Gregorio Morales
Ideal
12/12/2010
Ideal
12/12/2010
Que me nombren a alguien en Granada con una actividad como la suya. Pese a sus 77 años, los jóvenes palidecen ante él. Francisco Gil Craviotto se patea todos los días la ciudad, va a los foros, a los periódicos, a las conferencias, se reúne con grupos ecologistas, apoya iniciativas ciudadanas y sociales, frecuenta tertulias... ¡y encima tiene tiempo de escribir! Y lo que escribe es fresco y está vivo y jamás deja indiferente.
Hace una semana presentó su último libro, “El siglo que se nos fue”, unos relatos singulares como la vida, con el lenguaje hablado del pueblo y la mentalidad contagiosa de quien todo lo ve extraordinariamente.
Francisco Gil Craviotto es el claro ejemplo de que la vejez es un mito y que se puede ser activo e infatigable igual a los 15 que a los 80. Craviotto tiene algo de duende, de genio que conjura el tiempo y se sirve de él a placer. Por eso ha estado en sitios clave en momentos clave.
Paco Gil Craviotto ha presenciado desde la más remota antigüedad hasta el más rabioso presente. Cuando en 1933 nació en el pueblecito alpujarreño de Turón, España vivía en el neolítico. La mayor parte de los trayectos, por poner un ejemplo, se hacían en mulo. Sin embargo, en el mayo francés del 68, al que debemos gran parte de nuestra modernidad, estaba ya en París, y no en cualquier lugar, sino en el corazón de la revolución, en la Sorbona, donde el movimiento tuvo su origen.
Paco Gil Craviotto ha vivido tantos tiempos consecutivos que se me antoja un holandés errante bogando a través de las eras. Interno en el colegio almeriense de La Salle para hacer el Bachillerato, vivió 7 años como en una escuela prusiana. La disciplina era tanta, tanto el aislamiento, tan continuos las admoniciones, las órdenes y los ritos, que cuando pudo pasear al fin libremente por la calle, le pasmaba que la gente no fuese en fila.
De esta “Alemania de Bismarck”, Craviotto pasó a la inquieta y efervescente Granada de los años 60. Fue estudiante de Derecho, y dejó Derecho para dedicarse al periodismo. Desde el observatorio del diario Patria, asistió privilegiadamente a una Granada que se abría al mundo y que, pese a su estrechez, era más moderna y cosmopolita que la de ahora. Amigo de Rafael Guillén, Pepe Ladrón de Guevara, Antonina Rodrigo, Miguel Ruiz del Castillo, Manuel Maldonado, Antonio Moscoso, Eulalia Dolores de la Higuera, Víctor Andrés Catena, José Fernández Castro -y todos ellos amigos del pintor Nono Carrillo-, compartieron aspiraciones, ideas, proyectos, viajes, fiestas, jolgorios y amores. Naturalmente un grupo tan libre, tan vital, no podía pasar desapercibido para la policía del franquismo. Y comenzaron a ser hostigados. Una redada detuvo a numerosos miembros del grupo, entre ellos a Rafael Guillén, Pepe Ladrón de Guevara y Juan Burgos. Anteriormente se había producido la misteriosa muerte del poeta Antonio García Sierra, de quien se decía que había sido “suicidado”.
Como un infatigable navegante descendiente de lejanos trotamares genoveses, Craviotto no podía permitir que le confiscasen los remos con que quería abrirse al mundo. Tras casarse en 1964 con Mª Luisa, la bella chica que había conocido en una excursión con Antonina Rodrigo, se marchó a París. Y fue llegar y topar. Se dedicó a la enseñanza del español, pasando por diversas academias de idiomas, y con la baraka de siempre cambiar para mejor, de modo que, al cabo de los años, el emigrante era un parisién total, licenciado por la Soborna, propietario de una casita junto al Sena, autor de un vanguardista libro de texto, y colaborador docente de la embajada de España.
En realidad, Craviotto nunca abandonó el país. Había dejado la España de Franco, pero se encontró la España republicana. Ya había vivido esta España de pequeño, pero ahora, con su virtud para moverse en el tiempo, volvía a ella y se empapaba de democracia, de republicanismo, de ética, de sabio agnosticismo. Como le había ocurrido a Azaña, el espíritu de Voltaire y de la Revolución trasegaba por sus venas. Los estudios reales de Craviotto no fueron los de la Sorbona, aquellos que le confirieron su licenciatura en Letras, sino éstos, al final de los cuales quedó nombrado “caballero republicano”. Y desde entonces, Paco Gil Craviotto fue uno de aquellos hombres íntegros, rigurosos e intachables que tanto añoramos actualmente, un hombre de la reciedumbre de un Valle Inclán, de un Emilio Herrera, de un Constantino Ruiz Carnero. Hoy, en el 2010, es el último caballero de aquella estirpe. Un recidivo trozo de la España perdida, de la España que pudo ser y no fue. Y de la que tal vez será si lo queremos, si lo anhelamos suficientemente.
Ya jubilado pero joven aún, Craviotto regresó a España en 1993. Y como si nada hubiera ocurrido, como si de nuevo el tiempo se hubiera neutralizado, reinició su vida literaria. En 1959, había publicado un primer libro, “Raíces y tierra”, y ahora le seguirían otros muchos: “Los cuernos del difunto” (1996), “Retratos y semblanzas con la Alhambra al fondo” (1999), “Mis paseos con Chica” (2000), “Nuevos retratos y semblanzas con la Alhambra al fondo” (2003), “La boda de Camacho” (2004), “El oratorio de las lágrimas” (2008)...
Con su capacidad para trasladarse a las más diversas épocas, Craviotto está prodigiosamente dotado para la biografía De ahí que escriba unas biografías inimitables y muy, muy amenas. En su obra “Mesa de León, un periodista entre dos siglos” (2005), emerge plena la Granada finisecular, con sus hombres, sus problemas, sus ilusiones, sus hechos. El lector llega a recordarla con una intensidad casi mayor que sus propias vivencias.
Sin embargo, la mayor obra de Francisco Gil Craviotto es su vida. Porque es un hombre que ha vivido de pie y nunca se ha dejado dominar por el miedo. Es el “caballero sin miedo”, por glosar otro de sus títulos narrativos. Es por tanto un hombre no venal, que se debe antes a sus principios que a las tentaciones del mundo. Ha tenido hijos (dos hijas), ha enseñado, ha escrito, pero su obra maestra es el ejemplo de vivir según lo que afirma. Es un hombre completo. Para mal de esta España maleable, inconstante y versátil. De ahí que su voz se oiga fuerte y, pese a que jamás alza la voz, ésta suene como un trueno en medio de los truenos artificiosos de los sumisos, obedientes y achantados.
Necesitamos intelectuales así. Caballeros sin miedo. Al tener uno en Granada, tal vez no nos ocurra como a Sodoma y Gomorra. Hay un justo. Y por tanto hay esperanza.
* Gregorio Morales Villena es socio fundador de UCAR-Granada.
** En la fotografía: Alberto Fernández (izquierda), presidente del Centro Artístico de Granada, y Paco Gil Craviotto (derecha), protagonista de esta semblanza, durante la presentación de "El siglos que se nos fue", celebrada el pasado viernes 3 de diciembre de 2010, en las instalaciones de la mítica institución cultural granadina dirigida por el primero.
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