Francisco Gil Craviotto
25/10/2010
I.
"No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo."
Francisco de Quevedo.
"No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo."
Francisco de Quevedo.
El periodista Juan Pedro Mesa de León nació en la localidad granadina de Pinos Puente (el antiguo Ilurco) el día 3 de noviembre de 1859. En 1886 –el año en que vino al mundo el rey Alfonso XIII- Juan Pedro es director del periódico La Publicidad, diario político republicano independiente. Este periódico, que anteriormente había sido semanario, pasó a diario a raíz del contrato entre su fundador, don Fernando Gómez de la Cruz y su nuevo director, don Juan Pedro Mesa de León.
Al lado de estas dos cabezas visibles, el periódico nos da la lista de sus principales redactores, la mayoría de ellos republicanos progresistas (el partido que acaudillaba Ruíz Zorrilla) y unos pocos republicanos posibilistas (el partido de Emilio Castelar y Melchor Almagro Díaz), lo cual nos hace pensar que tal plantilla se había realizado después de agrupar a los dos principales sectores del republicanismo español en Granada. No hay ni un solo representante del republicanismo federal de Pi y Margall. Desde este primer número el periódico hace gala de su republicanismo. Así es posible leer en su editorial:
“Ese ideal político es la República, pues entendemos que es la única forma en que pueden hacerse efectivos los derechos, y al decir derechos, libertades a que el hombre es acreedor. Tenemos la convicción más completa de que "solamente" con un gobierno republicano, España recobraría su perdido esplendor”.
Unas líneas, tan marcadamente republicanas, publicadas tan sólo unos días después de que la reina gobernadora hubiese dado a luz al nuevo rey de España, rozan la temeridad. El joven Juan Pedro Mesa de León siguió publicando editoriales y artículos inflamados de republicanismo, (muy significativo fue el que dedicó al posible regreso de Isabel II: "Sírvanos de grito de guerra las palabras del malogrado general Prim: "Jamás, jamás, jamás" o el dedicado a criticar el caciquismo), hasta que, a finales de septiembre, exactamente el 28 de septiembre, aparece en primera página de La Publicidad el siguiente titular: “Denuncia de La Publicidad y prisión de nuestro Director”. Estaba claro que el Poder había decidido poner punto final a tales excesos. A continuación el periódico nos informa:
“Ayer a las cuatro de la tarde se presentó en nuestra redacción el dignísimo juez de instrucción del distrito del Salvador, don Rafael Estrada y Burgos, (…) Dicho señor juez recogió los números que quedaban de la tirada del periódico denunciado, y nuestro director fue conducido al juzgado a prestar declaración, ingresando a las 7 y media en la cárcel de la Audiencia”.
¿Qué ha ocurrido? Para responder a estas preguntas es preciso hacer marcha atrás algunos meses. Recordemos la situación española: Alfonso XII ha muerto -25 de noviembre de 1885-, dejando a la reina María Cristina encinta, pero sin que la ciencia de la época pudiese asegurar si el fruto de aquel parto sería niño o niña (de haber sido niña habría puesto a los carlistas de nuevo en pie de guerra) y ha comenzado una regencia que nadie sabe cómo va a terminar. Mientras avanza la gestación de la reina, los grupos republicanos más exaltados, (sobre todo los que Ruíz Zorrilla azuza desde el exilio) se preparan para el asalto al poder. El día 17 de mayo de 1886 viene al mundo el futuro Alfonso XIII, pero este acontecimiento, lejos de disuadir a los más impacientes, les incita a actuar cuanto antes. El 19 de septiembre de aquel mismo año, tiene lugar la intentona de Villacampa que, después de un saldo de varios cientos de muertos, termina en un rotundo fracaso. ¿Qué hacer ante tal fracaso? Inmediatamente, al tiempo que los líderes del republicanismo, con la única excepción de Ruíz Zorrilla, que continúa en el exilio, mueven todos los hilos de sus amistades pidiendo clemencia para los protagonistas de la sublevación, los periódicos republicanos siguen impertérritos clamando por el cambio de régimen y de sociedad. La Publicidad no fue en esto una excepción. Para todos ellos el trago más amargo llegó cuando los consejos de guerra dictaron los severos fallos que eran de esperar. El brigadier Villacampa, el teniente González y los sargentos Velázquez, Cortés, Bernal y Gallego fueron condenados a muerte y a reclusión militar perpetua unos trescientos procesados. La única puerta abierta que quedaba para salvar a estos infelices -el verdadero comanditario, Ruíz Zorrilla, quedaba a buen recaudo en su exilio de Francia- era el indulto y Sagasta, jefe del Gobierno, que ya se había visto en situaciones parecidas y que no quería iniciar con un baño de sangre el reinado de Alfonso XIII, se las arregló para conseguirlo de la reina.
Los periódicos republicanos que, dada su mínima audiencia, hasta entonces habían gozado de una gran tolerancia por parte del Gobierno, después de la intentona de Villacampa, empezaron a ser vigilados muy de cerca por los fiscales gubernamentales y, antes de que el joven Juan Pedro Mesa de León pisara la cárcel de la Audiencia de Granada, ya lo habían hecho en Madrid los directores de El Liberal y otros periódicos republicanos de la capital que, como siempre, fueron los primeros en reaccionar. A pesar de estos precedentes, nuestro joven director decidió coger el toro por los cuernos y el día 28 de aquel mes de septiembre apareció en la primera página de La Publicidad el polémico artículo que, unido a otras dos piezas menores, daría con sus huesos en la cárcel.
La nota más extraña de este artículo -aparentemente extraña- es que en sus comienzos no hace alusión a los condenados de la cuartelada de Villacampa, sino a los sargentos del fracasado pronunciamiento del cuartel de San Gil, algo que había ocurrido veinte años y algunos meses atrás. ¿Por qué esta vinculación con un pasado tan relativamente lejano? ¿Por simple rigor historicista? Es posible, pero sobre todo por dos razones fundamentales: porque los errores que entonces se cometieron a la hora de impartir justicia, aunque no fuesen la única causa, contribuyeron a la caída de Isabel II; y porque se da la peregrina circunstancia de que el organizador de aquella cuartelada, Sagasta, es el mismo hombre que ahora está al frente del Gobierno. Al analizar hoy aquel editorial del joven director Mesa de León, uno queda gratamente sorprendido ante su habilidad de argumentación y la modernidad y sutileza de su pluma. Merece la pena hacer un pequeño inciso para comentarlo. El artículo de Mesa de León, muy bien estructurado, podemos dividirlo en cinco partes claramente diferenciadas:
-Introducción. El periodista pone al corriente al lector del luctuoso suceso: han sido condenados a muerte los insurrectos del 22 de junio de 1866 y, con ellos muchos sargentos inocentes, que habían rehusado unirse a las fuerzas sublevadas. "Sin embargo -añade- por el solo delito de haber sido hallados en el cuartel de San Gil, fueron sacrificados en montón". ¿No habrá en esta alusión al pasado, que inmediatamente le trae al lector los luctuosos sucesos del presente, un poquito de artimaña? Seguramente que sí. Entonces el poder, dueño de la situación, decidió dar un escarmiento y, en su precipitación, condenó a muerte a los rebeldes y, mezclados con ellos, a otros que habían permanecido leales a la monarquía. Un mayúsculo error. Se hubiese podido repetir la famosa frase de Tayllerand: "Es peor que un crimen; es un error". Sin embargo hay un punto fundamental que nuestro articulista olvida: entonces fueron 76 los fusilados, ahora sólo son seis los condenados a muerte y ninguno de ellos es inocente.
-Alegato contra los jueces militares. "¿Quiénes son los jueces que disponen de la vida de esos desventurados?", se pregunta Juan Pedro. "Pues los mismos -responde al lector- que momentos antes combatían contra ellos”. A partir de este momento queda claro que la imparcialidad de estos jueces deja mucho que desear. Pero, si a eso añadimos que la mayoría de ellos tienen además las manos manchadas en sangre, se comprenderá claramente que, lejos de impartir justicia, lo único que han hecho ha sido satisfacer sus instintos de sangre y venganza. Magnífico argumento contra la justicia militar, pero demasiado osado para que quedara impune.
-Exhortación contra la pena de muerte en general y, de una manera muy especial cuando se aplica por motivos políticos, que, con toda razón, termina calificándola de "barbarie de los tiempos de la Edad Media, conservada en los tiempos modernos que se jactan de su progreso y civilización”.
-Entronque con la situación española de los últimos años, con unas alusiones muy bien claras a Sagasta -en ese momento en el poder- y unos dardos muy bien afilados contra los conservadores que, desde la oposición, azuzaban al Gobierno para que hiciese uso del rigor y el escarmiento.“España, es sin duda, -nos dice- la nación donde más sangre se ha vertido por causas políticas, no en las batallas y combates, que es inevitable, sino en los suplicios a que han sido condenados los que han tenido la desventura de no triunfar".
-Una llamada a la misericordia, desde el escepticismo, (se podría resumir en el siguiente axioma: sólo los hombres superiores son capaces de perdonar), con una aclaración muy importante: él pide misericordia para los vencidos, no porque sean republicanos -igual la pediría si defendiesen otra causa-, sino simplemente porque son personas. Termina con una frase terrible, alusiva a los comienzos del reinado de Alfonso XIII : “Primera ola de sangre, que baña la cuna de un niño”.
Hay otro aspecto interesantísimo para el lector de hoy: el indiscutible contenido premonitorio del artículo. Sin saberlo Juan Pedro Mesa de León, al tiempo que recrimina la iniquidad de aquellos jueces de 1866 y 1886, está condenando todas las iniquidades futuras y muy especialmente la que, justo setenta años después, llenaría de nuevo de sangre y horror todos los campos de España.
II.
Por si fuera poco, además de este editorial, repartidos por las páginas de aquel número de La Publicidad, había otros dardos contra la autoridad, que no podían quedar impunes. El dignísimo juez que, cumpliendo órdenes de arriba, fue a intervenir los números de La Publicidad y a detener a su director, ni remotamente pudo adivinar la propaganda que, sin proponérselo, le hacía al periodista y al periódico. En el número siguiente La Publicidad da cuenta de la cantidad de personalidades que han pasado por la prisión de la Audiencia a visitar al detenido. Entre ellos, nada menos que Mariano de Cavia de visita en Granada. Al día siguiente, la lista se amplía con nuevas visitas. Entre ellas tres comisiones de estudiantes. También comienzan a llegar infinidad de cartas y tarjetas de simpatía y adhesión al preso; y, para que nada falte, la tuna de la Universidad de Granada se ha unido a los visitantes interpretando a la puerta de la cárcel sus mejores pasacalles. El primero de octubre, quedamos informados de una noticia muy importante relacionada con el caso. Dice así:
“Ayer oímos con insistencia que el eminente jurisconsulto y profundo filósofo don Nicolás Salmerón y Alonso se iba a encargar de la defensa de nuestro querido director”.
Basta recordar el predicamento de que gozaba en España para comprender el alcance de la noticia. ¿Qué hacer?, debieron pensar los que movían los hilos en este asunto. Prevaleció la línea dura y la primera medida que tomaron fue la detención del director interino del periódico, según se nos anuncia en el número del día 2 de octubre:
“Segunda denuncia de La Publicidad y prisión de otro director”.
Sin embargo, en el número de La Publicidad del 3 de octubre es posible leer:
“El domingo, a las cinco y media de la tarde, fue puesto en libertad don Juan Huertas Lozano, redactor jefe de este periódico”.
¿Le interesaba al Poder hacer del director de La Publicidad un nuevo mártir de la causa republicana? En modo alguno. Mucho menos que la cárcel de la Audiencia se convirtiese, como ya estaba sucediendo, en la visita obligada de toda persona de bien de Granada. Y todavía menos que Nicolás Salmerón tomase cartas en el asunto y transformase la defensa del detenido en una tribuna de exaltación de las ideas republicanas. Por otra parte, las consignas que llegaban de Madrid iban mucho más hacia el perdón que a la inflexibilidad de la ley. ¿No había comenzado la reina Regente por conceder su indulto a los que habían intentado terminar para siempre con la monarquía? ¿Tenía sentido ensañarse con un hombre cuyo único delito era haber escrito un artículo de periódico? En modo alguno. Así que los que desde la sombra movían los hilos decidieron cambiar el rigor por la mansedumbre. En La Publicidad del 6 de octubre del 86 podemos leer:
“ Ayer, a las cinco de la tarde, recobró bajo fianza la libertad nuestro muy querido director don Juan Pedro Mesa de León”.
El Poder había creído en la eficacia de su medicina -aquellos siete días en el calabozo de la Audiencia- para curar a nuestro protagonista de sus impaciencias republicanas. No tuvieron en cuenta su testarudez ni la de su entorno. Tan sólo llevaba quince días libre y en la calle cuando el 21 de octubre de aquel mismo año, volvió a caer en el mismo pecado: un editorial más lleno de dardos contra la monarquía.
Algunos días después, -2 de noviembre de 1886-, la publicación de otro artículo, -“Vida y muerte” era su título- da de nuevo con sus huesos en la cárcel. El número de La Publicidad de dos días después, comentando el percance, hace una alusión muy clara contra el fiscal territorial de la Audiencia de Granada -el todopoderoso Francisco Sales Morillo, el hombre fuerte del momento-, y a su deseo de hacer méritos a los ojos de quienes están por encima de él.
El día 9 hay otra denuncia y el 11 la sección editorial de La Publicidad se titula así: “Siguen las denuncias y las prisiones”. Nuevas y numerosas visitas. En la calle no se habla de otra cosa. De nuevo logra salir bajo fianza. ¿Qué hacer?, debieron pensar una vez más sus enemigos, ¿dejarlo vivir en paz o tomarse la venganza por su mano? Naturalmente, prevaleció este último criterio. Juan Pedro Mesa de León tuvo ocasión de comprender en sus propias carnes que sus enemigos no habían depuesto las armas: un buen día, cuando menos los esperaba, fue sorprendido al final de la calle Recogidas por un individuo que, armado de recia estaca, le propinó una descomunal paliza. Si no terminó con él fue porque el guarda de consumos y otras personas acudieron en su ayuda. Un mes en la cama. Una vez repuesto de las heridas, decidió hacer las maletas y marcharse de Granada. Al fin había comprendido que sus enemigos jamás lo dejarían vivir en paz.
“Ayer oímos con insistencia que el eminente jurisconsulto y profundo filósofo don Nicolás Salmerón y Alonso se iba a encargar de la defensa de nuestro querido director”.
Basta recordar el predicamento de que gozaba en España para comprender el alcance de la noticia. ¿Qué hacer?, debieron pensar los que movían los hilos en este asunto. Prevaleció la línea dura y la primera medida que tomaron fue la detención del director interino del periódico, según se nos anuncia en el número del día 2 de octubre:
“Segunda denuncia de La Publicidad y prisión de otro director”.
Sin embargo, en el número de La Publicidad del 3 de octubre es posible leer:
“El domingo, a las cinco y media de la tarde, fue puesto en libertad don Juan Huertas Lozano, redactor jefe de este periódico”.
¿Le interesaba al Poder hacer del director de La Publicidad un nuevo mártir de la causa republicana? En modo alguno. Mucho menos que la cárcel de la Audiencia se convirtiese, como ya estaba sucediendo, en la visita obligada de toda persona de bien de Granada. Y todavía menos que Nicolás Salmerón tomase cartas en el asunto y transformase la defensa del detenido en una tribuna de exaltación de las ideas republicanas. Por otra parte, las consignas que llegaban de Madrid iban mucho más hacia el perdón que a la inflexibilidad de la ley. ¿No había comenzado la reina Regente por conceder su indulto a los que habían intentado terminar para siempre con la monarquía? ¿Tenía sentido ensañarse con un hombre cuyo único delito era haber escrito un artículo de periódico? En modo alguno. Así que los que desde la sombra movían los hilos decidieron cambiar el rigor por la mansedumbre. En La Publicidad del 6 de octubre del 86 podemos leer:
“ Ayer, a las cinco de la tarde, recobró bajo fianza la libertad nuestro muy querido director don Juan Pedro Mesa de León”.
El Poder había creído en la eficacia de su medicina -aquellos siete días en el calabozo de la Audiencia- para curar a nuestro protagonista de sus impaciencias republicanas. No tuvieron en cuenta su testarudez ni la de su entorno. Tan sólo llevaba quince días libre y en la calle cuando el 21 de octubre de aquel mismo año, volvió a caer en el mismo pecado: un editorial más lleno de dardos contra la monarquía.
Algunos días después, -2 de noviembre de 1886-, la publicación de otro artículo, -“Vida y muerte” era su título- da de nuevo con sus huesos en la cárcel. El número de La Publicidad de dos días después, comentando el percance, hace una alusión muy clara contra el fiscal territorial de la Audiencia de Granada -el todopoderoso Francisco Sales Morillo, el hombre fuerte del momento-, y a su deseo de hacer méritos a los ojos de quienes están por encima de él.
El día 9 hay otra denuncia y el 11 la sección editorial de La Publicidad se titula así: “Siguen las denuncias y las prisiones”. Nuevas y numerosas visitas. En la calle no se habla de otra cosa. De nuevo logra salir bajo fianza. ¿Qué hacer?, debieron pensar una vez más sus enemigos, ¿dejarlo vivir en paz o tomarse la venganza por su mano? Naturalmente, prevaleció este último criterio. Juan Pedro Mesa de León tuvo ocasión de comprender en sus propias carnes que sus enemigos no habían depuesto las armas: un buen día, cuando menos los esperaba, fue sorprendido al final de la calle Recogidas por un individuo que, armado de recia estaca, le propinó una descomunal paliza. Si no terminó con él fue porque el guarda de consumos y otras personas acudieron en su ayuda. Un mes en la cama. Una vez repuesto de las heridas, decidió hacer las maletas y marcharse de Granada. Al fin había comprendido que sus enemigos jamás lo dejarían vivir en paz.
* Francisco Gil Craviotto (Turón, 1933) es un novelista, periodista y traductor granadino, socio de Granada Laica y colaborador habitual de UCAR-Granada. En 2005 publicó Mesa de León, un periodista entre dos siglos (1859-1937), la documentada biografía del protagonista de este artículo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario