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martes, 23 de noviembre de 2010

Don Felipe cuando besa, no la besa de verdad


Pablo Alcázar López

Donde los ángeles

21/11/2010

Los diarios han publicado la foto de los Príncipes de Asturias besándose en el concierto de Shakira, el viernes pasado. A muchos radiofonistas se les ha hecho el micro pepsicola comentando el prodigio. “Han actuado con total naturalidad, como cualquier pareja de su edad. Una buena noticia para España,entre tanta noticia preocupante, este beso abre una puerta a la esperanza...”.Este beso se ajusta perfectamente al espíritu del Capítulo Segundo de nuestra Carta Magna —el que tutela los derechos y libertades de los ciudadanos— que prescribe, en su artículo 14, que "los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social". Por eso, los miembros de la Casa Real española, siempre que la ocasión lo permite, gustan de aparecer ocupados en quehaceres no muy diferentes de los que llenan los días de los demás ciudadanos. Una de las infantas es maestra y ejerció en su juventud en un colegio privado. Otra, estudió también una carrera universitaria,regateó y pescó a un jugador olímpico de balonmano. El Príncipe de Asturias recibió la educación que la alta burguesía paga a sus hijos y convivió en sus años mozoscon jóvenes militares en varias academias.

La construcción de un héroe, la formación de un príncipe, exigía en el Renacimiento —y así lo recetó Maquiavelo— un punto de crueldad, un escrúpulo de fiereza, sin llegar a ser odiado. En los tiempos presentes, "igualitarios y democráticos", el lanzamiento y promoción de un líder necesita de un tratamiento adecuado en los medios de comunicación, que, desde luego, no puede ser el mismo si el personaje que hay que vender parte de la nada o si procede de estirpe regia. El cineasta Abel Gance, en su notable película "Napoleón", pone el acento desde el principio en los elementos diferenciadores, en los estigmas y signos excepcionales que desde la infancia acompañan al héroe plebeyo que tiene que diseñar:un águila real que no lo abandona desde los 10 años, un círculo luminoso que abraza la figura de Napoleón, un gesto arrogante y un comportamiento limpio de cobardía y de mezquindad. Napoleón, en el film de Gance, es decorosamente fiel, desde la infancia, a la excelencia de un destino que parece conocer. Pero, cuando se es heredero de un reino, la retórica de la excepción exige que el héroe recorra meticulosamente la escala de lo cotidiano, de lo vulgar. Que agote todas las estaciones de lo acostumbrado. Como si debiera hacerse perdonar la potestad heredada, en un Reino que destierra en su Ley Suprema los privilegios por razón del nacimiento.

A veces, son los periodistas los que ponen una pizca de exageración ridícula en esta retórica de la insignificancia: un periódico titulaba el 16 de setiembre de 1987, "El Príncipe volará sin privilegios", al dar la noticia del primer vuelo de instrucción que realizó don Felipe a bordo de un avión T-34 mentor, en la Academia General del Aire de San Javier, en Murcia. Las leyes de la física de entonces no encontraron inconveniente en que, para volar, el heredero prescindiese de sus privilegios. Y todo el mundo estuvo de acuerdo en que el Príncipe de Asturias podría volar, como cualquier ser humano: con dificultades, con miedo, en vuelo rasante, en vuelo picado, acrobáticamente, henchido de felicidad e, incluso, sin privilegios. Lo que no hubiera podido hacer de ninguna manera, ni él ni nadie, es volar sin alas. De la misma manera que los príncipes de Asturias, hoy en día, se pueden besar de muchas maneras, como cualquier pareja de enamorados, pero si lo hacen en público, jamás lo harán “con total naturalidad”. Seguirán un protocolo publicitario del que estarán excluidos la pasión y el arrebato, porque los herederos cuando besan en los conciertos, nunca besan de verdad, y a todos interesa besar con teatralidad. Les va en ello el interesante puesto de trabajo que la fortuna les ha regalado de por vida.

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