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lunes, 19 de diciembre de 2011

La Casa Real, la impunidad y “Lo que el viento se llevó”


Juan Carlos Monedero


13/12/2011

Lo más llamativo de los más que presuntos desfalcos tramados y ejecutados por Urdangarin con el paraguas de la Casa Real es, una vez más, la impunidad. Qué tendrán algunos, especialmente la aristocracia de cuna, que creen que este país es su cortijo, las personas sus perrunos lacayos y dios y los obispos sus testigos. Desde que nos alcanza la memoria. Desde, cuando menos, los Reyes Católicos. Insaciables señoritos.

La derecha mallorquina lleva años quejándose del enriquecimiento del yerno presunto ladrón, dolida, como siempre, porque no les alcanzaba su cuota parte. Llegado un punto, parece que los reyes ni siquiera reparten entre sus cortesanos. Fue una de las quejas de Javier de la Rosa con el lío de las Torres Kio y los dineros de Kuwait. Ya lo había dicho Talleyrand -recogido por Stefan Zweig en su Fouché-: “Es costumbre real el robar. Pero los Borbones exageran”. El enfado de la derecha, sin embargo, tiene vieja data. Hay una parte, que viene del falangismo, a la que no le gustan los reyes. Otra parte, nostálgica de la CEDA, cree que el nacional-catolicismo se gestiona mejor con una estructura republicana. Otros están simplemente dolidos por el abandono. Hay un lamento de la derecha porque los Borbones se llevan mejor con los socialistas del PSOE que con las diferentes familias del PP. Algún día el PSOE encontrará algún hilo propio. Mientras, sigue desmadejando con paciencia de Ariadna el tapiz trenzado por el franquismo. La alegría que Felipe González tuvo un día con Fraga –hasta lo nombró Jefe de la Oposición para perpetuarlo- es la que tiene el PP con un PSOE al que mueve con soltura de títere. Y como se lleva bien con el Monarca ¿para qué preocuparse de, pongamos por ejemplo, el Estado social?

Que Urdangarin se lo estaba llevando en Mallorca y aledaños era vox populi. De ahí que el Rey, en vez de denunciarlo y ponerle delante de los tribunales, lo invitara a marcharse a la metrópoli, que las penas en la distancia parecen menos. Algo que la madre de la Infanta –que no hay más que una- afeara al licencioso de Juan Carlos, interesado solamente en su cargo, su descendencia inmediata y sus caprichos. La Reina Sofía de Grecia viajó a Washington con el Hola y se dejó fotografiar en esos momentos de tribulación al lado de los cuestionados. Pero hay veces en que ni siquiera llenando la Gran Vía de elefantes puedes ocultar un elefante. Qué no habrá visto el marido de la Infanta Cristina de Borbón en las comidas de Navidad familiares para permitirse el lujo de presuntamente robar con tanto descaro y, además, saber que su esposa iba a verlo todo con entera naturalidad. Pobre Cristina (pobre en términos morales). Cuando estudiaba ciencias políticas en la Complutense miraba con recelo esa pendiente. Pero la carga de la corona vence, parece, cualquier escrúpulo.

Hace años, Jesús Cacho escribió en El Mundo que la corrupción en Madrid era una derivación del quehacer del Rey Juan Carlos, multimillonario y comisionista que, además de recibir dinero público de todos los españoles, no cesa de hacer negocios privados que abultan su cuenta de resultados a cifras escandalosas. El comportamiento del Rey sería la patente de corso para el resto de asuntos que desembocaron en la crisis del ladrillo. No en vano, una buena parte de los amigos del Rey –esos con los que caza- han pasado por la cárcel: los Albertos, Prado y Colón de Carvajal, Mario Conde… No hay que olvidar que su abuelo, Alfonso XIII, perdió la Corona ante la República. Un rey en el exilio es teatralmente enternecedor. Ante una situación penosa, aquel personaje gritó desde la implacable necesidad “A Dios pongo por testigo que no podrán derribarme. Sobreviviré, y cuando todo haya pasado, nunca volveré a pasar hambre, ni yo ni ninguno de los míos. Aunque tenga que mentir, robar, ¡ A Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre !“. Pero ya sabemos que no hablamos ni de la Transición a la democracia ni del rey Juan Carlos, sino de Scarlett O’Hara en “Lo que el viento se llevó”. El viento que se llevó la democracia en 1936.

Dicen algunos que la crisis de la Casa Real se solventa con la abdicación del rey y su sustitución por el príncipe Felipe y consorte. Qué fijación tiene el PSOE con los Borbones. ¿Felipe de Borbón Rey? ¿El que dijo que renunciaba a la luna de miel para luego enterarnos -porque la policía norteamericana les revisó las maletas- que había contratado en secreto un avión para irse a una isla caribeña con sus colegas pijos? ¿El que nunca ha encontrado tiempo para visitar a los trabajadores en ninguna situación dolorosa? ¿El que nunca ha renunciado, aún sin serlo todavía, a vivir a cuerpo de rey?

Hace unos meses, y al calor de la crisis económica, el príncipe Felipe pedía una “segunda transición”. Quizá tenía razón, aunque la que necesitamos es bien diferente a la que el alevín de monarca se desea. Es tiempo de una asamblea constituyente que nos permita encarar la crisis, terminar con una herencia franquista que se ha enquistado en la corrupción política y hacer de la tercera república un lugar de corresponsabilidad ciudadana alejada de las tutelas regias y las imposiciones autoritarias. ¿Nos atrevemos a ser mayores de edad de una maldita vez? Hay películas que están envejeciendo fatal.


*Antecede al texto "La Inmaculada Transición", viñeta del artista pacogarabato.

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