Mariló Hidalgo
26/08/2011
Dicen que cada país tiene dos historias, la oficial y la verídica. Y que la historia la escriben los vencedores. Pero que también las cosas que están en la memoria forman parte de la historia. Juan Carlos Monedero, doctor en Ciencias Políticas y Sociología se mete de lleno en la Transición española y aporta una lectura crítica. "La Transición contada a nuestros padres" (Editorial "Los Libros de la Catarata") puede ser un nuevo relato para un nuevo tiempo.
“La Transición no pertenece a la historia, está presente en nuestra sociedad, en nuestras instituciones, por eso sólo conociéndola se puede ahondar y profundizar en nuestra democracia. Vamos a dejar que sean los de siempre los que nos hablen de ello y vamos a ser nosotros, los que tomemos la palabra sin que por ello nos acusen de romper el ‘consenso’ o nos llamen terroristas o cosas peores”, advierte Monedero. Con este libro intenta aportar su granito de arena porque está convencido de que las democracias se construyen sobre palabras, no sobre silencios.
-¿Quién escribió ese “relato mítico” de la Transición y qué se intentaba esquivar con ello?
-Cuando Fernando VII regresó a ejecutar a los que habían defendido a España de la invasión francesa y cerrar centros de pensamiento, la Universidad de Cervera le mandó un conocido memorándum afirmando: “lejos de nosotros la peligrosa novedad de discurrir”, señal clara de que cuando empezaba la Modernidad, ya había una legión, marcada de una manera un otra por la Iglesia, dispuesta a interpretar lo que necesitaban los poderes realmente asentados. El relato mítico de la Transición es un protocolo de pensamiento para no pensar. Para ser más concreto: para no pensar críticamente, que es una forma sutil de no pensar. Su más clara evidencia es que cada vez que se plantea un conflicto, ese protocolo recuerda “se está rompiendo el consenso de la Transición”. Que se quieran recuperar los cadáveres enterrados en fosas comunes, zanjas y cunetas de más de 100.000 demócratas asesinados por defender la democracia entre 1936 y 1945, es romper el consenso de la Transición. Dejarlos en el olvido y con el castigo añadido de negarles la memoria, el “consenso” lo lee como un ejemplo de moderación y prudencia. Corazón de ese relato mítico de la Transición, realizado por periodistas, medios y universitarios, al servicio del paso de la dictadura franquista a la monarquía parlamentaria en un proceso cupular, donde la participación popular era escondida o combatida por si ponía en riesgo la restauración borbónica.
Había una serie de intereses que confluían en hacer de España una monarquía parlamentaria que no cuestionara ni la presencia del país en la OTAN ni su salida del bloque occidental, ni el funcionamiento del sistema capitalista.
-La historia ha sido escrita desde siempre por los vencedores. ¿Cómo sería en este caso la historia desde la otra parte?
-El 18 de julio de 1939 hubo un golpe de estado que fracasó y por eso empezó una guerra civil, que fue ganada por los sublevados por el sustento militar de Alemania e Italia y la dejación de apoyo a la República de las democracias liberales europeas que se negaron a vender armas al gobierno constitucional. Al final de la dictadura, los problemas económicos ligados a la quiebra del keynesianismo –después de recuperarse, tras treinta años, los niveles perdidos que se tenían en los años treinta y acercar España a una modesta sociedad de clases medias-, y la articulación política clandestina, acabaron materialmente con la dictadura, pero no formalmente, algo que tendría que esperar a la muerte en su cama del dictador.
En 1973 el mundo occidental estaba conmocionado: asunción por parte de los EEUU de que había perdido la guerra de Vietnam, ruptura de Bretton Woods, guerra del Yon Kippur, subida de los precios del petróleo, golpe de Estado contra Allende sustentado por la CIA, Watergate…A lo que hay que añadir, un año después, la revolución de los claveles en Portugal, que rompía el acuerdo de Yalta y Potsdam de 1945, que marcaba a la península ibérica como zona liberada de gobiernos con influencia comunista. ¿Iba también a perderse España? No era tolerable, de manera que se puso en marcha un diseño que permitiera ubicar a nuestro país en la órbita europea sin aspavientos ideológicos. No es que todo estuviera perfectamente diseñado y que el plan se cumpliera sin fisuras, sino que había una serie de intereses que confluían en hacer de España una monarquía parlamentaria que no cuestionara ni la presencia del país en la OTAN ni su salida del bloque occidental ni el funcionamiento del sistema capitalista. Obviamente, el rey y el ejército eran los garantes de esos requisitos.
-”Quienes sostuvieron la dictadura conservan aún hoy sus privilegios”, comentas en el libro. ¿Estos privilegios de los que hablas incluyen puestos de responsabilidad y poder de influencia?
-Ahora que estamos en una crisis integral del sistema, vemos que las grandes familias del franquismo –sostenidas por la columna vertebral de los bancos- son las mismas. ¿Quiénes son los que tienen SICAV? ¿Quiénes son esos 30 empresarios y banqueros con los que se reunió Zapatero? ¿Dónde está la evolución de la CEOE? El único ministro que ha repetido con varios gobiernos, incluso de diferente signo, Eduardo Serra, es un conocido intermediario del rey en cuestiones de venta de armamento. No es extraño que fuera Serra el que entregara al rey una carta de los 30 empresarios, puenteando a Zapatero, donde le planteaban su “preocupación” por la marcha de la economía. No fuera que al Partido Socialista se le ocurriera buscar soluciones socialistas, o simplemente sociales, a la crisis. Rey, Iglesia, sistema financiero y justicia sigue respondiendo en España al esquema sustancial de la dictadura. Con la diferencia de que ahora lo pueden hacer con elecciones. Tienen que respetar algunas formalidades que no les afecta a su poder material y logran lo mismo en un entorno “democrático” que facilita cualquier decisión. Por ejemplo, financiar a los bancos que luego te ponen de rodillas.
-¿Qué crítica harías a la izquierda por su papel en todo este tiempo? ¿Crees que la situación que vive actualmente es consecuencia de aquello?
-El PCE se “moría” porque le aceptasen en esa cofradía de restauración borbónica. De manera que no hizo otra cosa que gritar constantemente que eran buenos chicos, incluso en los entierros de los suyos, que eran “cazados” por los reductos de la extrema derecha que no veían claro que pudieran mantener sus privilegios con la “democracia”. En una viñeta que he recuperado para el libro, Carrillo afirma en un mitin: “Y decimos sí a la monarquía, sí a la bandera, sí a las bases militares”. Desde el público uno le grita: “Macho, deja algo para Fraga”. Por parte del PSOE, su apuesta era ganar la legitimidad de que carecía por lo que Tamames llamó “40 años de vacaciones” durante la dictadura, para lo que necesitaba expulsar como fuera al PCE del “consenso” democrático. No lo tenía difícil, pues la socialdemocracia alemana, encargada de armar la nueva democracia española, escogió al pequeño clan liderado por Felipe González y Alfonso Guerra para reconstruir el PSOE y darles el marchamo de respetabilidad que precisaban. Una vez arrumbado el PSOE histórico –esa generación fue brutal con sus mayores-, asumieron el no menos conocido axioma marxista: “estos son mis principios señora: si no le gustan tengo otros”. Lo que representan González –hoy asalariado de multimillonarios como Slim- o Guerra –ese “experto” en Machado y Mahler- es una farsa o, cuando menos, una caricatura. Por su parte, la izquierda nacionalista ya andaba ensimismada en los estatutos de autonomía y no aportó gran cosa al debate general de la izquierda. Este cúmulo de ángulos construyó una democracia carente del componente más democrático de los sistemas políticos europeos: el antifascismo. Si en Europa hay Estados sociales y democráticos de derecho fue por la presión de los que habían derrotado al fascismo en la Segunda Guerra Mundial.
-¿Y en España?
-En España, el antifascismo fue ocultado durante la Transición porque tenía que ocultarse el franquismo y la II República. Veníamos, pues, de la nada. Una España que se acostó franquista sociológicamente, se levantó demócrata. Cuando un loco decimonónico entró con su tricornio en las Cortes, ese pueblo se dijo a sí mismo con grandes dosis de autoindulgencia: “yo no soy como ese, ergo soy un demócrata de toda la vida”, ahorrándose el compromiso y la coherencia que trajo a la democracia europea el antifascismo. Por eso, el 15-M tiene que sostenerse sobre un antifascista francés, Hessel, pero no puede sostenerse sobre ningún antifascista español, porque no se conocen.
-Cuando se aprobó la Ley de la Memoria Histórica algunos la criticaron porque iba a “reabrir heridas”. ¿Qué objetivo tiene mirar hacia atrás? ¿Qué influencia tiene eso en nuestro futuro?
-Recuperar el pasado, como bien demuestra la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, tiene tres bondades: evitar repetirlo, reforzar el músculo de nuestras democracias al recordar los esfuerzos que se hicieron para construir una sociedad más justa, y devolver la dignidad a quienes la merecen. Es difícil que el ser humano sea heroico, de manera que cuando lo ha sido conviene recordarlo para hacer de su ejemplo un comportamiento social virtuoso. Aún más evidente, con ese ejercicio de memoria se trata de “devolver” públicamente la dignidad a quienes han sido dignos, de manera que se sepa socialmente que esos comportamientos tienen al menos la recompensa del reconocimiento. Recuerdo a mi tía, la hermana mayor de mi madre, hijas de un represaliado, siempre repetir: “mi padre era muy bueno, mi padre era muy bueno”, porque además de robarles todo, les negaron durante toda su vida la condición de ciudadanos, tachándolos de delincuentes y mala gente. Recuperar la memoria es el mejor antídoto contra ese veneno para la democracia, que es el cinismo.
-¿Cómo se puede explicar en pleno siglo XXI lo ocurrido con el juez Garzón?
-Porque el siglo XX está demasiado presente en el siglo XXI. Buena parte de los jueces de la Audiencia Nacional juraron los Principios del Movimiento. Magistrados de origen y sensibilidad franquista no soportan que se juzguen ámbitos que para ellos siempre han sido territorio de impunidad. Nos cuesta pensarlo porque nos creemos que se cumplen las formalidades democráticas, pero es mentira. Igual que se rompe la laicidad del Estado cuando nos visita el Papa –diga lo que diga la Constitución- se rompe la imparcialidad, el imperio de la ley, el derecho a un juicio justo cuando se tocan esos asuntos que caen bajo la idea de “consenso”. Ya hemos dicho que consenso es que unos sigan mandando y otros sigan obedeciendo. Y, una vez más, eso es lo que hace tan subversivo al 15-M, porque es un movimiento desobediente que no entiende por qué los descaradamente caraduras gozan aún de inmunidad.
-Siempre se ha dicho que la extrema derecha nunca desapareció de nuestro país, pero en cambio no existe una extrema derecha parlamentaria como ocurre en otros países, ¿dónde se ha refugiado?
-La respuesta viene casi respondida en la pregunta. La extrema derecha está en ese partido que celebra el nacional-catolicismo; que tiene problemas para entender a España como un país plurinacional; que antepone los intereses económicos de los grupos privilegiados a la construcción de un Estado social sólido o a la defensa del Estado de derecho; que privatiza en procesos no siempre ajustados a derecho; que usa de manera patrimonial los medios de comunicación públicos; que parece preferir que exista ETA para poder justificar políticas autoritarias; que tiene diferentes varas de medir para juzgar a los propios y a los ajenos; que tiene una posición sumisa en la arena internacional a los Estados Unidos y que, cuando hace falta, desliza un discurso racista y xenófobo que siempre empieza con la frase: “que quede claro que yo no soy racista, pero…”. La verdad es que, visto así, tanto el PSOE como el PP podrían estar en esta definición. Pero falta un factor: el PP ha construido a través de medios difícilmente catalogables como democráticos –la emisora de los obispos, las TDT, El Mundo, La Razón, La Gaceta, Telemadrid-, un enemigo que justifica cualquier dificultad propia: los “socialistas”, responsables de todos los males pasados, presentes y futuros, de manera que la extrema derecha tiene en el PP todos los rasgos para convivir bajo su paraguas con mucha tranquilidad. Con el problema añadido de que, al tener el marchamo democrático, termina contaminando a todo el sistema de partidos español, que se ha derechizado profundamente. Es ahí donde tiene que entenderse el surgimiento de un movimiento como el de los indignados.
-¿Qué reflexiones te vienen a la cabeza cuando ves a los jóvenes del 15M?
-La ignorancia del movimiento es su sabiduría. No sabían de esos “consensos” de la Transición, de manera que vieron al emperador desnudo y lo dijeron. Y todos los imbéciles (im-baculum) que habían estado repitiendo el juego de la tela excelsa que no veían, ni los tontos ni los de mal corazón, quedaron desubicados. Y ese movimiento impulsado por jóvenes demostró que no era solamente de jóvenes, sino que es la condensación de muchas protestas que ahora han cuajado. El 15-M no sale de la nada, sino que encuentra un momento de cristalización como en los cuentos, donde hay brujas y ogros –la banca y los políticos-, príncipes y princesas populares y, aún sin saberlo, republicanos, bosque mágico –la Puerta del Sol- y beso –la gran conversación que es el movimiento-. Y todas las contradicciones, sostenidas bajo la mentira “no hay alternativa”, han quedado en entredicho. No significa que todo vaya a caer, sino que se ha roto la placidez de las democracias satisfechas.
En una todavía enorme pared, ha aparecido una considerable grieta. La pared es más grande que la grieta, pero la tendencia la marca la grieta. No es extraño que, al final, la policía –mandada por el PSOE- decidiera empezar a solventar este “problema” como lo ha hecho siempre que en España la democracia real ha querido hacerse un hueco: a porrazos y bofetones.
-“Democracia real ya”, ¿para dónde hay que mirar para construirla?
-El movimiento no tiene urgencia electoral, pero tiene que hablar en las elecciones. Las asambleas de septiembre, octubre y noviembre tienen que emplazar a los partidos y no tanto pensar en construir ahora una nueva formación electoral. Para eso no hay tiempo y sería un desperdicio malbaratar la fuerza del movimiento con un mal paso electoral. Creo que el aliento del 15-M es a más largo plazo. El movimiento es, como decía Ibáñez de los procesos de cambio, una “gran conversación” que empieza a asumir la responsabilidad de traer la democracia que intentaron nuestros mayores en tiempos de la república y que aún no hemos recuperado por la farsa de la Transición. Creo que una vez que se agiten las aguas de nuestras mentiras políticas, estarán sentadas las bases para discutir la creación de una opción electoral diferente. El 15-M tendrá que suponer para la democracia española lo que el No a la OTAN supuso para la creación del fallido proceso de reconstrucción política de Izquierda Unida. Una agitación social, un momento de consciencia que cuaja en una oferta política que escape de las trampas de la cartelización de los partidos políticos. Y que, precisamente por eso, no podrá, como ocurrió en 1986, ser liderada por ningún partido –y menos, repetir el error de que sea el PCE quien lo haga- sino que tendrá que ser liderada socialmente. Sólo cuando el liderazgo tradicional de la izquierda abertzale quedó fuera de juego con la autoritaria ley de partidos, quedó espacio para que surgiera Bildu, donde lo menos respetable de esa fuerza es precisamente lo que todavía sabe demasiado a la vieja guardia.
El 15-M tendrá la obligación de hacer una “ley inmaterial y democrática de partidos” que tenga como requisito el que la ciudadanía consciente reinvente los partidos y no que las instituciones –y sus arterioesclerotizados burócratas- vuelvan a ahormar el empuje ciudadano como viene ocurriendo desde la Transición.
- Los ciudadanos en la calle piden un debate abierto sobre la conveniencia de un nuevo marco legal, una nueva constitución. Consideran a la actual obsoleta y tapón, en vez de cauce por donde pueda transitar una democracia real. ¿Cuál es tu opinión?
-La Constitución no es mala, pero para aplicar sus aspectos más avanzados (algunos artículos, como el 9.2, donde se dice que cualquier obstáculo que impida la igualdad será removido por los poderes públicos) necesitamos, de entrada, otros jueces y otros políticos. Es decir, necesitamos otra gramática para leernos. Para tener otros jueces necesitamos otros gobernantes que impulsen la reforma del poder judicial. Pero para que lleguen, se precisan cambios electorales que nos llevan de nuevo a cambios constitucionales. Como estamos en un momento de crisis estructural del capitalismo, parece sensato que nos planteemos qué tipo de sociedad queremos. Aún más, en un mundo globalizado donde resulta imposible pensar España sin pensar Europa. Una vez asumido que necesitamos un “nuevo contrato social”, la discusión, por vez primera desde abajo, de un texto constitucional, será una escuela de ciudadanía que nos permitirá ser dueños de nuestros propios designios políticos. Lo están haciendo en Islandia. Lo hicieron en Venezuela, en Bolivia, en Ecuador. ¿Por qué no podemos hacerlo aquí? Como dijo Tucídides: “descansad o sed libres”.
Aprender, ayudar a la alegría y transformar son la vacuna que, en mi caso, intento aplicar en un mundo en exceso carente de sentido.
-¿De qué te sientes responsable en este momento?
-¡De demasiadas cosas! Creo que estamos en una trampa cultural, donde sabemos que no somos lo suficientemente “buenos” pero no nos atrevemos a ser radicalmente coherentes para estar a la altura de lo que sabemos que debiéramos hacer. En un mundo tan desigual ¿es honrado vivir con holgura mientras a muchos les falta tanto? Si cada cual colaborara proporcionalmente con la hambruna en Somalia, seguro que el problema se solventaría. Sin embargo, una vez hecho ese esfuerzo, a todas luces limitado ¿cómo leer el bienestar que aún nos queda con esas imágenes de niños muriéndose de hambre? ¿Hasta dónde es sensato renunciar? En algún momento toca mirar hacia otro lado para soportarnos. Y lo único que, creo, puede ayudar a compensar un poco esta incoherencia es saber que buena parte de lo que se haga, con sus contradicciones, está dirigido a cambiar este mundo ingrato, sabiendo que ningún ciudadano individual puede cargarse sobre los hombros los males del mundo. Aprender, ayudar a la alegría y transformar son la vacuna que, en mi caso, intento aplicar en un mundo en exceso carente de sentido.
-¿Para qué te gustaría que sirviera tu libro "La Transición contada a nuestros padres"?
-Soy un profesor de Ciencia Política, y ése es el ámbito que he escogido para relacionarme con los demás. Lo que hago tiene que servir precisamente para esas tres cosas. Tiene que ayudar a entender una parte de nuestra historia intencionalmente mal explicada. Tiene que hacerlo con alegría, con humor, intentando hacer del aprendizaje un ejercicio de gozo. Si conocer va a aumentar nuestro dolor, que por lo menos nos dé alguna que otra alegría. Y para transformar. Porque estoy convencido de que una lectura diferente de nuestra Transición (con mayúsculas), nos permitirá una mejor democracia. Durante la transición hubo gente que reclamó lo que hoy reclama el 15-M. Pero esas voces fueron silenciadas, siendo sustituidas, en el discurso mítico de la Transición, por voces y explicaciones más amables con el sistema y más desmovilizadoras. Si uno va a la música de esos años, vemos que hubo una explosión de críticas, de letras cargadas de conflicto, de estéticas realmente subversivas. Sin embargo, nos dijeron que la música de aquel tiempo fue la de la “movida”. No tiene sentido que se conozca a Alaska y los Pegamoides y no se conozca a Lluís Llach, a Leño o a Kortatu. Alguien se preocupó de que fuera así. Cuando le preguntaron a Ramón Carande que resumiera la historia de España dijo: “demasiados retrocesos”. Se trata de que volvamos a trenzar el hilo rojo de nuestra memoria. Y eso pasa por volver a leer, de otra manera, la transición. Y de recuperar aquello de Fuenteovejuna: “con muchísimo respeto, os he de ahorcar, vive Dios”. Porque si nos descuidamos, la misma lógica de la transición e, incluso, los mismos actores, vuelven a transitar por nosotros.
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