José Vidal-Beneyto*
El País
08/01/2009
En su Carta a los Reyes Magos del 3 de enero, prosigue Martín Villa su propósito de convencernos de que desmanes hubo en los dos bandos y, por tanto, hay que olvidarlos, pues lo importante es que la democracia de hoy es producto del franquismo de ayer, añadiendo ahora que la hazaña debe apuntárseles a los alevines del movimiento nacional, los azules, que en su versión seuista él capitaneó desde 1961 y que, como inspirador del grupo de los "reformistas del franquismo" -la expresión es suya-, pilotó hasta el final.
En su obra mayor, Al servicio del Estado (Planeta, 1984), escribe que, "sin ellos, la reforma política y el cambio no hubieran sido posibles". En este vigoroso alegato pro domo sua, después de invalidar a los verdaderos demócratas contra Franco -Gil Robles, "repleto de escepticismo, esclavo de ideas preconcebidas"; Emilio Attard, "ese curioso personaje con la habilidad de un abogado de provincias"; Álvarez de Miranda, "de notable ingenuidad"; la Junta Democrática, "de propósitos muy ambiciosos que contrastaban con sus limitadas posibilidades", etcétera-, repite su tesis mayor: "Fueron los reformistas del franquismo..., los jóvenes aperturistas del régimen, los que ejecutaron el proyecto de reforma política del Rey y el alumbramiento de una democracia para todos".
La insistencia en la denominación "reformistas del franquismo", que no rupturistas, tiene un objetivo semántico-ideológico claro: confirmar la filiación franquista del grupo para preservar las potencialidades democratizadoras del régimen de Franco y poder atribuirle las virtualidades democráticas posteriores.
En este caso, como en tantos otros, la política, y más concretamente la democracia, acompañada por la invocación monárquica, funcionan como una pócima mágica que todo lo puede, que todo lo cura. Adolfo Suárez -el jefe de su grupo, nos recuerda Martín Villa- consiguió en 240 días el prodigio de convertir al jefe de una organización parafascista en el líder de una democracia occidental. "La transición la hemos ganado todos", reitera el autor, olvidando añadir que la han disfrutado los de siempre, sin haber tenido que pagar costo alguno por ese disfrute. Pero ni las campañas retóricas de los beneficiarios del franquismo ni los avales académicos de los portavoces del revisionismo histórico podrán operar el prodigio de convertir un parafascismo degenerado en matriz de la democracia. Por mucha monarquía que le pongan.
Pues el franquismo fue resultado de una sublevación militar contra un Estado de plena legalidad política, y la democracia que le ha sucedido ha condonado, sin contrapartida alguna, todas las iniquidades que cometieron los sublevados.
El deber de Memoria obliga no sólo a enterrar a todas las víctimas de Franco, sino también a hacerlo, con todos los honores, con el cadáver simbólico de la República Española que yace insepulto y denigrado en todas las cunetas de España.
El País
08/01/2009
En su Carta a los Reyes Magos del 3 de enero, prosigue Martín Villa su propósito de convencernos de que desmanes hubo en los dos bandos y, por tanto, hay que olvidarlos, pues lo importante es que la democracia de hoy es producto del franquismo de ayer, añadiendo ahora que la hazaña debe apuntárseles a los alevines del movimiento nacional, los azules, que en su versión seuista él capitaneó desde 1961 y que, como inspirador del grupo de los "reformistas del franquismo" -la expresión es suya-, pilotó hasta el final.
En su obra mayor, Al servicio del Estado (Planeta, 1984), escribe que, "sin ellos, la reforma política y el cambio no hubieran sido posibles". En este vigoroso alegato pro domo sua, después de invalidar a los verdaderos demócratas contra Franco -Gil Robles, "repleto de escepticismo, esclavo de ideas preconcebidas"; Emilio Attard, "ese curioso personaje con la habilidad de un abogado de provincias"; Álvarez de Miranda, "de notable ingenuidad"; la Junta Democrática, "de propósitos muy ambiciosos que contrastaban con sus limitadas posibilidades", etcétera-, repite su tesis mayor: "Fueron los reformistas del franquismo..., los jóvenes aperturistas del régimen, los que ejecutaron el proyecto de reforma política del Rey y el alumbramiento de una democracia para todos".
La insistencia en la denominación "reformistas del franquismo", que no rupturistas, tiene un objetivo semántico-ideológico claro: confirmar la filiación franquista del grupo para preservar las potencialidades democratizadoras del régimen de Franco y poder atribuirle las virtualidades democráticas posteriores.
En este caso, como en tantos otros, la política, y más concretamente la democracia, acompañada por la invocación monárquica, funcionan como una pócima mágica que todo lo puede, que todo lo cura. Adolfo Suárez -el jefe de su grupo, nos recuerda Martín Villa- consiguió en 240 días el prodigio de convertir al jefe de una organización parafascista en el líder de una democracia occidental. "La transición la hemos ganado todos", reitera el autor, olvidando añadir que la han disfrutado los de siempre, sin haber tenido que pagar costo alguno por ese disfrute. Pero ni las campañas retóricas de los beneficiarios del franquismo ni los avales académicos de los portavoces del revisionismo histórico podrán operar el prodigio de convertir un parafascismo degenerado en matriz de la democracia. Por mucha monarquía que le pongan.
Pues el franquismo fue resultado de una sublevación militar contra un Estado de plena legalidad política, y la democracia que le ha sucedido ha condonado, sin contrapartida alguna, todas las iniquidades que cometieron los sublevados.
El deber de Memoria obliga no sólo a enterrar a todas las víctimas de Franco, sino también a hacerlo, con todos los honores, con el cadáver simbólico de la República Española que yace insepulto y denigrado en todas las cunetas de España.
* José Vidal-Beneyto (1927-2010) fue un filósofo, sociólogo y politólogo español, activo conspirador contra el franquismo y fundador de la Junta Democrática. Fue uno de los críticos más impenitentes de la Transición y del régimen monárquico derivado de la misma.
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