Luis Arias Argüelles-Meres
03/11/2011
«Alfonso XIII: Es usted duro conmigo porque para usted será cierto que abusé del poder. Yo quería hacer algo grande en España.
»Azaña: Es increíble. Nadie le hubiera supuesto capaz de grandeza ni en su imaginación.
»Alfonso XIII: ¿Y usted tampoco lo cree?
»Azaña: Tampoco.
»Alfonso XIII: ¿Por qué?
»Azaña: Porque no es usted artista».
(De un diálogo ficticio que establece Azaña con Alfonso XIII, anotado en su «Diario» el 27 de mayo de 1932).
Cuando Rubalcaba, en estos días de precampaña, le echó en cara a Rajoy que no había hecho nada por España, ¿tendría presente el diálogo que se imaginó Azaña con Alfonso XIII que acabamos de reproducir en el encabezamiento de este artículo? Cuando don Mariano habló el otro día, creo que en Pontevedra, de sus desvelos por la felicidad de los españoles, ¿pasaría por su mente el título de un discurso de Azaña, «La República no hace felices a los hombres; lo que les hace es, simplemente, hombres», pronunciado en Valencia el 4 de abril de 1932? Y, por cierto, hasta tal extremo hemos llegado que en algún libro de máximas se cita esta frase de Azaña con la particularidad de que no aparece la palabra República. En su lugar figura «libertad».
Lejos, muy lejos, queda aquella campaña de 1982, en la que Felipe González leía y repasaba continuamente las «Memorias» de Azaña en el autobús electoral. Lejos quedan también aquellos años noventa en los que, de la mano de Jiménez Losantos, la derecha más recalcitrante intentó apropiarse de la figura de Azaña hasta el extremo de que Aznar confesó su admiración por el estadista republicano, si bien no tardaría mucho el PP en ensalzar a ciertos reinventores de nuestra historia contemporánea con los planteamientos más reaccionarios que imaginarse cabe.
En todo caso, lo que marca el momento presente de nuestra vida pública es la mediocridad de la mal llamada clase política, donde la izquierda de siglas ni siquiera lee a Azaña, donde la derecha no va más allá de los mensajes más ramplones, que le son suficientes ante un PSOE que confió en la calamitosa figura del señor Rodríguez Zapatero. Y, sin embargo, lo que se discute, o parte de lo que se discute, es la capacidad del rival para hacer algo por España y es también aquello que los ciudadanos pueden esperar de una propuesta política que parece aspirar nada menos que a contribuir a la felicidad de sus representados.
Nada tiene que ver Rajoy con Alfonso XIII, pero, desde luego, no se espera de él la grandeza imprescindible para que la vida pública mejore sustancialmente. Y, por tanto, es presuntuoso que pretenda prometer que hará una política que termine con la indignación y el desengaño que tanto afloran en la ciudadanía.
Nada tiene que ver Rubalcaba con la talla intelectual de Azaña, y el hecho de que acierte en señalar las carencias de su rival no lo convierte ni de lejos en el gran estadista que este país necesita.
Pero, en todo caso, se están discutiendo cosas que en su momento abordó Azaña, eso sí, desconociendo la obra y el pensamiento del intelectual republicano. Y esto es algo que no sorprende a nadie, entre otras cosas, porque el propio don Manuel advirtió que uno de nuestros mayores defectos como país consistía en desconocer la obra de las generaciones anteriores: «Los españoles no nos aprovechamos del esfuerzo ni del saber de nuestros antepasados: todo lo fiamos a nuestro escarmiento personal… Los españoles no heredamos ninguna sabiduría. Cada cual aprende que el fuego quema cuando pone las manos sobre las ascuas».
Y es tan sorprendente y de tanto calado la actualidad de Azaña en este final de precampaña que, según datos arrojados por la última encuesta del CIS, la monarquía suspende por vez primera desde la transición a esta parte.
No sería riguroso aislar este dato del hartazgo que la ciudadanía siente ante la mal llamada clase política en general, porque lo que se rechaza es sobre todo un sistema bipartidista (cada vez más parecido a lo que fueron Cánovas y Sagasta) que se niega a regenerarse. El PSOE recibirá su castigo en las urnas por la pésima actuación de Zapatero. Pero el candidato que se sabe ganador no lleva en su propuesta la limitación de mandatos, las listas abiertas, la guerra declarada contra el nepotismo y la corrupción, la garantía de independencia del poder judicial, el fin de las sinecuras de los políticos, la apuesta por un sistema educativo que no renuncie al saber, el fin del despilfarro en las administraciones públicas, y así un largo etcétera.
No sería descartable, hablando de la sorprendente y silenciada actualidad de Azaña, que el camino de la regeneración política pudiese desembocar en un republicanismo al que la izquierda de siglas traicionó, y al que la derecha siempre tuvo resquemor. No hablamos de inmediateces, sino de posibles inicios de andaduras que pueden y deben marcar esa hoja de ruta a la que la izquierda nunca debió renunciar.
Acaso, ante la necesidad de reinventarse, el PSOE descubra nuevamente el fuego. Tiempo al tiempo.
Luis Arias es autor del libro “Azaña o el sueño de la razón”. Nerea. Madrid, 1990.
http://blogs.lne.es/luisarias/2011/11/03/azana-y-alfonso-xiii/#more-704
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