La boda de la duquesa de Alba ha despertado demasiada expectación en un país que tiene muchísimos problemas
Juan Gaitán
La Opinión de Málaga
07/10/2011
Que sí, que se ha casado la duquesa Cayetana, y en el convite de bodas se arrancó por sevillanas. ¡Qué gitana! ¡Qué gitana! Iba vestida de rosa (el blanco ya no pegaba), y llevaba en la mirada la firmeza de quien hace lo que le da la real gana.
Se ha casado la duquesa aunque se le aconsejaba que no contrajese nupcias con el galán al que llaman Alfonso Díez el listo, hoy nuevo duque de Alba. Y le decían sus gentes a la noble Cayetana que a los ochenta y cinco cumplidos tal vez ya no levanta las encendidas pasiones que en otro tiempo sí alzaba, cuando era, sin dudarlo, mujer de rompe y rasga.
Pero ella es mucha ella, digna hija de los de Alba, y se ha casado con Díez sin que el pulso le temblara, porque ella es la duquesa, la que decide, quien manda, y nadie puede ponerle condiciones ni guiarla. Y si los niños no quieren ese día acompañarla, y se inventan viajes raros o se meten en la cama, víctimas según se dice de una infección extraña, ella no cambia sus planes, ella ni para ni aplaza, que a sus años los días cuentan como si fueran semanas.
Y así fue que la duquesa (que hace unos meses estaba postrada en silla de ruedas y parecía que palmaba), se casó por la mañana y a la prensa que aguardaba, dio de comer unas pizzas y las fotos que esperaban, la del baile ya famoso, la del ramo que volaba, mas no besó a su Alfonso aunque se lo demandaran.
La España de pandereta de cuando en cuando se alza, se pasea por las calles, viste sus mejores galas. Tuvo que ser en Sevilla, (dónde si no, «mi arma»), que vimos surgir de nuevo la España de la charanga. Aquí no hay crisis, ni angustia, ni mercados a la baja, ni parados que no saben de qué comerán mañana. Aquí lo único que importa es la boda de una anciana, y si se va de viaje a Benidorm o a Tailandia.
Dónde estará esa España que Machado deseaba, la de la rabia y la idea, la del cincel y la maza. Fue una ironía que el jueves, en su patio y en su casa, se recreara de nuevo lo que tanto detestaba, ese aroma de cerrado y sacristía, esa sombra de un lechuzo tarambana, esa devoción a Frascuelo y a María, ese esperpento de la duquesa descalza.
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