Luis Araquistáin
El Sol
15/04/1931
El Sol
15/04/1931
En abril de 1521, el absolutismo austriaco, instaurado en España, aniquiló en Villalar a los comuneros, representantes de las democracias municipales. En 1931, los Ayuntamientos españoles derrotan, jurídicamente, a la Monarquía absolutista y restauran la República.
Se cierra un gran ciclo histórico. Se consuma, pacíficamente, una honda revolución que, en su sentido etimológico quiere decir volver al punto de partida. Volvemos a 1521, a la suprema soberanía popular. Son cuatro siglos y diez años. Muchos siglos y muchos años. Pero pocos si se tiene en cuenta la majestad de esta revolución española, única en la Historia. Tanto como una gran epopeya política es una magnífica obra de arte.
Y también un ejemplo sin par y una rehabilitación cuya tardanza nos tenía humillados ante el mundo. Un ejemplo para los países aún gobernados por poderes de fuerza ilegítima. Un ejemplo para nuestra hermana Italia, envilecida ante la Historia por el sanguinario histrionismo fascista. Un ejemplo para los pueblos regidos por las dictaduras menores de Europa y América. Un ejemplo también para ese anacrónico nacionalismo germánico que, aun sueña patológicamente en imposibles restauraciones monárquicas. España, paciente pero no muerta, como muchos otros creían, ha dado un magnífico ejemplo de dignidad histórica y de energía viril.
Se cierra un gran ciclo histórico. Se consuma, pacíficamente, una honda revolución que, en su sentido etimológico quiere decir volver al punto de partida. Volvemos a 1521, a la suprema soberanía popular. Son cuatro siglos y diez años. Muchos siglos y muchos años. Pero pocos si se tiene en cuenta la majestad de esta revolución española, única en la Historia. Tanto como una gran epopeya política es una magnífica obra de arte.
Y también un ejemplo sin par y una rehabilitación cuya tardanza nos tenía humillados ante el mundo. Un ejemplo para los países aún gobernados por poderes de fuerza ilegítima. Un ejemplo para nuestra hermana Italia, envilecida ante la Historia por el sanguinario histrionismo fascista. Un ejemplo para los pueblos regidos por las dictaduras menores de Europa y América. Un ejemplo también para ese anacrónico nacionalismo germánico que, aun sueña patológicamente en imposibles restauraciones monárquicas. España, paciente pero no muerta, como muchos otros creían, ha dado un magnífico ejemplo de dignidad histórica y de energía viril.
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