Antonio Burgos
El Mundo
21/11/1995
Conclusión de los 20 (años) del 20 (N): aquí no era franquista nadie. Ni el Real Madrid. Ni El Cordobés. Ni la copla. Ni Manolo Escobar. Ni Raphael. Ni Rodolfo Martín Villa. Ni la Seat. Ni el INI. Ni el SOE (ojo, tradúzcase Seguro Obligatorio de Enfermedad, no lo otro, aunque haya sido más o menos igual). No me explico, viendo todo lo que se difunde ahora, cómo Franco duró cuarenta años, si, total, nada más que lo apoyaban cuatro gatos con camisa azul, que los cuento y me salen sólo tres, a saber: Gonzalo Fernández de la Mora, Blas Piñar y José Utrera Molina.
Lo más bonito de estos 20 del 20 es que resulta ahora que todo el mundo era antifranquista y que La Pirenaica era número 1 mes tras mes en Los 40 Principales. La Plaza de Oriente, ya saben, estaba llena de figurantes, todos activistas de Comisiones Obreras, que se buscaban un jornal, porque los contrataba José Tamayo en plan Antología de la Zarzuela. Aquella cola de las lagrimitas y los pucheros de la calle de Bailén fue tan larga no por la adhesión inquebrantable y la lealtad incondicional, sino porque todos estaban allí para comprobar que, efectivamente, el dictador se había muerto y no era un montaje televisivo de León Herrera Esteban y Carlos Arias Navarro.
Aquí, ya ven, la única que estaba atada y bien atada era la transición. Lo recuerdo perfectamente. Aquel día, un amigo que estaba también, como España entera, en la Junta Democrática, me llamó y me dijo: «Oye, que ya ha comenzado la transición». Aquel día nadie, absolutamente nadie, pensaba que Arias Navarro era la perpetuación del franquismo. Aquel día nadie pensaba que Adolfo Suárez era un funcionario de la Secretaría General del Movimiento absolutamente desconocido. Aquel día nadie pensaba que el Rey iba a durar tres días. Aquel día, como saben, todo el mundo estaba convencido de que íbamos a elegir Cortes Constituyentes, que el PC (que por cierto aún no era el Personal Computer) iba a ser inmediatamente legalizado y que Franco nunca había existido. Aquel día había cientos de miles de militantes del Partido Socialista dispuestos a reformar el franquismo de la forma menos traumática posible y no eran republicanos, qué va, estaban que se bebían los vientos por Don Juan Carlos. De «rojos al paredón» y del marxismo-leninismo no hablaba ya nadie en absoluto. ¿Marxista dice usted? No, no había nadie marxista. ¿Falangista dice usted? No quedaba un solo falangista. Toda España era profundamente democrática. Lo demás, ya se sabe: Marcelino Camacho estaba en la cárcel por un desfalco en la Perkins y si Carrillo estaba en París, era de corresponsal de Radio Nacional de España. Aquel día hubo barra libre de champán en los bares de la Organización Sindical de Pepe Solís, aquel pedazo de demócrata. Franquistas, ya lo saben: eran cuatro gatos.
(Así se escribe la Historia por el equipo histórico habitual y así se sigue escribiendo. Esta España es la que permite que Pujol siga siendo elegido por quinta vez consecutiva, a pesar de todos los pesares, y la que ha permitido que González nos dé esa bendición de sus Trece Años de Paz. Por ahora...)
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