer el cambio, marginaron a los que llevábamos más de veinte años estudiándolo. Ahora tenemos unas FAS tan malas como las anteriores pero mucho más pequeñas. Y encima a ZP se le ocurre la peregrina idea de inventarse su particular Brigada de bomberos rurales (la UME) por aquello de que como los militares obedecen sin rechistar sirven para todo… menos para las misiones que le encomienda la Constitución; por cierto, redactada casi en su totalidad con la autorización de los militares franquistas de los años setenta. ¡Que Dios y el sátrapa marroquí nos cojan confesados!

Su libro, "El Último Borbón" ha producido cierto escándalo entre los poderes fácticos. ¿No teme alguna acción jurídica contra usted?

En absoluto. No creo que a esos poderes fácticos, y en particular al Borbón que todavía ocupa la jefatura del Estado español por una pirueta testicular del dictador Franco, les interese lo más mínimo que mi humilde persona, de uniforme militar por supuesto que da muy bien en los juzgados y en las televisiones, coja por banda a un juez y durante horas y horas le cuente con pelos y señales las andanzas (muchas de ellas presuntos delitos) del “campechano de La Zarzuela”.

Yo soy un historiador militar que lleva casi treinta años estudiando a fondo la llamada modélica transición, algunos años más los entresijos del Ejército español y, desde luego, conozco a fondo, porque he trabajado en puestos muy importantes de la cúpula militar, el por qué, el como, el cuando, el lugar, las razones ocultas y, por supuesto, los protagonistas de las mayores chapuzas (incluidos crímenes de lesa humanidad) que han tenido lugar en este país durante los últimos seis lustros.

Muchas de estas barrabasadas del poder y de estos crímenes (de Estado y no de Estado) ya los he puesto en conocimiento de las Cortes españolas y del resto de instituciones del Estado, a través de prolijos Informes, alguno de ellos con más de cuarenta páginas de extensión. Y en estos momentos estoy a la espera de que el Congreso de los Diputados, que recientemente los ha admitido a trámite y estudio, se digne designar la Comisión de Investigación parlamentaria que he solicitado para que depure las presuntas responsabilidades del rey Juan Carlos I.

En su descripción del rey, lo tacha de mediocre, vividor, y franquista. ¿Qué es lo que nos han vendido entonces?

Y no solo lo he tachado de eso que usted dice. En mis escritos a las Cortes, al Gobierno de la nación y a otras instituciones del Estado, le he denunciado como homicida confeso (que lo es) y, también, en grado de presunción por el momento hasta que no digan lo contrario los representantes del pueblo soberano (los jueces no pueden hacerlo): como asesino (de su hermano, el infante D. Alfonso de Borbón), malversador de fondos públicos (pagos de chantajes sexuales), terrorista de Estado por omisión (GAL), golpista (23-F) y reo de alta traición, cobardía ante el enemigo y genocidio (en grado de colaboración necesaria) por el bochornoso pacto secreto que suscribió en 1975 con el Departamento de Estado norteamericano y el rey Hassan II, siendo jefe de Estado en funciones, para la entrega del Sahara Occidental español a Marruecos.

Usted asegura que no está de acuerdo con aquello de que "el rey reina, pero no gobierna", sino todo lo contrario...

Este rey, Juan Carlos I, y así lo he denunciado también en mis libros e informes, se ha valido todos estos años (sobre todo hasta la salida y posterior procesamiento del general Manglano, director del CESID) de la información privilegiada que ha recibido, y recibe, de los servicios secretos militares y de la cúpula militar, para ejercer un poder omnímodo, casi total, muy superior al que contempla la Constitución para su figura. Ha ejercido como un dictador en la sombra, entre bambalinas, presionando y pasando por encima (si hacía falta) de todos y de cada uno de los presidentes del Gobierno elegidos democráticamente por el pueblo español.

¿Cree que el Rey conocía de antemano los preparativos del golpe de Estado del 23 F?

No solo conocía los preparativos, es que el golpe del 23-F (en realidad no fue un golpe sino una maniobra político-militar borbónica) fue planificado, preparado, organizado, coordinado y, finalmente ejecutado, con su autorización y beneplácito. Por los generales Armada y Milans. Todo lo relativo a este falso golpe de Estado, que he estudiado durante más de veinticinco años, está publicado en mis libros y, sobre todo, en el último y definitivo: “La Conspiración de mayo”, que acaba de salir a las librerías después de sortear algunos inconvenientes sembrados desde el poder.

También califica esta democracia como una nueva dictadura.

Al rey Juan Carlos le he calificado de “dictador en la sombra”, como jefe de un Estado en el que no “reina” precisamente una verdadera democracia sino una meramente formal, posibilista, descafeinada, de cara al exterior, sobre todo a una Europa que nos acogió en su seno democrático después de pensárselo dos veces. Me parece que ya lo he dicho con anterioridad, aquí se vota sí cada cuatro años pero estamos todavía muy lejos de que el pueblo español, como reza la actual Constitución en una especie de brindis al sol, sea verdaderamente soberano. Durante estos últimos treinta años de “modélica” transición han mandado los de siempre, los franquistas que se subieron a última hora, y tapándose sus vergüenzas, al carro de un franquismo coronado.

¿Ha perdido muchos amigos con estas afirmaciones?

En absoluto, todo lo contrario. Cada vez tengo más amigos y muchos, muchísimos ciudadanos, me saludan por la calle y me manifiestan su apoyo a todo lo que manifiesto y escribo. En la manifestación contra la guerra de Irak, el 15 de marzo de 2003, me abrazaron miles de personas entusiasmadas porque un militar de uniforme saliera a la calle a decir lo mismo que ellos decían. Siempre recordaré aquél día, igual que recordaré la marcha por la República a la que me sumé, también de uniforme, el 22 de abril de 2oo6.

Le diré, para acabar de contestar su pregunta, que en estos momentos tengo más de 30 invitaciones de Ateneos, Asociaciones, Centros culturales, organizaciones políticas…para visitarles e impartir una conferencia. ¡Lástima que no pueda complacerles!

Ahora acaba de publicar con Styria un nuevo libro...

A esta pregunta ya la he contestado en una respuesta anterior. Sí, en Ediciones Styria he publicado por fin mi último libro “La Conspiración de mayo”, un libro definitivo sobre el 23-F en el que cuento con pelos y señales la conjura que prepararon para el 2 de mayo de 1981 los capitanes generales franquistas, que tachaban al rey de traidor. Éste, para defenderse y salvar su corona montó el numerito ese de la “intentona involucionista” que no fue tal sino una maniobra subterránea suya. Eso sí, no tuvo ningún reparo en traicionar a sus fieles cortesanos (los generales Armada y Milans) y en mandarlos a galeras 30 años.

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