David Fernández Martín*
Hoy hace ya casi 80 años desde que el pueblo español, cansado de su servidumbre, optó por convertirse en dueño y señor de su destino, conformando una nueva realidad basada en la soberanía popular y provocando un profundo cambio en la organización del estado. Cambio necesario en todo régimen democrático y de derecho que comenzó con la expulsión de la dinastía y la restauración de las libertades públicas y que estuvo representado, en su más alta expresión, en la figura de D. Manuel Azaña, uno de los intelectuales más brillantes de la Historia de España cuyo compromiso en la creación de un estado laico y soberano lo convirtieron en la encarnación del espíritu republicano.
Y es que Azaña pasó a ser el eje fundamental sobre el que se construyó la II República española, formando ambos una unión indisoluble que quedó plasmada de forma soberbia por el ensayista y pensador Ramos Oliveira:
“Desde este momento, octubre de 1931, Azaña es la República y la República es Azaña, [...]: Quiere decirse que Azaña, como la República de la que es inseparable en la historia, constituye una experiencia completa, una vida política entera, vida que comienza el 14 de abril, ocasión en que el pueblo español sabe por primera vez que existe Azaña, y termina cuando concluye la República.”
Y fueron tareas como la promoción del laicismo en las escuelas, la apuesta por una modernización de las fuerzas armadas, la división de poderes o la separación radical entre iglesia y estado, las que definen el trabajo incesante que Azaña llevó a cabo durante toda su vida política, defendiendo a ultranza los derechos y libertades fundamentales de todos los ciudadanos y atacando duramente las oligarquías y el caciquismo tan propios de otras etapas.
Un trabajo y un espíritu que representan un grado tal de unidad y conciliación, que incluso el propio José Antonio Primo de Rivera le instó en varias ocasiones para que se pusiera al frente de la revolución española, convencido de que Azaña era el único hombre capaz de llevar a cabo una revolución con sentido nacional, porque siempre estuvo al servicio de la República y de todos los españoles:
“Si las condiciones de Azaña, que tantas veces antes de ahora hemos calificado de excepcionales, saben dibujar así las características de su Gobierno (ofrecido al destino total de España, no al rencor de ninguna bandería), quizá le aguarde un puesto envidiable en la historia de nuestros días... España ya no puede eludir el cumplimiento de su revolución nacional. ¿La hará Azaña? ¡Ah, si la hiciera!”
Y fue así, a base de trabajo y sacrificio, que por fin aquel sueño de libertad llegó a convertirse en realidad. En la única realidad posible. La expresión espontánea del pueblo español cuando se ha pensado libre porque, en las propias palabras de Azaña, sólo la República es expresión de la razón universal y la convivencia civilizada entre los españoles.
Una convivencia que hoy vemos amenazada por aquella terrible oscuridad que hirió de muerte a la legalidad republicana y que ha perdurado hasta nuestros días, dañando gravemente aquellos principios inspiradores por los que tanto trabajó Azaña durante toda su vida y por los que el pueblo luchó incansablemente, encontrándonos que son los canallas quienes castigan a los justos para tapar sus vergüenzas, que se censuran libertades al antojo de unos pocos, que la educación ya no crea ciudadanos, sino obreros, que hay una parte de la clase política que sólo busca dinero y poder, relegando al pueblo a un segundo plano y que, como en los peores tiempos, España ha vuelto a ser católica, recuperando la Iglesia protagonismo en todos los estamentos del estado, contaminándolos de nuevo.
Así que hoy, una vez más, al igual que entonces, se hace necesario un último esfuerzo, superando nuestros miedos y tabúes, apartando los últimos atisbos de oscuridad, para crear una nueva República, un nuevo comienzo construido con el trabajo de todos que camine siempre firme y que no debe mirar hacia atrás mas que para recuperar aquello que la hizo grande hace casi 80 años. Aquellos principios y valores sobre los que fue creada entonces y que, hoy nuevamente, debe de ser lo que nos una a todos para acabar con la sinrazón. El legado del espíritu republicano. El legado de Azaña.
Y como colofón me gustaría obsequiar a los presentes con la lectura del que fue uno de los mejores discursos de Manuel Azaña, dirigido el 28 de Septiembre de 1930 a todos los españoles y que lleva por título “Una República para todos”.
“La República no será el régimen de un partido, es cierto; será un régimen nacional, en este sentido: que respetuosa con los Estatutos regionales que las Cortes sancionen para regular las autonomías locales, amparará con el poder del Estado los derechos de todos.
Todos cabemos en la República, a nadie se proscribe por sus ideas; pero la República será republicana, es decir, pensada y gobernada por los republicanos, nuevos o viejos, que todos admiten la doctrina que funda el Estado en la libertad de conciencia, en la igualdad ante la ley, en la discusión libre, en el predominio de la voluntad de la mayoría, libremente expresada.
La República será democrática, o no será. De esta manera los republicanos venimos al encuentro del país, no como estériles agitadores, sino como gobernantes; no para subvertir el orden, sino para restaurarlo; no para comprometer el porvenir de la nación, sino como la última reserva de esperanza que le queda a España de verse bien gobernada y administrada, de hacer una política nacional. Tenemos conciencia de nuestra responsabilidad, y de las dificultades que nos aguardan, y estamos resueltos a afrontarlas, sin escatimar ningún sacrificio. Nosotros no podemos rematar estas declaraciones poniéndoles como conclusión la promesa de una era de felicidad, de ventura y de grandeza.
La libertad no hace felices a los hombres; los hace simplemente hombres. La República no promete glorias; no vamos a comprometer a nuestro país, cuya modesta posición en el mundo conocemos, en aventuras grandiosas.
Prometemos paz y libertad, justicia y buen gobierno. Llevad este mensaje a todos los rincones de la Península. Avivad a los dudosos y a los tímidos. Venid todos en nuestra ayuda. Estad prontos para el día de la prueba.
Que España deje ya de parecer, en el orden de la acción política, un corral poblado de gallinas donde unas cuantas monas epilépticas remedan los ademanes de los hombres. Seamos hombres, decididos a conquistar el rango de ciudadanos o a perecer en el empeño: y un día os alzaréis a este grito que resume mi pensamiento: ¡Abajo los tiranos!”
MANUEL AZAÑA
Y fueron tareas como la promoción del laicismo en las escuelas, la apuesta por una modernización de las fuerzas armadas, la división de poderes o la separación radical entre iglesia y estado, las que definen el trabajo incesante que Azaña llevó a cabo durante toda su vida política, defendiendo a ultranza los derechos y libertades fundamentales de todos los ciudadanos y atacando duramente las oligarquías y el caciquismo tan propios de otras etapas.
Un trabajo y un espíritu que representan un grado tal de unidad y conciliación, que incluso el propio José Antonio Primo de Rivera le instó en varias ocasiones para que se pusiera al frente de la revolución española, convencido de que Azaña era el único hombre capaz de llevar a cabo una revolución con sentido nacional, porque siempre estuvo al servicio de la República y de todos los españoles:
“Si las condiciones de Azaña, que tantas veces antes de ahora hemos calificado de excepcionales, saben dibujar así las características de su Gobierno (ofrecido al destino total de España, no al rencor de ninguna bandería), quizá le aguarde un puesto envidiable en la historia de nuestros días... España ya no puede eludir el cumplimiento de su revolución nacional. ¿La hará Azaña? ¡Ah, si la hiciera!”
Y fue así, a base de trabajo y sacrificio, que por fin aquel sueño de libertad llegó a convertirse en realidad. En la única realidad posible. La expresión espontánea del pueblo español cuando se ha pensado libre porque, en las propias palabras de Azaña, sólo la República es expresión de la razón universal y la convivencia civilizada entre los españoles.
Una convivencia que hoy vemos amenazada por aquella terrible oscuridad que hirió de muerte a la legalidad republicana y que ha perdurado hasta nuestros días, dañando gravemente aquellos principios inspiradores por los que tanto trabajó Azaña durante toda su vida y por los que el pueblo luchó incansablemente, encontrándonos que son los canallas quienes castigan a los justos para tapar sus vergüenzas, que se censuran libertades al antojo de unos pocos, que la educación ya no crea ciudadanos, sino obreros, que hay una parte de la clase política que sólo busca dinero y poder, relegando al pueblo a un segundo plano y que, como en los peores tiempos, España ha vuelto a ser católica, recuperando la Iglesia protagonismo en todos los estamentos del estado, contaminándolos de nuevo.
Así que hoy, una vez más, al igual que entonces, se hace necesario un último esfuerzo, superando nuestros miedos y tabúes, apartando los últimos atisbos de oscuridad, para crear una nueva República, un nuevo comienzo construido con el trabajo de todos que camine siempre firme y que no debe mirar hacia atrás mas que para recuperar aquello que la hizo grande hace casi 80 años. Aquellos principios y valores sobre los que fue creada entonces y que, hoy nuevamente, debe de ser lo que nos una a todos para acabar con la sinrazón. El legado del espíritu republicano. El legado de Azaña.
Y como colofón me gustaría obsequiar a los presentes con la lectura del que fue uno de los mejores discursos de Manuel Azaña, dirigido el 28 de Septiembre de 1930 a todos los españoles y que lleva por título “Una República para todos”.
“La República no será el régimen de un partido, es cierto; será un régimen nacional, en este sentido: que respetuosa con los Estatutos regionales que las Cortes sancionen para regular las autonomías locales, amparará con el poder del Estado los derechos de todos.
Todos cabemos en la República, a nadie se proscribe por sus ideas; pero la República será republicana, es decir, pensada y gobernada por los republicanos, nuevos o viejos, que todos admiten la doctrina que funda el Estado en la libertad de conciencia, en la igualdad ante la ley, en la discusión libre, en el predominio de la voluntad de la mayoría, libremente expresada.
La República será democrática, o no será. De esta manera los republicanos venimos al encuentro del país, no como estériles agitadores, sino como gobernantes; no para subvertir el orden, sino para restaurarlo; no para comprometer el porvenir de la nación, sino como la última reserva de esperanza que le queda a España de verse bien gobernada y administrada, de hacer una política nacional. Tenemos conciencia de nuestra responsabilidad, y de las dificultades que nos aguardan, y estamos resueltos a afrontarlas, sin escatimar ningún sacrificio. Nosotros no podemos rematar estas declaraciones poniéndoles como conclusión la promesa de una era de felicidad, de ventura y de grandeza.
La libertad no hace felices a los hombres; los hace simplemente hombres. La República no promete glorias; no vamos a comprometer a nuestro país, cuya modesta posición en el mundo conocemos, en aventuras grandiosas.
Prometemos paz y libertad, justicia y buen gobierno. Llevad este mensaje a todos los rincones de la Península. Avivad a los dudosos y a los tímidos. Venid todos en nuestra ayuda. Estad prontos para el día de la prueba.
Que España deje ya de parecer, en el orden de la acción política, un corral poblado de gallinas donde unas cuantas monas epilépticas remedan los ademanes de los hombres. Seamos hombres, decididos a conquistar el rango de ciudadanos o a perecer en el empeño: y un día os alzaréis a este grito que resume mi pensamiento: ¡Abajo los tiranos!”
MANUEL AZAÑA
* David Fernández Martín es vocal de la Junta Directiva de UCAR-Granada.
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