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lunes, 12 de septiembre de 2011

Melquíades Álvarez por partida doble


Luis Arias Argüelles-Meres

A orillas del Narcea

05/09/2011

«¿Que qué me parece el reformismo? Yo soy liberal, todo lo más liberal que usted quiera. Lo mismo me da Romanones, que Villanueva, que Alba, que Melquíades, con tal de que hagan lo que se debe hacer, a mi juicio: política liberal, verdaderamente liberal». (Unamuno, en una carta a Luis de Zulueta en 1916)

«En esencia, los reformistas eran socialdemócratas con un matiz fabiano. Siguiendo el espíritu de Costa, hacían hincapié en la reforma agraria, la tolerancia religiosa, la democracia parlamentaria y la educación laica». (Rockwell Gray)

¿Cómo es posible que haya pasado tan desapercibido el 75 aniversario de la muerte de Melquíades Álvarez, especialmente en esta tierra que fue la suya? El 22 de agosto de 1936 el gran tribuno gijonés fue vilmente asesinado por unos desaprensivos sanguinarios en el asalto que se produjo a la cárcel Modelo de Madrid contra los prisioneros políticos que allí se encontraban. Crimen aterrador, que horrorizó entre otros a Azaña y a Indalecio Prieto. De forma tan trágica como injusta así terminó sus días el gran tribuno, el prestigioso abogado, el catedrático universitario y el político que había fundado en 1912 el Partido Reformista, formación política en la que militaron, entre otros, Azaña, Ortega, Pérez de Ayala, Américo Castro y Augusto Barcia, formación política que -paradojas del destino- había sido el principal vivero del único Estado no lampedusiano de nuestra historia contemporánea, es decir, de la II República. De hecho, «La Liga para la Educación Política», que se creó en 1913 como apéndice del Partido Reformista fue, en palabras de José Gaos, el antecedente de la Agrupación al Servicio de la República.

Tengo escrito que Melquíades Álvarez fue, en el sentido más dramáticamente freudiano, el padre de la República. Y, por otra parte, a la hora de analizar su significado histórico hay un dato no menos inquietante y definitorio: nació, como Unamuno, en 1864, y murió, también como don Miguel, en 1936. Así las cosas, podría interpretarse que Melquíades Álvarez acaso fue el político más importante de la Generación del 98.

En cualquier caso, la cronología hace que nos encontremos con Melquíades Álvarez por partida doble, pues no sólo se acaba de cumplir el 75.º aniversario de su muerte, sino que además en abril del próximo año tendrá lugar el centenario de la fundación del Partido Reformista, partido político que combatió desde el primer momento la vieja política de la Restauración y que atrajo a los intelectuales más importantes de la España de entonces, y no olvidemos que estamos hablando nada menos que de la Edad de Plata de nuestras letras.

La figura de Melquíades Álvarez, que tanto protagonismo tuvo hasta la dictadura de Primo de Rivera, es inexplicable sin tener en cuenta el influjo de Clarín, a quien sucedió como catedrático en la Universidad de Oviedo. Melquíades Álvarez se forma culturalmente en el mejor momento histórico de nuestra Universidad.

Y, a propósito de Clarín, no olvidemos que en su lecho de muerte se anticipó la trágica suerte que correría el liberalismo español, liberalismo que nada tiene que ver con quienes tal cosa se reclaman desde postulados economicistas, cuando no reaccionarios. Se anticipó esa tragedia, digo, si se tiene en cuenta que don Alfredo Martínez, el galeno de nuestro gran escritor, sería asesinado en las calles de Oviedo pocos días antes del estallido de la Guerra Civil, que don Melquíades sería víctima del asesinato al que aludimos más arriba y que en febrero del 37 don Leopoldo Alas, rector de la Universidad e hijo de Clarín, sería fusilado en Oviedo, ocasionando aquella salvaje ejecución un escándalo nacional e internacional de grandes dimensiones, mientras las principales autoridades de aquella «cruzada» no hicieron más que darse por enterados.

En todo caso, sin perder de vista en ningún momento que en la trayectoria de Melquíades Álvarez hay, al menos, dos etapas bien diferenciadas, antes y después del golpe de Estado de Primo de Rivera, golpe al que no se opuso con la contundencia que de él se esperaba, su importancia histórica es mayúscula, y resulta tan incomprensible como injusto que, a día de hoy, sea un desconocido en Asturias y en España.

En efecto, dos etapas bien diferenciadas, antes y después de la dictadura de Primo. Ejemplo significativo es que Azaña abandonó su militancia en el partido de don Melquíades tras el referido golpe. Cierto es que Álvarez conspiró en algún momento contra la dictadura, pero sin el ímpetu que de él esperaban muchos de los que siguieron su mensaje reformista. Y, a propósito de Azaña y de don Melquíades, en su momento el que fuera presidente de la República llegó a confesar que el tribuno no lo había hecho ni siquiera concejal. Asimismo, no sin cierta consternación, Azaña escribió que el que había sido su jefe político podría haber tenido todo el protagonismo en la República y que, sin embargo, su deriva conservadora se lo impidió.

Hay un Melquíades Álvarez combativo, reformista, comprometido con la modernización de España. Hay un Melquíades Álvarez que pierde sus esperanzas en una España mejor a partir del golpe de Estado de Primo. Y hay un Melquíades Álvarez, continuación del anterior, que en ningún momento muestra entusiasmo hacia el Estado que se proclamó en abril del 31, ello a pesar de haber contribuido tanto a su advenimiento desde el reformismo que había liderado.

Lejos, muy lejos, está la Asturias actual de contar con figuras de esa envergadura. Y lo peor de todo es volver la espalda, por desconocimiento, a personas y obras que representan lo mejor que hemos tenido.

http://blogs.lne.es/luisarias/2011/09/05/666/

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